Las palabras: esos ojos abiertos
han callado mis manos.
De niño, antes de conocer el nombre de las cosas
ya las había tocado
-no de una partitura (nací ciego de oído).
Siempre quise cantar, por si las cosas adquirían otra vida.
Pero mi voz
marchitaba las flores.
Así dejé la casa y el jardín de mis padres.
Cuando yo abrí los ojos, a los veintiséis años
vivía con María Callas y con Jorge Luis Borges.
Con bastón y batuta debí andar muy derecho por la vida.
Pero a los veintisiete, en el breve momento en que cerré los ojos
ya andaba en otro mundo. Y tú estabas conmigo.
El piano de esta casa es como un lecho.
De lo íntimo de sí
nace un susurro, voz, gemido
una palabra que convoca a los nardos que están sobre la mesa
a los seis alcatraces del florero, al listón, a la pata de elefante
en un coro de mezzos y sopranos.
Y con su canto a plomo, su canto al rojo vivo
se quiebran las paredes.
Cae el mundo.
Húmedo.
Oscuro.
Cae.
Y de un piano sin nadie por las noches
dos cuerpos reconocen sus pétalos, el polen, sus raíces.
Tantas hojas y frutos caen al piso
que esta casa es un jardín completo.
Y la música sale de tus ojos cerrados.
Yo provengo del agua.
Semen que no pregunta y que sucede
mientras sucede el árbol y los pájaros.
No me tiendo a vivir, no me estoy quieto, porque estas mis palabras
desmedidas me sacan de la cama y empujan a la calle con el rostro
en lugar del corazón y estos dos ojos que laten con mis huellas
acompasadamente.
Con más de dos palabras en los ojos
mi seriedad de siempre (la de hombre que poseo)
he repasado tanto estas últimas horas -al igual que si fueran tu mirada¾
que la nostalgia maúlla (la crecida del celo)
y siembro una sonrisa en despoblado.
Aquí es el hoy. La luz. Mi piel tan convencida de vivir
no se accidenta de olores extranjeros.
Y es que en casa hay inciensos poderosos, sazón en la cocina y el almizcle
del hombre que conoce mi rumbo y que me espera.
Él es el agua entre la piel de mi camisa y el latido.
Él es su consecuencia. Pero los gatos gimen (me dejaste
preguntas en los dedos)...
«El río es un hombre» -dicen-.
El hombre solo un punto. Distancia entre dos hombres: ebriedad
que los piensa. El ojo, el barco, el ave... distancias en la cera
de otro ojo iluminado.
Yo no guardo mi piel, no guardo estas palabras
aunque las haya escrito custodiado por cientos de kilómetros.
Yo provengo del agua, pero le temo al río.
- Y no sé nadar solo.
Te escribo porque el agua se escurre de mis piernas como un sueño
pantalón que agoniza a mis pies, desmadejado.
Los restos de mi pudor naufragan en las gotas que miras
en el sudor que sueltan las palabras a un ritmo acelerado, sostenido
por cientos de alfileres que me punzan como remordimientos.
Quedan en el tintero estas palabras:
«El sátiro se busque entre las piernas un nombre
que nunca será dicho en el poema».
Yo te nombro, Alejandro, con la música
y el abrazo callado con alguna mordaza. Y las piedras...
los ojos: un cúmulo de vuelos desprendidos del aire.
El eje imaginario de nuestras dos personas sobre su propio mundo.
Sus sombras incendiadas.
Permanezco en la tierra por los árboles -ellos la hacen posible-.
Me permito volar en las palabras y en ellas no hay mentira.
Cómo podría mentir, si soy en ellas.
A veces, no parece tan bueno estar cerca del mundo.
Como a las doce y media de mi vida, en medio del amor
también me desespero de querer que mi sangre no fluya tan despacio.
Que sea una sangre limpia, dolorosa, atada al corazón y al hombre que amo.
No traigo horas de llanto bajo los pantalones.
Han subido de tono los latidos.
Ya tenía mucho tiempo sin venir a buscarme, sin conversar conmigo.
Si tomé por asalto mis palabras, si no estoy para nadie (excepto Dios)
se debe a la nostalgia. Me están quedando grandes los recuerdos.
Me empujan a la orilla de mi cama.
Uno cree que morirse es nada más parar el corazón
(y qué hay con el oído).
Si uno quiere saber amar la vida
que la acerque a la muerte.
