Al niño que fui…
Inasible EN EL UMBRAL Cuál es la puerta aguardando la sombra del que soy, del que he sido siempre yéndose a los tantos vientos cardinales como el que brizna, polen ciego anhela vislumbrar algún indicio de una flor cualquiera, señal donde se funde el venidero reino. Digo puerta y acaso sea una ventana rota, un pedazo de vidrio, un vacío por el que la luz se filtre, cárcel que abolirá sus hierros cuando decida el fuego del hombre: amigo mío que a veces soy y que dentro de mí se esconde, amigo que me dará su voz, manantial de canto, luz y llave desmintiendo los ilusorios muros de la prisión donde ya no vivo porque muerto estoy y no sé desde cuándo. ECOS DE LA AGONÍA Fui sólo sombra habitada por el desdén, por los caprichos de la luz vagante. Fructificó en mi ser la desventura y puntualmente repartí sus dones; a veces la alegría dejaba en el aire su estela. Árbol solitario, pan de la multitud, fui lo que pude. De repente todo se va muriendo. (¡Dios, cierra los ojos y mira tu obra y compadécete de ti!, pero si soy yo el hacedor de tanto fruto estéril, mándame de una vez al infierno y olvídame. ¡Acaba ya conmigo, Dios, tú ganas!) Hoy, al borde de esta tarde yo también me muero, para luego tal vez recomenzar... TRISTEZA INVERNAL Otra rosa floreciendo en el sueño: Una esperanza más para ser deshojada. Sucede que amanece y estoy solo como yo mismo y otra vez el juego, la ironía, el escarnio con que me pregunto quién soy ahora. Abro apenas los ojos, tímido sol naciente queriendo decirle sí que sí a la vida... Entonces la agonía empieza, la vergüenza de saberse vivo; (aunque no, no es ésta flor deshauciada, sol negro lo que ninguno atreveríase a nombrar vida.) Doy pie a la batalla pero no tengo manos para hundirme (o sacarme) la espina de frío que taladra, que pudre mis huesos. Árboles, los tristes árboles desnudos, fantasmas que vuelven más trágicas las horas grises del exilio en un invierno desbordándose, y tanto invierno no cabe no cabe en este harapiento corazón mío que escribiendo está mientras llora. PRESAGIO Tú pretenderás saber la verdad del mundo que nace en ti mismo mirarás al cielo entonces y es nada lo que verás andarás luego como un loco y la vida te será ajena tocarás mil puertas y nadie ha de abrirlas hasta cuando calcines en tu mirada a ese Sol Ciego que con tu muerte se alumbrará. DÍA DEL JUICIO La esperanza es fruto que ha de comer mañana el hombre, escribes pero qué me dices de ti, de tu hambre insatisfecha, de tu maldita miseria humana. Crees vivir y en realidad no te consta. Te engañas. Gozas imaginando un cielo enorme aunque te quemen y resuciten las angustias del infierno. De tu infierno. Tú no sabes vivir ni morir. Te conformas con habitar los recintos de tu abnegadísimo mundo donde sólo monologan voces fantasmales. Allí permanecerás hasta el día del juicio, hasta cuando verdaderamente te mires cara a cara, Julio. CONJURO AL FALSO YO A todas partes llegas cuando yo llego y si decido irme tras de mí te vas ¿Quién eres? ¿Qué te crees? Saludas con mi sombrero hablas por mí sonríes callas lloras cuando yo no quiero ¡Hipócrita! ¡Bastardo! ¡Sombra de mi sombra aléjate de mí! PROEZA Hay quien dice que la mayor proeza del hombre es vencerse a sí mismo. Yo, sin embargo, huyo del demonio que me acosa: cada vez que puedo me escondo de mí pues siempre gana la fidelísima sombra que me habita. INASIBLE Déjame imaginar tu rostro para saber que existes, oculto desde siempre en la penumbra de mis pensamientos. Creo oír tu voz: cierro el oído y sólo palpo mis respiraciones. ¿Dónde he escuchado tu nombre que me traiciona la sangre, a qué silencio te fuiste, desde qué cúspide te aferras para no llegar? La vida, joven aún, nos aguarda con su cálido beso. Cantemos unidos hoy como yo canto entusiasmado para hacerme real, porque quiero ya iluminarme con mi existencia. |
JULIO CÉSAR AGUILAR |
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