Lo
originario en el hombre (...) es aquello que desde el principio
del juego
lo pone sobre otra cosa que no es él mismo; es aquello
que introduce en su experiencia contenidos y formas más
antiguas que él y que no domina; es aquello que, al ligarlo
a múltiples cronologías, entrecruzadas, irreductibles
con frecuencia unas a otras, lo dispersa a través del
tiempo y lo llena de estrellas en medio de la duración
de las cosas.
M.
Foucault
Maitines
Yo
no sé escribir y soy un inocente,
Nunca he sabido para qué sirve la escritura y soy un inocente.
No sé escribir, mi alma no sabe otra cosa que estar viva.
Gastón
Baquero
Es de mañana, cualquier hora. Sobre el
zumbido de los autos, sobre la escoria que se desprende quién
sabe de qué alturas se pierde el silbido de un (último)
pájaro. ¿Dije pájaro? Yo me levanto apenas.
Saco el pie, absolutamente blanco de la cama. Muevo el cuerpo
(éste costal de carne) aflojado por el golpe constante
de la muerte, por los pequeños males cotidianos, por el
roce continuo de las espinas de la noche.
Luego vienen el túnel,
el pasillo, las largas escaleras, el descenso; una perilla que
abre la cochera, la puerta del viejo auto que esta mano ajena,
que no parece mía, maniobra con destreza. En el aire se
agita el polvo de la prisa, la respiración insuficiente,
la imagen (las palabras) que habrá de defender durante
el día.
Luego las calles grises,
los rostros denodados, los árboles cubiertos por el hongo.
La oficina sin alas, el escritorio blanco, el teclado sin nombre,
los laberintos de la cibernética, esperando. Y en el aire,
decapitado, el cadáver del día, la copa negra.
El
mundo es una mancha en el espejo.
David Huerta
I
Ahora me levanto, diluyo la mirada en el espejo
veo este hombre que soy/ este individuo/
que intenta sonreír mientras la mancha
en el vidrio profundo lo devora.
II
Miro al espejo: este hombre
en que me he convertido.
Sus miembros largos, la cabeza imposible
sostenida tan sólo por un delgado cuello.
Padezco su desnudez involuntaria.
Su piel cansada que reclama el tacto/la caricia.
Su sed de manos tuyas, de tu cuerpo.
Su insistencia en hacer volar
los sueños
en fabricar puñados de palomas.
Entro en mi corazón
como una barca
y dejo que sus velas me conduzcan.
Miro al espejo, este hombre
esta figura endeble
abre la boca al fin, milagroso,
echa a volar los pájaros y el río.
***
Duermo
al fondo del pasillo
junto al foso que cuelga del espejo
y miro ahí la sombra retratarse
en paredes de cal y puertas viejas.
A veces busco un ojo en las
cantinas
un violoncelo herido, unas palabras
un poco de limón con su cerveza
o un pedazo de mí, en alguna silla.
Navego en soledad
sobre el lomo del siglo que agoniza
siento su golpe destrozar mi tiempo
y su perfume, artero, dislocarme.
Otras veces escucho su jadeo
espinoso surgir desde mis vísceras
cuando duerme en mi cama, su cadáver.
***
Doy
un trago al café. Miro mi mano
la cicatriz del dedo, su aspereza.
Alguna vez estuve en el principio
y mi ojo de ágata, quieto como una roca
retrató el amplio grito del relámpago
la tierra del silicio y la ceniza
Bajo mi piel ahora alguien
recuerda
alguien habla del viento
y sus paredes
alguien teje otra vez viejas palabras
sobre el veneno claro de la vida
Doy un trago al café.
Todo regresa
todo vuelve de nuevo
hasta nosotros .
La boca busca otra vez los nombres
que tuvieron las cosas algún día.
Todo se va de nuevo. Doy un
trago.
Ninguna cosa es. Nada regresa.
Ninguna cosa fue :sólo
este viento
levantando espejismos :esta arena
que se llama la vida, entre las manos
***
Esta
es la máquina de escribir
colocada en esta mesa.
Éstos, mis dedos tecleando las palabras.
Esta es la cara mía
que se marchita
y éste, mi cuello con su vena ardiente.
Ésta es la silla muda, éste es el cuarto
y estas son las paredes manchadas por los sueños.
Ésta es la cama y aquel es el espejo
en donde habita un hombre que envejece
y que a veces me mira desde lejos .
Éstas son mis pupilas
y mis párpados
y éste, mi corazón con su latido
y ésta, la lengua mía que se apasiona
y éste, mi cuerpo mío que empieza a hundirse
como un molusco suave en este río
mientras lluvias de sal cubren el mundo.
***
He
dejado mi cuerpo en el olvido
mis ojos en el gris rincón del cuarto
la noche inundó ya mis cajones
y los cauces abiertos de la sangre
avanzan al desastre o al milagro.
Ah, quede sin oficina y sin
archivos
sin frenos de poder, sin documentos,
con la ropa de ayer, la muela rota
y este polvo mordiéndome la carne.
No volví a la familia,
me extravié
entre calles que abrieron sus esquinas
y vinieron a ser un laberinto
Me quedé con recuerdos
y tatuajes
quitándome la luz de las pupilas
y en mi cuello bebiendo como pájaros. |
Jorge Souza
(Guadalajara, Jalisco )
Estudió la maestría en Filosofía en la Universidad
de Guadalajara.
Ha obtenido varios premios en certámenes literarios nacionales
y colaborado en numerosas revistas y suplementos periodísticos.
Actualmente es investigador del Departamento de Estudios Literarios
de la Universidad de Guadalajara, y jefe del cierre de edición
en el periódico Público.
Ha obtenido varios premios nacionales. Ha publicado los poemarios
Tela de la araña, Sabedores tristísimos
de ningún remedio, Luz que no vuelve, Saliva
de que dioses, En las manos, la niebla, Las Cifras del
fuego.
Este poemario del que publicamos un fragmento fue premiado
en 2002 y será publicado por ediciones Monte Carmelo próximamente
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