IV LA COTIDIANA VIDA El cuarto día, Dios le otorgó al hombre las pautas del juego; los movimientos rítmicos, las repeticiones, las hábiles maniobras circulares, para que al fin creyera que tenía entre sus manos un sólido camino que corría por distintos niveles del Nintendo hasta el juicio final :su postrer triunfo COTIDIANA En la trilla de un tren que nunca se detiene En la estela de un barco que naufraga En una olilla, que se desvanece En los muelles los apeaderos los trampolines los malecones Hay Cadáveres Néstor Prlongher Esta voz que aquí escuchas no es mía. No sé de dónde llega hasta estas letras ni qué me dice a mí, que he prestado mi lengua a su propósito. No sé tampoco que pide de ti, que deslizas tus ojos en la página. Puedes cerrar el libro y continuar tu sueño ; imaginar una vez más que vives y que este cuerpo tuyo (moldeado por tu mente) tiene ahora en sus manos sólo versos. Pero si quieres continuar no temas. Esta semilla urdida con palabras no pretende tocarte, ni construir en tu oído un nido propio para echar sus raíces y alzar sueños. Estas sílabas rotas apenas servirán para lanzar tal vez alguna flecha al tiempo que se expande y que te mata ; apenas marcarán algunos puntos de referencia para que los mires. Te pido que no enfoques las palabras ; no atiendas la sintaxis ni el tendido del texto en esta hoja : escucha sólo el ritmo de esta muerte que se abre como una flor de hielo, el rumor de las voces que tejen el silencio en tu costado ; los estratos de cal, que se deslizan sin que puedas verlos ; las redes de polvo que caen sobre nosotros cada día ; observa más allá de esta luz el oleaje de un mar que no termina ; las barcas que se elevan sin nosotros sobre la espuma roja de ciudades vencidas por la furia : y la llama de luna que se enciende y resucita al borde de tus labios : escucha : los animales de la noche vienen a morir entre las letras. Observa el mecanismo que rige los relojes, la estructura que da sostén al mundo ; la sincronía de sístoles y diástoles ; el vacío de los ojos que construyen el argumento tuyo en el cerebro ; agita este ramaje en que tú y yo somos dos hojas : el mundo y la mirada, la atadura y el nudo : el espejismo que surge de la arena y luego se disuelve y se olvida Abuelo mío ahogado por el cáncer ese animal del cuello, erizo negro de tu almohada escucha tú que alzabas la copa de la risa ante el niño que fui; que nombrabas planetas y asteroides y los poblabas de hombrecillos verdes tú que ahora me observas en la sombra, sonriendo desde la rama negra de algún cielo; que persistes aquí entre mi cráneo con esas manos grandes que rasuran tu barba ante el espejo manchado del lavabo tú que silvas aún en los pasillos mientras la tarde cae y el agua-noche moja otra vez banquetas y empedrados abuelo, tienes el rostro cubierto por alhelíes y ya no miras; tocas aún la flauta de carrizo con tu camisa blanca en los patios callados de la casa y orinas larga y profundamente produciendo esa espuma abundante que yo tanto envidiaba tus manos están cubiertas por la cal y desde el fondo de esa muerte tan tuya en que has caído miras hacia nosotros y dejas caer una palabra o dos para salvarnos. Abuelo desgajado por la tierra, hueso y roca de mí y de mi hermano, vela por mis palabras, por mi voz, por mis secretas sílabas, por esta lengua mía que busca su raíz para lograrse. Abuelo bello, grande como un árbol, sereno como una navaja, abre tus amplias manos y recibe el fruto de mi lengua, la dorada manzana de mi boca, la semilla callada del corazón que te habla desde el eco que todavía me queda y que tú ya no alcanzas, ya no alcanzas. Y tú, abuela yerta, con los ojos cerrados por mis dedos, desde tu sombra blanca sigue amándome, como si fueras siempre la misma hierbabuena llena de luz, caricias y memoria y toca mis palabras con tu aliento y abre mi costado y deposita en él nuevas canciones y un pez lleno de sol que se remonte al manantial primero de mi historia Abuela, flor profunda, toca ésta mi boca para que crezca en ella viejo fuego, y que la voz de ti, con su tono preciso, me devuelva al hogar y no me pierda. FALSA MEMORIA DEL GÉNESIS 1 Hágase la ciudad dicté y con ella los ojos de la noche sus lámparas y fiebres las azoteas desiertas donde los gatos buscan la locura el chillido del pájaro y la silla y el zapato y el caldo y el ala del avión y el pase de abordar y la cerveza y los pinos crecidos en la casa de Tapalpa y la muchacha claro que sube al ascensor cada mañana y más allá en el final del día sueña en la cama el sueño de los cuerpos. Y al pronunciar el alba este mundo de formas emergió de la sustancia azul del pensamiento y la luz se encendió en labios del amante y apareciste tú aquí a mi lado sin más explicación que la mañana. 2
