La Pistola de barro.

Zapopan, Jalisco.
Verano de 1966.

La Pistola de barro.

El juego de canicas estaba en lo más interesante, el turno para tirar era de Tito. En la media luna, trazada en la tierra con un palito de paleta estaban todas las canicas en disputa; los ponchi-tos, las agüitas, las florecitas, las cacalotas, las chirinitas y mi tirito favorito; una agüita de azul turquesa con la cual no fallaba tiro alguno; así fuera de mano alta, de la rodilla, de uñita, de huesito o haciendo puya o sin ella. No fallaba. Sólo esperaba que Tito, mi hermano no le atinara para después tirar yo y sacar de la media luna las canicas. Al momento del disparo, esperando, una voz atronadora interrumpió nuestro juego. Era mi papá.

-¡Tito! ¡Gelo! Vengan acá.

-Mande usté - dijimos Tito y yo al unísono.

-Vayan con Doña Cuca González y le dicen que me mande cinco sacos de cal, cinco de cemento y tres varillas de 3/8 para armar castillos.

Todo lo que pidió mi padre era para seguir construyendo la casa en la cual todavía vive mi madre. Después de grabarnos el pedido de los materiales, le lanzamos una miradita interrogativa a papá porque no nos dio dinero.

- Y Díganle a Cuca que me lo apunte, que después le pago.

Con esta indicación nos fuimos a cumplir con nuestra encomienda a ocho cuadras de distancia. Y como el camino iba a ser largo, decidimos jugar a La Piedra Canchada, que consistía en que cada uno de nosotros agarrara una piedra que nos cupiera en la palma de la mano, luego uno de los dos arrojaba la suya y el otro tiraba con intención de pegarle. Si se daba en el blanco, la distancia entre piedra y piedra debía ser recorrido «canchado» en la espalda del otro. Un juego primitivo pero divertido.

Después de haber andando unas cuadras, veo en el suelo, abandonada a su suerte una Josefita, moneda de cinco centavos.

-Tito, Tito... me encontré cinco centavos.

-Qué suave y, ¿qué vamos a hacer con cinco centavos?

-No sé, algo para los dos, pero ¿qué?

-Ya sé, ya sé, galletitas de animalitos - me dijo.

-No, galletas no, porque te dan cinco y, ¿cómo las vamos a repartir? - le dije.

-Si, si es cierto.

-Ya sé, una paleta de limón - le dije.

-No, yo tengo tos y me va a hacer daño, mejor otra cosa Gelo.

-Vamos a la tienda de los Álvarez a ver qué hay de cinco centavos.

Llegamos con la intención de encontrar algo compatible y de nuestro agrado, nos topamos con sogas, latas de petróleo, mecates para colgar ropa, estropajos para baño, sal en cuadro para las vacas, frijol en costales, maíz y dulces en frascos de vidrio. Al momento me dijo Tito emocionado:

-Gelo ¿ya viste? Allá en la pared.

-¿Dónde? - señaló con el dedo y encontré un cartón de 80 por 40 centímetros, tapizado de pastillitas de dulce envueltas en papel de china y pegados al cartón; en la parte superior, dulces de caramelo, monitos de plástico, una máscara de El Santo, el enmascarado de plata y una pistola de barro, réplica fiel de una colt 45 automática.

-¿Ya viste? La máscara de El Santo - dije emocionado.

-No güey, la pistola.

-Ah! Pos sí.

-Qué fregona está ¿verdad?

Lo difícil sería pagar cinco centavos, escoger una pastillita y si la suerte nos favorecía, pues ganar un regalo.
-¿Qué pues?, ¿Compramos una pastillita? - cuestioné a Tito.

-Pues claro que sí. A ver si nos sacamos la pistola de barro - dijo mi hermano con mucha seguridad.

-Oye Tito, ¿cuál escogemos?

-No sé, la que sea - dijo resuelto.

Nos miramos y luego miramos el cartón y decidido, señalé una pastilla color blanca.

-Esta es la de la suerte.

Tito me respondió:

-Sí, yo también creo que esa es la de la suerte.

¡Y Órale! Efectivamente era la de la suerte.

-¡Número 18! Gritamos llenos de emoción.

El encargado del lugar sacó un cuchillo mohoso y cortó las cuerdas que sostenían nuestra colt 45 automática, de barro. Por supuesto, salimos brincando de gusto.

-Oye Gelo!, ¿Y cómo lo compartimos?

-Ya sé, una cuadra tu y una cuadra yo, pero canchada.
-Sale, pero yo primero.

-Nomás sin rajarse - advirtió Tito.

En la primera cuadra alcancé a disparar 87 veces, maté a cuatro perros, rompí todos los vidrios de las ventanas que encontré, llené de plomo la camioneta de Don José Zepeda, incluso acribillé al chofer sin piedad, no estoy seguro, pero creo que le metí 14 balazos en el cuerpo. Después fue el turno de Tito, quien fue más certero; hizo sonar las campanas de la Basílica, le ponchó las nalgas a Doña Cleofas, prima lejana de mi padre quien iba delante de nosotros cargando una cubeta con nixtamal. Después le disparamos sin clemencia al Cucho, a Silvino y al Canranras quienes por aquel entonces eran el cuerpo policiaco de Zapopan. No tuvieron ni la menor oportunidad de defenderse, pues Tito con una puntería de apache, les dejó las espaldas como coladeras.

-Sigo yo pinche Tito, te vas a acabar las balas - y una carcajada nos invadió a los dos.

-Sale pues, pero ya estamos por llegar.

-Tu cánchame y ya verás lo que hago.

