LA PIPA DE RICARDO REIS






El dios Pan no ha muerto...

Las huellas de su mano derecha —fina, de uñas casi en débil flama—

irremediablemente perfiló mis contornos, mi vientre de ébano

(de ébano y mate el sabor del tabaco moreno).

Ricardo Reis no ha muerto:

Permanece en la cazoleta, en la boca donde el fuego es lentamente vespertino,

casi lluvia en el café de las cinco

(pareciera que Lisboa se concibió para fumarse en un saudade de tarde, café

y lluvia..., siempre de lluvia).

Ricardo Reis no ha muerto:

Abrió la caja de las cosas por mi boca en lánguidas bocanadas, en el ébano,

en el piano lento del ébano.

Reposándome en su mano derecha, Ricardo me hizo real, tan exacta como el humo que delimita incisivamente las palabras evasivas de la melancolía,

melancolía que sólo se respira en el aroma del tabaco.

Reis respiraba, a través de la savia volátil, la esencia de los pensamientos

pues la tarde no era para hombres ordinarios sino para quienes cuestionaban

las banalidades de una flauta en el mejor cuerpo que fue el humo de las Antillas.

Reis supo del peso preciso de la tarde cuando llovía en Lisboa.

Lo supo y bien que pagó su precio.

El dios Pan no ha muerto...,

quien en mí fume (de creerlo así) tendrá un reloj, unos lentes, una pluma:

Un baúl lleno de gente que espera se le conceda la palabra que nombre

las rutinas más banales, más anónimas, la vida más ejemplar de un oficinista;

y continúe el fingimiento de un dolor que completamente finja que es verdad

el dolor que sienta.


ORACIÓN DE UN POETA ARREPENTIDO

(Contra la abogacía)




Señor, estercola mis dedos y medallas en las que ya no creo. Aunque tengo terrones en la boca, oxida esta muela que ensarra la blancura de la rabia, enloquece el canario de escribano que soy mientras cansado vivo para otros, para quienes soy el peor animal en esta escritura de fabulita: Enferma mejor los palos de esta cama donde el cansancio ha caído en cama.

No te ruego que me libres de la astilla del Diablo, es tan tuya en tu mala broma imaginaria. Líbrame, Señor, del nombre que se me atora en la garganta, pelo embarrado en el bochorno de los juzgados: Líbrame del femenino geranio de los abogados, de los Obarrio Salsero, tus diablitos de afilado mentón, de lagrimita en beso, pero putañeros de oficina.

Estoy un poco calvo, Señor, pero mis nudillos han soportado tus rigores: Rasguños en el pecho del orgullo, puteros en el bocado de un pan barato. Cierto, a veces he pedido el estado quebradizo del calcio sólo por ver cómo se golpearían las orejas las rezanderas en el barullo de mi velatorio. Sabes que no tuve la gracia de morir joven o de católico quemado por tus propias sales. He visto cómo se fueron muriendo los ídolos dejándome una guitarra de alcoholes sin las seis cuerdas creadas en la memoria por un beso adolescente. Me has designado la peor forma de morir, la pipa abierta en la boca del fastidio.

Ahora tengo la mano negra y algunas uñas astilladas por el odio. Pero no te pido que me libres de estos geranios ni de sus amores de media calle. Por hoy, Señor, sólo te pido que me libres del espanto del espejo que es pagar mis pecados en el lavadero de estos diablitos tuyos, los abogados Obarrio Salcedo.

Que descanse en paz. Así sea.

   
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