Serenas estaciones

Vivo de posponer la angustia
que corre como escarabajos adentro de la sangre,
con la muerte, siempre incierta,
que circunda el laberinto.

Vivo, oscuro camaleón de los sentidos,
en los placeres que desgranan
cada sueño interminable.

Reconociendo los rastros
que dejan la lumbre y el estío,
las viejas noticias de nuevos viajeros,
el cuadro intacto y luminoso
de una tarde tropical.

***

La misma tarde que borró la lluvia eterna
de todos los inviernos
derramados por los ojos de este mar,
más allá de la silueta de tu cuerpo
y sus vislumbres.

Guardo, sin embargo, la memoria
clavada al viento
de unos gestos improbables
y el amor que roza los delirios
en una mansedumbre de sábanas y piel.

Es la repetición
de la voz que trajo el sueño
para anunciar la costa de los hombres.

***

Nuestros cuerpos,
tragados por la luz del alba,
se han tejido de arrecifes,
marejadas
y pájaros cortando el cielo
como espadas.
Trazos que al final son los silencios,
la estación de la ternura
y un aluvión de signos precipitándose
a la vida
como una noche aún despierta
y deslumbrada.

***

Sin embargo, no es amable la palabra.
Y toco el acento gris
de los mares hibernales,
donde la claridad se hizo tropical
para cortar los cabellos del espacio
y acariciar la desnudez
de las ciudades que aguardan
(siempre)
serenas estaciones.

***

Porque echada está la suerte
y pocos invitados habrá para el convite.

Recuerda siempre el pensamiento aquel,
las nuevas señales y las mareas del Pacífico,
donde el amor hecho carne
ha venido a dibujarse
como una invitación abierta y transparente
que nos trajo el universo.

Allí construiremos ‹algún día‹
la mansión más hermosa
que pueda edificarse para el hombre.

***

¿Qué devoción habría, acaso,
en los ojos que te miran
atravesar imágenes y nuevos arabescos?

¿Cuál sería el primer signo,
el mensaje impronunciado
que acercaría tu cuerpo a este puerto
bañado por las olas del deseo más intacto?

Soy, tal vez, el signo de una espera prolongada,
no la comparación descomunal
de dioses y mortales.

***

Ya no habrán caminos nuevos ni estaciones.
En Saintes se desplaza tu cuerpo,
gaviota alada
de este trópico silvestre.

Vendrás nuevamente, como todos los sentidos,
barrenando las nuevas singladuras.
Abierto el cuerpo al amor,
a la siembra de lo fértil y los marasmos.

 

Los nuevos sembradíos

Dame todos los latidos
y este rostro único y ajeno,
maquillado de palabras y silabeantes acantilados
que conquistan los cabellos de la luz.
La piel que es un paisaje prolongado
que reposa sobre el aire
y las fuentes,
dispersas por la tierra lejana y azul,
donde beberé despacio el néctar de tu cáliz
regocijado en los placeres.

***
Eres todavía un estallido inconjurable
en los adentros
y te nombro con el nombre
de una afilada orquídea,
un aciago temblor de los marasmos.
Y así, cercado de estaciones,
labro el silencio de un mundo agreste
con nuevos conjurados.

***
Porque vendrán otras jornadas,
que reunirán la descendencia:
los seres que poblarán la tierra que dejamos,
los arrebatados soles que tiznan nuestra piel
y los inviernos.
Pero también, un cántaro de agua
y una hoguera, dulce y febril,
como el ardor de la poesía.

***
Y así,
sílabas cimbreantes,
recogidas en medio de la bruma,
desgranarán tu nombre
y luminoso para siempre
tu cuerpo se encenderá en la nocturnidad.
Mañana,
cuando el sol toque la medianía de la tarde,
abonaremos, dulcemente,
los nuevos sembradíos.

   
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