FUE OTRA GENERACIÒN PERDIDA Dirán un día: sus hijos no tuvieron visiones que puedan añadirse a la posteridad. No poseyó entre sus filas el talento de un Hemingway o un Faulkner. Ni uno solo de los suyos osó nunca esgrimir una palabra bastarda, improvisar siquiera un gesto (cualquier gesto) que antes no estuviera concertado. No veneró profetas. No linchó traidores. Definitivamente ésta no fue una generación del porvenir. Deambuló solitaria por la tierra Admirando con ojos de viajero fatuo las cenizas. Siempre fue leal. No se deshizo en furiosas luchas intestinas, ni construyó trincheras o barricadas para hacerle frente a los tiempos difíciles. No hubo tronos que abdicaran en su época. Sus hombres envejecieron de una ruinosa claridad. Fueron casi felices. EN LA COCINA Has criado canas y várices Allì de pie, Entre las cazuelas viejas. Y un rostro magro Ungido por la grasa Y un silencio de abulia, Asco, hastío, Y la memoria visible de una tos Y un hijo POETA EXTRANJERO Este poeta extranjero no sale a la terraza. (Nunca sabrá si una mujer se arreglaba el pelo delante de un espejo en el edificio de enfrente de su casa) Tampoco está leyendo A Dostoievski. No cierra por tanto ningún libro para abrir otra cerveza ni piensa qué aburrido Dostoyevski, la cerveza, las mujeres, los libros, los espejos, mientras allá afuera la gente camina, come, fuma o se solaza bajo este sol sucio de septiembre. Este poeta extranjero en una ciudad extranjera no está esperando nada (ni siquiera la muerte) también sabe, positivamente, que nada va a ocurrir. . …le oyes medir la lejanía Ese huésped que antes del anochecer Cambió un último saludo con las sombras Ese caballero impasible ese enemigo- De párpado entreabierto y sigiloso ante tu puerta no vino a verte, no vino aquí buscando tus poemas. Mañana, cuando despiertes, El polvillo de unos zapatos Será otra vez su única huella Y la resonancia vaga de unos pasos En la sala desierta Y tus poemas, mudos como ayer sobre la mesa -intactos. SALMOS Y tu dijiste: yo creo en el país tan profundo como la noche/ Yo creo En la razón que tuvimos para vivir cada día como una fiesta. Y en nuestra propia historia descreída En la historia de un pueblo/ trenzada en la historia de una vez del sol En las historias blancas, negras, rojas, azules, amarillas -toda la gama cromática de tantos cosmos irresueltos Quemándose de pronto sobre mi cabeza en llamas- en un mapa confuso, premonitorio: en el almirante de ojos duros Que buscaba oro y descubrió ríos de sal Que ansiaba rutas y encontró pantanos: Una islita verde irredenta entre las lluvias en aquellos pobres indios sin otro humo ritual que el del tabaco Sin otro pan que un bodrio hecho de una ridícula raíz endurecida, Sin pasado, sin templos, sin una sola vasija acaso venerable: unos cuantos a lo sumo, felices. Y en el primer hijo: también, quizá, el primer muerto. II Yo creo y es una tibia conversación en la penumbra, un hilillo de humo detrás del cual zumba una voz- en el reloj que minuciosamente reconstruye, noche a noche, un ingenio derruido entre las cañas En los pueblos idos donde el polvo de la tarde se hace púrpura: Bejucal, Santa María del Rosario, remoto Guáimaro Y en el poeta que escribió los versos que cité - O en otro, tan obeso como gentil, Tan gentil como la arribada en la niebla de un pañuelo manso, Obeso, manso buey dorado, escapado de ti, olvidado de ti… Yo creo (secretamente) en el suicidio de un hombre sin identidad Que se ahorca en la soledad de un palmar Y deja un papel sucio donde ha escrito con lápiz: Ustedes conocen muy bien a mi asesino En la certidumbre de un patio a la hora del alumbramiento más horroroso En el principal efluvio de la piña joven (Puede detener a un pájaro volando) En ciertas palabras graves sufridas como hijos: El aguacero, la siesta, el mediodía, el café Pasadas de pronto y dulcemente a ojo desde una mecedora de mimbre En un barrio, una casa, unos abuelos, En un amor sin bordes /o con sus bordes tejidos por el hilo misterioso de la costa En una isla total En un insulto centenario -en ti, patria que eres o estás sobre tu propio peso endurecida- En una orgía de silencio En el pobre