Hay lejos tan cercanos que duelen en los ojos.
¿Qué letra me defiende
qué palabra?
Un debatir de sábanas corrige mi camino.
Tengo guardado en casa un quince de septiembre y el tiempo tiene prisa.
Familiar a mi horario, ¿qué podría reclamar de este momento
si estoy hasta los huesos de mirarme?
Por el silencio subo, subo a decir que existo.
Como a tomar venganza de no abrazarme tanto como hubiera querido.
Subo a sentir -y siento¾ el apretón de manos que me ofrezco.
Y siembro una sonrisa entre mis labios
si tú estás junto a mí.
Hay que vivirse en uno.
Si es gota que se lleva a las espaldas. Con la sangre
gritando en los sentidos, en el ramaje oculto de la voz apagada
sin distancias ni horarios, jadeando de sudor y de vergüenza.
No vayas a culparme: yo soy también la música.
Tú bien sabes las cosas que te he dicho del agua.
Aquí, como en la sangre, las cosas son deveras. Acostado
en la vida digo mi sitio exacto. Para no estar ausente de la casa.
Para ponerme a tiro de tu vista.
Bien situado en mi cuerpo.
Adentro de esta piel que voy llenando.
Se llega hasta el amor serenamente, y se sigue por él
como si se viniera de regreso.
Ojalá que comprenda más de mí que yo mismo
quien te recuerda y canta.
Me dejas en reposo.
Los dedos embarrados de tu tacto.
Yendo por ti, hacia dentro
cruzando el alto cielo, Alejandría.
Seguro que confluyen en un punto, en esa gota a gotas
de donde provenimos.
Dices que fue el silencio lo que nos entregamos
además de un océano de saliva
velas de la respiración
entrecortada
y el mascarón sin rumbo.
Yo digo que es el agua
la que nos hace hablar a todas horas con los ojos
(adentro) de cada uno: hoguera en la retina
(no en la mano) quizás que sin engaño fue caricia
(cualquier lluvia) entre la siempre sombra del espejo.
No me gusta callar lo que las manos dicen así que abro los ojos.
Tampoco tú me has dicho por qué limpiar la herida si el mar es un paréntesis.
Al cielo de tu boca apunta el barco
su gran verga desnuda:
ahora no hay atrás.
Es agua lo que enciende
(la mirada)
-los ingenuos no viajan por el mundo que hace en la piel la piel.
Izo el silencio
lo que los dos callamos.
Me llevo ese demonio entre las piernas.
Tú tienes el infierno debajo de la espalda.
Tras el cristal, Dios nos expía.
Llueve detrás de Dios.
A dónde van los peces de ese océano tan alto
que se derrama al aire…
Cuántas islas emergen del silencio que hace erupción
sobre la piel humedecida por dormir
tan conmigo delicuescente linde cuyo contorno
de agua repasas con el dedo de una hoja de papel interminable…
Por qué los líquenes y el musgo crecen sobre nosotros
si el tiempo fluye y nos deja
sin un rastro de luz
enardecida sin
embargo más agua que los ojos del pez
que te remonta a besos a pu
entes de madera podrida apa
labrada por el viajero que fui y ahora pernocta
sobre un vaso tu piel
seca de astilla y llanto
de nombre y maderamen
des
nudo de la aproximación que representa
el que yo llueva en ti
y me petrifiques.
En el labio más tierno de la gota
la lluvia muere a besos.
No en el par
aguas
-dices
pero qué nos protege del llanto liberado
cuyo animal nosotros se comparte en la noche en silencio otra ciudad sin ellos
(¿?)
al costado
memoria del amor que nos levanta
y une
como labios a punto
de bendecir al hombre
que se hace hombre
(en el hombre).
A Dios no lo conforman los sedientos.
Por eso suelta el llanto.
El diablo es el que ca
lla.
Solo nosotros sentimos ese ruido
que hace el amor adentro
donde el aire es más leve y nos convoca.
Si supieras qué estrépito me cargo en las arterias
vendrías corriendo a mí
para callarme a besos
así como se callan los pecados.
Será porque anduvimos la ciudad en un río con sus lluvias y sábanas calientes
que yo supe de ti la trayectoria exacta para llegar contigo y aprendiste de mí
esa forma inexperta de compartir los sueños.
Vi en tu sonrisa un mar inhabitado.
