Brasas propicias
Ángel Rafael Nungaray



1

Hay un juego de bruces,
Hay un fuego de bruces
Oculto en la maniobra de la sed.


2

La arcilla sopesa los rayos del tormento.
El espíritu infiltrado en la arcilla
Se renueva en sus desapariciones.


3

Como poblando mares
Sobre la incertidumbre de la sal
La luz se cansa.


4

Hay un resplandor
Y una oquedad restante
Bajo estos ojos.


5

En el término del cauce
La arena reaviva su fuego.


6

Los días han crecido ahí,
En el propio raudal.


7

De brasas propicias
Y esquirlas de clemencia
Cerca la gratitud sus campos.


8

El día acontece lleno de estruendos,
Lejos de la memoria.



9

La voluntad es una estela
En la caída de efluvios.
Una reminiscencia apartándose.


10

Sólo se conserva la nitidez
Del desamparo;
La claridad sofocante
De la caída:
El esternón y la súplica dislocados.


11

Se demora la lucidez
En la vertiente del vértigo.


12

Imperturbable hastío.


13

Las naves y olvido
Hacia otros acercamientos.
No se mueve la lejanía

Que Dios es.



14

El resplandor nos sostiene
En su península apócrifa.

Hemos llegado,
Hemos levantado nuestra bienvenida
Desde la entraña del adiós.


15

En la sombra hay ínsulas
Adonde no llega
La sal de los deslumbramientos.


16

La sal de salmodia
Dispersa el ramaje
De los pasos.


17

Es Dios quien mueve el pedal de la nada.


18

El ocaso del movimiento
Ilumina la comparsa
Del abandono.


19

El hombre es un páramo.
Dios, el espejismo involuntario.


20

Estoy lejos de la asequible comarca.
Un peldaño separa al mí del yo.


21

Estepa solícita

Que contrae la germinación
Y el diluvio.
Estepa, está penado el paso ciego:
El antígeno.


22

El puerto nómada,
La nave implantada en la fijación
Ocular.
La ausencia sustenta los dos ejes.


23

Colmena del despertar.

Las abejas merodean
El crepúsculo de la visión.


24

La casa se agolpa
En el reflejo de los cristales.
Aún vacía
Es una reiteración
De una presencia.


25

La tiniebla es el peso
De todo desarrollo.
La victoria se ejerce
Desde el abismo.


26

Como un sucio rencor
Va atándose el infierno
Al estrecho canto,
Al crepitar de alas,
A las nervaduras del vendaval.


27

Un caudal doblega la insistencia.


28

La irrealidad nos desmiente.
Somos los pasajeros del tren del absurdo,
Vamos y volvemos sobre un punto,
Ese punto está enclavado
En el corazón.


29

Un cuerpo flagelado
Se destruye en el filo ciego
De la impiedad.

Hay hombres que flagelan a Dios.


30

Los ojos,

Arpones contra el muro.
Hasta que la mirada
Lo torne invisible.

Ángel Rafael Nungaray (Yahualica, Jalisco, 1968).

Es autor de los poemarios: Estaciones de la noche (2002), En el vacío de la luz (2002), Morada ulterior (2004) y Plexilio (2008).

Está incluido en Poesía viva de Jalisco (2004), Muestrario de letras en Jalisco (2005), Los mejores poemas mexicanos (2006), Animales distintos. Muestrario de poetas mexicanos, argentinos y españoles nacidos en los sesenta (2008) y Mapa poético de México (2008).

Actualmente es becario del Programa de Estímulos al Desarrollo Artístico, Jalisco.

   
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