ángel jactancioso que bate al viento con orgullo su ala única, insuficiente En el elegante ardor que rumia oculto Las paredes de nuestras grandes culpas Purgadas con hálitos de alcohol y una mentira En un negro En una esquina rota En la esperanza mordida siempre con un rencor dignísimo En un ronco atabal de piel de chivo En unos ojos En una palma que se eleva absolutamente Y tú dijiste: yo creo ISLA-VIRGILIO Tu condición no es privilegio absoluto de unos pocos elegidos. El azar o, tal vez, esa insular costumbre nuestra- tan arraigada antes en tu nombre, Como ahora, definitiva o fútil, se aferra al mío-de sentirnos peligrosamente orgullosos frente al mar Consignaron a mi suerte este ínfimo destino repetido. Está escrito. Hoy o mañana sucederá. La tarde podría ser gris. El canto triste de un pájaro a lo lejos Confirmaría inútilmente la certeza del augurio ya previsto. Los ojos fijos. La cara tiesa como si dibujara una última sonrisa. Entonces pasará/sin altares dispuestos, sin jubilosas banderas encendidas: Me convertiré en una isla, isla como tú lo eres, como suelen ser el resto de las islas. Mis brazos se irán haciendo tierra y mar/me saldrán árboles en los brazos, Rosas en los ojos y arena en el pecho. También en mi boca las palabras poco a poco habrían muerto y, a semejanza de ti, -A semejanza de como suelen enmudecer todas las islas- A través de mi silencio fluiría tranquilo el húmedo sueño de los peces. Confiaré en que el agua no me rodee de súbito. (¿ o acaso soy yo quién ya no alcanza a ver su maldita circunstancia en todas partes?) Pero eso ahora no importa. Tú sabes -al menos eso decías antes de escindirte de la tierra para siempre, antes de ser Isla-Virgilio- Que existen islas enormes enormes donde la pupila es incapaz de anillar el hilo mojado de la costa Islas Donde el pez muere dos muertes: la última apestando a sal, podrido en sombras bajo los toldos de esas ferias Que cuelgan de las tardes de Santiago, ferias indistintas y también un poco muertas, también Un poco islas. Ah, Virgilio, mañana tendido junto a ti Divisaré el horizonte por última vez, Veré salir el sol, la luna Y, lejos también de la inquietud -finado ya, seguro a la postre entre arena y cocoteros- Repetiré contigo, muy bajito: Así que sí, era verdad. MUJER EN LA ESTACION DEL METRO ¿Quién no te vio, lejana, subir al rencor frío de este tren, Y entre papeles sucios y congelados ruidos Conjuró en secreto el nombre de tu amor Desde el oficio ingrato de las sombras? ¿ Quién no tramó en el aire un gesto tuyo, La boca apenas entreabierta, el posible beso De saliva jubilosa? Mujer así pensada, sucedida Contra este fondo senil de enloquecidos vidrios Mujer toda entregándose a destiempo, Ella, solo ella, pero, ligeramente vuelta, Reclinada ya sobre ese misterioso libro de los signos Que ahora de pronto y sin embargo habla Balbucea un lenguaje idéntico al chirriar del tren Entre las milagrosas gestiones de su mano. ¿Cuánto durarás ahí, muchacha en sesgo, Sentada en ese cuerpo por tantos ojos repetidos Y en el que apenas vives, Sino como un recuerdo recurrente, casi fatal, De estos túneles que hierven? ¿En qué próxima estación responderán tus labios Al beso previsto del extraño, a la caricia eléctrica, Difícil, Dentro de esta musgosa colmena aborrecida? No sea sino la terca persistencia de tu imagen Que se nombra en cada poseso pasajero, en cada Obscuro corredor sin aire, No sea sino tú, tu ser impropio, alternando amargamente Entre voces y llantos que fluyen sin castigo ¿Cuál es tu rumbo entre estos túneles y trenes de Santiago? ¿Qué memoria tuya, de ti misma, Será patrimonio de nadie cuando partas? ¿Qué deseo amargo, nuestro, se difumina contigo entre una multitud que ociosa desespera los andenes, Mientras otra noche repta buscando el intocado corazón De esta oblongada ciudad luciferina? Esto no es un principio -es un antes Después también será un antes. La hora posible en cada hora -es siempre 2 APÓCRIFO DE BORGES Beatriz Beatriz Elena Beatriz Elena Viterbo Beatriz querida Beatriz perdida para siempre Soy yo otra vez quien clama en el silencio Por tu nombre
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