Interrumpías mi música para que te escuchara y tu cuerpo era un aire inundándome de olas. Me tocabas -recuerdas- igual que un niño palpa a los batracios (entonces daría un brinco) y me faltaba el aire y me estremecía el agua.
A qué vino pensar en el futuro si el presente no existe: si nada más vivimos
cuando amamos.
A qué decirte amor vamos viendo el silencio de nuestros propios ojos
lo que esconde la piel incircuncisa.
Ya la piel no me importa; pero tu voz, tus ojos, tu sonrisa, tu tacto cómo
los recupero.
Me sirvo un vaso de agua y el mar te trae de vuelta. Oigo un disco
cualquiera -el de Lisa Gerrard (La-bàs, song of the drowned)-
y el silencio
deja una capa espesa de semen
en mis manos.
No nos hizo falta Eva.
Pero Dios, que hizo a Adán multiplicado
por qué nos daría el agua si la sed es prohibida.
Agua, donde fuimos procreados
-peces + tal vez +anfibios para que luego el aire nos incendiara el pecho.
Aire que mueve el mar... y nos ahoga.
Parte el silencio la nuez de algún deseo
y aquello que dejamos nos consuela.
La abierta oscuridad
es quien reclama al otro
lo anticipa.
La noche viaja al ritmo de los dedos
que entre sí coquetean.
Le hago un hueco en mi asiento
-como a una pesadilla-
y dejo que me ronde la serpiente
por decir
el relámpago que vive en nuestros ojos.
La distancia deja escapar su línea del destino.
Revolotea una mano salpresa por mi pierna:
y en el aire también viaja el genoma que empareja mi mano
a tu cintura tu gemido a la noche el semen a la luz.
Qué rápido perdemos lo que está en nuestras manos y no nos pertenece.
La costumbre es la gran distractora de la felicidad.
No vivimos igual en movimiento que firmes en la casa.
No es lo mismo la marca de los dientes sobre el mundo a la tinta sobre un papel en
blanco
su vuelo conmovido en dirección contraria.
Es el hacha del día la que destroza el sueño como a una nuez madura.
El final y el principio no se eligen en un juego de manos.
La vida tiene una mecha suelta.
Aquello que pensamos que no vuelve es lo que está adelante del camino.
El hombre no atropella sus deseos: los deja en las orillas en las cosas de mínima importancia bajo la turbia tinta que escribe del agua transparente. En los varios papeles que celebran el gozo del trayecto una porción de mí no te abandona.
Al amar otros cuerpos encontramos el nuestro.
El que se clava más a nuestra cruz
que nos da sombra.
Quemo en un cenicero el boleto del viaje. El fósforo pregunta si será necesario arder la noche entera para volver al día donde no pasa nada.
El alcohol es posible porque otro es quien lo bebe o aviva su memoria.
Hemos amado mucho en poco tiempo.
He aquí nuestra ebriedad.
Y la resaca.
Ningún viaje culmina
si nadie
nos
espera.
Tiene la transparencia del deseo
toda la obscenidad de la ceniza
y lo que es en la luz
crece en los ojos.
No ensuciemos el roce
con la palabra
espanto:
la que nos dice menos
del asombro
la que apenas murmura
la osadía
de llamar
al mar ido
en brazos de otro océano otro
huracán
: el otro.
Tejer una bufanda para colgar el tiempo es una espera inútil.
Mejor el hilo (que se enreda en el cierre) del pantalón.
Ojo supremo -que se abre
a otro
mañana.
Pero decía que el miedo (sombra de la pasión o su vestigio)
anda por nuestras manos.
Se nos enrosca.
Silba.
Por tu lado, en la huerta, manzanas amarillas te atacan a mordiscos.
Cubres tu desnudez con el ojo
desnudo que encierra nuestros párpados.
El deseo de poseerte se me va de las manos
como el sudor o un hilo...
el miedo
teje
a diario
una misma
buf
an
d
a
.
De lo que es en la luz
enloquecemos.
Hablo por ti en nosotros, pero qué es desde ti la transparencia.
También eres un niño que se asusta
al usar la bufanda atada al cuello
desde el cuello del otro
y saltar
al vacío.
¿Por qué clarean las palabras
en la prisión oscura del ser tantos en uno?
Voy a la calle. Soy la calle.
El hombre de la esquina
y quien se acerca.
Uno siente que no le debe más a las palabras
y es (solo) a otra persona (a veces inventada) a quien le interesamos.