3 ¡Hágase la palabra!, repetí tocado por la luz en las más altas membranas del cerebro : por su desliz en la cisura de Silvio, por su desplazamiento en las áreas de Broca y de Wernicke, por su diente encarnado removiendo en la textura viscosa de la amígdala : La luz, despertando mis redes neuronales, sumergiéndose en fibras neurológicas y glándulas talámicas ; encendiendo en el cráneo sus galaxias dendríticas y sus sistemas axónicos ligados : la luz que traza ahora sus limpias telarañas en nosotros para construir la vida con palabras bienaventurado quien habita en el centro del sueño que vivimos : la luz ah¡ 4. ; en el nivel elemental del Juego en que estamos insertos, somos protagonistas del rol que despliega esta pantalla Mares espacio tiempo caléndula milagro mariposa vetas abismos nubes esplendor ; numinosas figuras que aparecen mientras los dioses mueven el teclado 5. Luego tuve conciencia de mis ojos : su movi miento giratorio, las aguas profundí simas que beben por la noche, el en tramado de las ciudades que construyen : su bri llo, su calor, su sin cronía y su lengua sobre el ci miento del mundo. Y escuché deslizándose el son ido de hojas caídas arañ ando el ladrillo del otoño; el arrastre, el cre pitar, la danza sobre el polvo eter no, el reflujo, el mundo que pasa ba, va el mundo, ha ba sobre la mano abierta de un titán. EXODO DEL PARAÍSO A LA CIUDAD 1
2. Hágase tu nombre, dije. Y te llamé Eva. Pero el dragón El dragón, quién si no, modeló con el aire nuestros huesos sembró su soledad en el pozo situado en mi costilla y trazó signos de sangre derramada hasta el agua desnuda de tu cuerpo. Tu cuerpo que ahora habito, Eva, (mi único aguardiente, oasis en mi noche) me entregó, bien lo sé, esta esperanza : el recuerdo de la serpiente, la película que corre una vez más y nos muestra a nosotros bajo el portal aquel, temblando, indecisos aún ; luego el desliz de aquella sombra nuestra que trajo hasta nosotros aquel fruto Aquel fruto que estableció su peso entre mis labios y arrastró a la tormenta y el disturbio (que amanece en nosotros cada noche y nos hace buscar en nuestro cuerpo las marcas de una luz que ya olvidamos). Luego vino la huída. La huída nuestra, Eva, si tú y yo escapamos, si acaso es que al fin lo conseguimos, descalzos y con las alas cayendo de los hombros si pisamos la roca, si perdimos las antiguas canciones si la angustia sufrimos tarde a tarde y si a la muerte, al fin, nos entregamos fue porque esta vida (que en el jardín acaso vislumbramos) sería, Eva, más nuestra, (y lo supimos siempre) que un simple y miserable paraíso. 3. Si logramos huir, vencido el ángel gélido custodio de la puerta, fue porque un viento torvo iluminó tu nombre y el espíritu tuyo como un enjambre breve, se elevó hacia ti, tierra llena de ingratas flores, Eva, vanas y todas nuestras, nuestras, trastocadas
: Tiempo : Constelaciones, barcazas que se alejan, hilo de la distancia, continentes, islotes, encendidos en el cielo de marzo ; y la luna, diminuto navío, alfanje de oro, plateada enredadera coordenada secreta de la brújula, gema de triste miel, aliviadora del espasmo campanada quebrada, y más aún : abierto cielo para nuestras lágrimas : construcciones astrales megamétricas, universos perdidos en galaxias cansadas, asteroides, guarismos, germinación de rosas planetarias planicies entre planos ; ebullición del reino, recorrido de sidra sideral ; cometas descendentes guiños y señas de estrellas engañosas, todo ardiendo en este sueño implantado en nosotros en el vértice oculto de la lengua en el huevo de cal de la garganta en la raíz más honda del testículo y en llamas, en el momento cruel del estallido, cuando la voz de Dios, recién creado, se supo poderosa y elevó con su dedo de áspid la cortina. Así, hoy podemos mirar cada mañana cuando abrimos la puerta de esta urbe los caminos del sol multiplicados los hombres que se mueven sobre el tedio y buscan el amor en cada puerta y nuestros pasos llenos de zapatos nos llevan otra vez hasta las calles recorren edificios y oficinas en donde cada día, tú bien lo sabes, nacemos otra vez, como la hierba. Entendemos el peso de este asfalto pero no el balbuceo de su corriente. La ciudad la construye la mirada pero la sed congela nuestra lengua Luego el pecado nos manchó los labios los ojos y las alas inguinales cultivó grietas blancas sobre la piel del sexo y nos hizo bailar sobre rieles tendidos para trenes que se fueron Fina clara sin rostro levantada como una ola que todo consuela la culpa nos cercó y nos condujo cerca de la muerte sobre tu rostro escribo por las noches cifras rotas de bronce ; me recuerdan que el golpe de las horas sobre el barco me llevará a morir morir morir |
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