12 Nadie debe mirar lo que encuentra. La promesa está al final del futuro. El retorno es una vasija llena de nostalgia. No es conveniente mirar, sólo danzar en las huellas de otro cuerpo y purificarse con su desgracia. La noche apresó mi sombra. La hizo luz: desaparecí. En cada sueño construí una patria. Compuse un himno y se lo enseñé a las aves que acompañaban mis recuerdos. Enmudecieron. Inventé tres colores a mi bandera. Perdí la vista. Una voz me habló del blanco, miré: soy un águila sin serpiente. Descendí la mirada a un pozo de agua. Tenía sed de distancia. Detrás del camino escuché el lamento de los trenes. Me subí a un árbol, miré la lluvia. Un relámpago dijo su nombre y desapareció. En un sueño lo encontré anidado en el mar. Varios días apresuré el andar. Siempre retrocedía el paso a un recuerdo de Marpa. Mi destino era el canto. Nunca mirar el horizonte, ser aroma del espíritu que aturda los pensamientos. Soñé una infinitud de espejos. Nunca encontré mi cara. Sólo reflejos y más reflejos, y ojos y más ojos que no eran los míos, y sangre y más sangre, y lluvia, y mar, y piedras, y arco iris con tres colores y su nube, y al olvido con su memoria. Entonces dije: no hay destino, todo es una burla, no es posible el regreso y su esperanza. Lo único cierto es la cicatriz, las manos agrietadas, las lágrimas, la ausencia del abrazo, el otro y su tristeza. La luz tiene sombra; la sombra, una esperanza de luz. Desconocen su cercanía. Nosotros lo advertimos, es inútil. Nuestro lenguaje está vacío de otredad. Pensé en las palabras con infinito: amor, dios, tiempo, ser, nada, poesía, mujer, tristeza. Después, era otro y su infinito. En el camino encontré un cementerio con sus voces. Construí un eco. Escuché una música sin ritmo ni armonía. No entendí nada y dormí. En el sueño, canto de voces infantiles. Desperté. Un cuervo destruía una rosa. Voló con una guirnalda en el pico. La rosa fue devorada por el viento. El cementerio parecía un paraíso perdido dentro de la ciudad. Me persigné. Aplasté otras huellas. No me fui, se quedó mi esperanza germinando en las tumbas. Comprendí que la vida es desconocimiento; la palabra, la herramienta más precisa para dibujar el viaje y escribir retornos. Al cuervo y su guirnalda lo encontré en un espejo; su plumaje era rosa, su canto semejaba una música de arpas. En un desierto pensé en el agua y su caudal de esperanzas. Me sumergí en el pensamiento y encontré agua dentro del agua. La bebí con mis ojos. Me sentí lluvia que calma la sed del río, cascada, gota, rocío. Entendí la suavidad del viento, el tímido calor del fuego, el sabor de la tierra. “No hay mirada”, me dijo una voz parecida a la mujer de Marpa. “Regresa al centro de tu viaje y vacía tus recuerdos. No hay mirada. Todo retorno es un estar en la longitud del punto. Recoge tus huellas, pronuncia tu nombre en la dimensión de tus silencios. Ya no inventes ningún dios, quédate en la transparencia.” Pasaron muchos días sin recordar nada. No pude encontrar esa voz. Dejé el retorno. Recogí la luz que le faltaba a mis ojos. Recobré la distancia y sus años. Entonces dije: el destino es abandono, nostalgia del viaje. No hay mirada. Pero algo, lejos, fuera |
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