Este niño que somos tiene una calle entera para sí
(con su nombre
ficticio).
Gotas que sirven para ver quién se asoma, si es que suelta el aliento
la bruma indispensable para sentir el frío
y el ansia de otra voz
a nuestro lado.
Por eso alguien inventa su historia con la punta del pie
sobre la nieve.
Por eso existe ese alguien.
Nada más por el frío.
Los deseos y las culpas tienen el mismo peso
y forman al mismo hombre
sobre la misma calle.
El deseo no tiene más certeza
que su disipación en el azul del mundo.
Y pese a tanta nieve en la palabra que va formando al hombre
la escritura se esfuma.
En otra mano
lo blanco de la página congela nuestros ojos.
Un copo de otra fiebre
es el que hace la luz
su asentimiento.
Entonces damos vuelta por el camino blanco.
Así se inventa Hansel
la migaja.
1. SILENCIO DE QUIEN SE VA
1.1 Me soy desvaneyendo de mí con sí contigo.
Como una sonda incisa, astil, reverberada en clavos cardinales, estáticos como la
/cruz del ojo.
Pareciera que orino sobre el mundo...
Nos lo dijiste vos
con esa voz no mía.
1.1.2 Y la niña inorgánica retoma la falena y el lunfardo para decir sabés, sos un
/cabrón
de modo encandecido, igual que fue la infancia
rosal y temblorosa como los pasadizos que conducen a mí desde cualquier esquina
/del silencio
tan simultáneamente
: por qué mirás si orino
que tal y tal
regresan al espejo que se estrella en la laca broncínea
de los que saben
todo
: aunque esa no es la bronca.
1.2 Estoy en dicho inciso, alfil recuperado de lo que no decís, ah, dama
/iconográfica
de mi córnea más cierta
(Pareciera que duermes en mi glande, como una gota)
virgen
y coterránea.
1.2.1 Y te lego el silencio de quien se va a sus pasos
para rodar en su ojo
por esa lengua austral y armamentista de los tan soleridos.
¿Ya no pensás que vos sos la cabrona
(uy, péndula verdad + la aguja y la macana)
con un dejo de asombro por enfrentar al mundo dentro de un pantalón
/que no te pertenece?
1.3 Porque vos lo dijiste:
pareciera que orino sobre el hombre
... pero no bajo el cierre de mi boca.
2. CEGUERA DE LOS QUE PERMANECEN
2.1 Mudo de mí a los otros
que me son
y milonga.
A su arbitrio los doy en penitencia
(por omisión) y culpa.
No puedo ver en mí. Me basta con el ojo de aquella mano tuya que me permite
/hablar
y el cuerpo que desnudo debajo de los párpados/
2.1.2 (Me almo de voz y vos) /ah, desalmada.
2.1.3 Si es la luz argentina
dejo la vista en blanco
(qué nos diría juan gel/man).
2.2 Tiro el bastón, la flecha con que crucificaron mi pasión y onanismo.
Vuelvo al tímpano azur, al campo de sinople, a la placenta elíptica de mi voz
/en el agua.
2.2.1 Después del ecuador, el giro es a la inversa.
[se oye un flujo grabado]
2.3 Están las cañerías desahogando sus lágrimas
/encabronadamente.
Epílogo: si alguien dice morir... se va el silencio
pareciera...
Tanta la oscuridad
y en el deseo no hubo espacio a dos hombres
que iban solos
uno detrás de (sí)
otro
(y lo que le rodeaba)
funámbulos
de una extraña raíz
encarnecida.
Oscarcomelaluz
diría de ti cualquiera (de aspecto sentencioso).
Pero el cuerpo
en todas sus salivas desandado
ocupa su lugar
en las paredes + al fondo + del pasillo + sobre la escalinata
en el cine que es un país inmenso de tan nadie.
Afuera Dios
más solo, la noche
casi estéril, el pan
en otras manos, el corazón
caedizo, en un acto de fe
que no es para esta noche.
De luz menos cohibida que estas manos
están hechos mis ojos.
De suficiente fe.
Su forma verdadera no la ha mirado nadie
porque son más inútiles cuando están en la cara.
Ni diez dedos desandan su camino
ni la brújula impar
de quien más amo.
Alúmbresme en el pecho este ojo, mi ojo
que aparece en el cielo piedra en luz
para franquear mi sombra.
