Lunares teatrales
Dolores Tapia

“En nuestros locos intentos,
renunciamos a lo que somos
por lo que esperamos ser”.
William Shakespeare


Después de Julieta nunca volví a ser la misma. ¿Cómo aspirar a retener un segundo de lo amado en la escena? En la contemplación de la ficción, algo se tatuó en mi corazón y hasta hoy... es indeleble. Entonces ya era una adulta, 18 grandiosos años. El teatro cubrió con su manto mi pequeño universo. Los actores se descubrieron como caballeros de la emoción y de la vida. William Shakespeare tuvo un efecto sobre mi. Como después lo tuvieron las letras infames de Federico García Lorca, César Vallejo y Antonio Machado,la magia de Elena Garro, el universo de Daniele Finzi, la voz de Pasión Vega, la música de Arvo Pat, la danza de Farruquito, Alfonso Losa, Rocío Molina y José Maya. Gracias por las consecuencias de Kawabata. Murakami. Arudhaty Roy. Y hasta El Che Guevara.

Cuando soy más adulta pienso ( o sea constantemente), que para mi incipiente conocimiento, una de las astucias posibles es siempre volver a Hamlet. Como volver al mar. Al amor. Sé bien que Julieta no tuvo la culpa (la culpa es otra cosa) y que su presencia en la escena, era destinada a la provocación de seres como yo -espectadores anónimos- y entonces ahí se cumplía el ritual del teatro. (¿cómo si no?) (¿con qué aspiraciones?). Asistimos a una función incautos y podemos no ser los mismos nunca más. (Siempre y cuando hablemos de buen teatro).

Luego me fui de casa y estudiaba actuación en un grupo de teatreros clavados que además !eran ritualistas! El director hoy está perdido, seguramente en el alcohol o en la India, otro de los compañeros es un gran escenógrafo y todos no sé dónde están. La naturaleza de la búsqueda interior tiene que ver con el teatro, por eso habemos quienes durante nuestras preguntas de primera juventud caemos en sus linderos a la espera de la magia, luego y por eso... se disuelven agrupaciones e ideas. Los procesos terminan y hay que hacer lo propio. Por eso me quedé en el teatro, a pesar de mis grandes cuestionamientos. Nunca pensé en la escena como un vehículo de la fama. Nunca pensé más allá de nada. Quería, solo, si me era permitido contar una historia y hacer sentir lo que un día Julieta y Jonás, dos personajes entrañables, me hiceron sentir a mi. Por eso creo también, que el teatro es verdaderamente un acto de amor. Todo lo toca. Nos toca todo. Nos crea y nos destruye y nos da la oportunidad de ser otro a partir del yo.

El teatro ritual fue la fuente de la que abrevé de una manera extraña, me fui de su perímetro luego de conocer el maravilloso trabajo de Nicolás Núñez. Comprendí que andaba en busca de otras cosas. La actriz Carmen Mastache (y otros teatreros honorables), me dijo un día que quien pertenece al teatro, tarde o temprano será llamado por él. La vida hay que recorrerla toda, hay que explorar lo más posible, hay que entregarse y abrir todas las ventanas, pero solo por cierto tiempo. Luego hay que decantar el conocimiento, intentarlo muchas veces, amar siempre y disfrutar. El teatro es una isla llena de disciplinas y de códigos. Una caja vacía. El abismo de los enamorados. La pasión del mar que te arropa con su poesía. Los actores son los amantes. El teatro un universo potencial, engendrado para poder crear.

Creo en dos cosas, y las creo desde mi parte más cavernícola, primaria y necesitada... creo en la producción y las historias que se cuentan... la magia ya existe... nosotros tenemos que hacer lo demás...


Producir significa en general, hacer posible algo desde todos los espectros de la escena. Dedicarse todo el tiempo. Soñar, comer, dormir con el proyecto, plantearse los peores panoramas, defender tu arte hasta las últimas consecuencias.

La inclusión evidente de otras disciplinas como la danza y el video, hacen para estas generaciones mucho más digerible un espectáculo. No creo en las fórmulas, si no en el trabajo siempre, el de todos los días.

Hay que permitirnos el contacto con artistas de todas las disciplinas.


Los actores de teatro cuando son verdaderos, son los mejores seres humanos del universo. El director es un idealista. El productor un suicida.¿Cómo no aspirar a contar historias si soñamos con lo imposible? ¿por qué no provocar la magia ante la contundencia de la realidad? El teatro provoca amor, siempre. Y siempre, va hacia la luz. Los proyectos en colectivo son una bendición cuando el motor real, el verdadero núcleo es la necesidad de decir, la necesidad infame de contar a pesar de todo. El teatro es novela y vida. Es el amor real y el ficticio. Danza y es luz. El teatro es un espacio que podemos habitarlo muchos. El teatro, para mí, es un cuento infinito que canta, tiene colores y aspira a lo perfecto. Por eso nos da ternura y nosotros, intrépidos cristianos, publicadores del azote, nos acercamos a él.

Si no encontramos “esa” historia. Hay que provocarla.

   
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