Empuñé mi 45 y justo pasábamos por la casa de los García y sin misericordia solté una ráfaga de plomo, que dejó descascarada toda la fachada de la casa de los papás de Chatita García.
-Arre caballo! Qué alivio, no salió nadie a ver quien disparó - dije sin dejar de reírnos.

-Ya llegamos, bájate güey - me dijo y rompió de tajo con el sueño vaquero.

Entramos al despacho de Cuca González, no sin antes fajarme mi colt en la cintura a la altura de la nalga derecha, donde quedara oculta a la vista de cualquier fisgón. En eso aparece la señora González:

-¿Qué quieren muchachos de porra?

-Nos manda mi papá, que si por favor le puede mandar cinco sacos de cal, cinco de cemento y tres varillas de 3/8" - Tito dijo con todo respeto.

-¿Y quién jodidos es su padre?, par de mocosos.

-Pues Don Miguel Cervantes - dije un poco asustado por lo agresivo de la Sra. González.

-Ah! Con qué son hijos de Don Miguel «el tambo» - en ese momento me enojé por el apodo de mi padre:

-Sí, y ¿qué tiene que sea nuestro padre?

-Como que qué tiene, si es un droguero de primera. Paga cuando quiere - no terminó de decir eso, cuando entró una señora y le pidió 20 centavos de cal para el nixtamal y Cuca con voz muy ufana, dijo:
-Aquí primero se atiende a quien paga de contado. Espérense si quieren si no ¡andando! ¡ a la porra!

Toda esa perorata me alteró sobremanera y sin pensarlo dos veces, eché mano a mi pistola y le dije:

-Me vale madre, quien paga de contado o no. ¿Me das lo que te pedimos o te mató? Pinche vieja guacamaya. Ya me enfadaste - la clienta salió corriendo, dejando una nube de cal de 20 centavos.

-Muchacho por favor ¡no dispares! Yo quiero mucho a tu papá, no vayas a disparar te lo ruego, ¡Pancho! -gritó- ayúdame a subir esas cosas a la troca para llevárselas a Don Miguelito, ¡Córrele! - gritaba la señora González temiendo por su vida.

-Ahora sí ¿verdad? Don Miguelito, y más le vale, si no aquí mismo me la echo al plato - le dije frío cual gangster de los veintes.

Me volví a fajar la pistola y salimos a toda prisa mi cómplice Tito y yo. A la siguiente cuadra, olvidamos el incidente y continuamos la balacera hasta llegar a la esquina de nuestra casa, sorprendidos vimos que la troca de Cuca González ya había llegado con el material y todo el vecindario hacía acto de presencia, en puertas y ventanas de sus casas, seguimos caminando y escuchamos a los vecinos decir:

-Ahí vienen, ¡son ellos!
-Sí, Tito y Gelo.

-Vean, vean, el Gelo trae la pistola.

-Sí, sí, ya la vi es una grande y negra.

-¿Quién se las daría? - preguntaba Doña Pine, una anciana vecina de la casa.

-Yo creo que el viejo desconsiderado de Don Miguel, ¿a dónde irán a parar este par de escuincles? - decía Doña Chela, prima de Doña Pine.

-Qué Dios los perdone, quién iba a creer que Don Miguel hiciera esto con sus hijos - decía Doña Lola, hermana de Doña Pine y prima de Doña Chela.

Todo era un murmullo hasta que nos acercamos a la troca y Cuca, sentada en el estribo de su vehículo volteó, nos vio y con más furia que una leona herida, rugió:

-Ese pinche bizco es, él es el que trae la pistola. Dios hizo el milagro que no me disparara y la Virgen de Zapopan hizo que se fueran sin herir a nadie. ¡Agárralo! ¡Castígalo! ¡Quítale la pistola! - seguía rugiendo la señora González.

-A ver cabrones vengan para acá, jijos de la chingada - vociferaba mi padre:

-Deme la pistola cabrón.
-¿Por qué si es mía? Yo me la gané en una rifa - atiné a decir.

-Que me la de, le estoy ordenando y me vale madre de dónde la haya sacado, recabrón - solicitó el señor Cervantes.

Los murmullos subieron de tono, las viejas cuchicheaban, los albañiles desde la azotea estaban atentos al regaño. En fin, una auténtica escena de vecindad. Acabé por echar mano de mi pistola y la concurrencia exclamaba con asombro:

-Sí la trae. Es de verdad. Está bien grande.

-Pinche Gelo, no se midió, ¿y la sabrá usar? - preguntaba Don Isauro Ezqueda.

-Yo creo que sí, pues Don Miguel es un pistolero de verdad - decía Doña Tere, la del abono.

-Ojalá y los metan a la cárcel, para que se les quite lo asesino - era el comentario de Don Tránsito Gómez.

Mi padre tomó la pistola entre sus manos y soltó una carcajada que dejó fríos a todos los espectadores. Fríos, no entendían el significado de esa risa macabra. Todos quedaron mudos.

-Cómo serás pendeja Cuca, es de barro. Tanto mitote por una pinche pistola de barro. Ja, ja, ja
Sonaba la risa de mi padre.

-No seas alcahuete Miguel, cómo que va a ser de barro. Gruñó.

-¿Ah no? - jalándome hacia él, levantó la mano derecha con el arma asesina empuñada y me asestó tremendo pistolazo en la cabeza y mil seiscientos pedazos de tepalcate, quedaron regados en el suelo.

El público expectante reía sin medida, yo chillaba. Cuca solo atinó a subirse a su troca, ordenando a Pancho arrancar a toda velocidad entre la despedida de silbidos, mofas y gritos de burla de los ahí presentes.

Hoy a 35 años de distancia, el chichón inmenso y las estrellitas que lo acompañaban, siguen tan frescos y refulgentes, que bien pudieron haber pasado el día de ayer.

 
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