Y vuele
y vuelva yo
de otra mirada
sin tener asidero que no dure
por lo menos
tu cara.
Lenta luz del olvido
la que me hace
callar
la sed
del
ojo.
La luz es una ausencia que se cumple
dentro y fuera del hombre.
Si su cuerpo no puede contenerse
hay demasiada carne en el espíritu
se deshace de sus pudores líquidos en una espuma piel
más otra en tan lejana.
Vapor
que abre los poros
hasta la incandescencia.
Pastilla jabonosa al descubrir los pliegues
del deseo, sus íntimas conjuras
la revisitación de una infancia cercana y su contigüidad
con el afecto erguido.
Humectante y pluvial, la luz
: el hombre.
Tal ausencia es un cuerpo compartido en el sinfín del tiempo.
Antedespués del agua que fluye (más afluente)
cuando la piel se aquieta y adelgaza.
¿Qué cuerpo: el tuyo en mí
o este otro que te penetra y forma de burbujas
a un tris de reventar entre relámpagos?
Espejo insomne el muro
la toalla de algodón
el goteo de unos pasos que redoblan el corazón en dos
por dos metros
ajenos.
Tal cuerpo es quien recibe la inhumación del otro (la luna de su vientre)
para alumbrar el piso y sus rodillas.
No la hostia de jabón
sino los dedos hacen que la plegaria se suavice
y descienda hasta mí (completamente tú)
en una variación lustral del agua.
El tiempo cae a voces de sudor sobre la nuca.
Desmorona la carne a su contacto.
Es otro el hombre limpio.
Otro el amado.
Sal
de una luz
tan última en su origen
que conserva su nombre humedecido
que no sale a la luz
de los vapores.
Tal espejo
de Dios
somos
los hombres
más ardientes.
La vida está también en la palabra.
Y tú la has pronunciado.
La expresas en las cosas ya desaparecidas
las fotos al revés en las paredes
las cruces del camino
las prédicas
el polvo gregoriano
que mi mano sacude
el polen que en los huecos de mis ojos germina
y almacena la miel que hay en los tuyos.
El aire de la muerte no se lleva las flores.
El polvo es quien regresa a su terruño, velo
de viuda y madre sobre las cosas solas:
pianos abandonados en su quehacer de música
páginas sin oír, palabras nunca escritas
lugares de la piel arrinconados
cuencas del cielo
moho.
El canto es un bastón
centro del mundo
que en la madera vive.
Flor eterna
el silencio
ceniza de cenizas.
La muerte está en el fuego del árbol de la vida
-al fin la sombra propia es la que tizna el cuerpo-.
El humo
en la palabra.
En el canto del árbol hay un fruto de cuervos y palomas.
En su raíz, la estrella.
¿Adónde fue la flor que pronunciaste cuando nos conocimos?
¿En qué leyenda nahua se marchita?
En esta red de araña se enreda mi silencio
-también la luz
se pierde.
Mi boca desvelada traza una cruz de besos sobre el piano
en una confesión de oscuridades.
Y él me muestra sus dientes luminosos.
Pero la caries... es
Pero el veneno... no
Las lentas velas vivas de la palabra tiempo
(E lucevan la stelle)
escurren unas notas de arena
y parafina.
Al tictac de la música
(Recondita armonia)
yo quisiera cantar con mis dos ojos
las veces que mis brazos sirvieron de columpio
a tus caderas
cuando al ponerle tierra a los helechos
un incienso lavanda desprendía de una rama
tu cintura
y por cambiar de sitio a los rosales
dejamos nuestro rostro
sin espinas.
Estalla interminable la flor de ocho años tierra.
Sus fuegos de artificio se elevan entre nubes.
En medio de su canto gregoriano
[el canto es una flor, según los nahuas]
el cielo se revela.
Volutas del copal surgen de una maceta.
Y mi voz es el aire.
Incendiamos la casa de Puccini (Vissi d’arte)
para entibiar un piano que ahora está casi ciego.
Cuando el agua del día
-sobrante del lavado de platos y una ducha-
oscurece los pisos, paso mi mano
miope por la espalda del piano
para calmar su angustia.
El sol bemol p i a n i s s i m o
se oculta entre las nubes.
Duermen en mí sus notas
y hasta el silencio calla.
En la palabra flor hay un milagro
que levanta mi aliento.
(Al final está el sol)