GRAVE PROBLEMA DE LA MUJER ESCRITORA:
DE DIA, LITERATA; EN LA TARDE, MAMA; Y POR
LA NOCHE, ESPOSA, AMANTE O LECTORA ASIDUA
DE BUENOS LIBROS


Usted se reirá, pero es uno de los problemas femeninos más difíciles de resolver. Dado nuestro carácter (problema central que dejamos por esta vez a los sicólogos, exorcistas, neurólogos, ginecólogos, veterinarios, sexólogos, obispos y cardenales, expertos en ecología y demás) el ser a la vez mamá, esposa, amiga, amante, chofer, cocinera, escritora, electricista, mecánica automotriz, ejecutiva de cuentas bancarias, pedagoga, especialista en dislalias, disgrafías, dislexias y demás trastornos en el aprendizaje infantil, maestras particulares, técnicas autodidactas de niños con disturbios emocionales y de conducta, responsabilidades que quizá no nos correspondían pero que ya son nuestras y que como todo lo que creemos que nos pertenece lo amamos con todo el cuerpo y el alma. Pero este enlistado se convierte en interminable cuando, por razones de oficio literario, caigo en la cuenta de lo que mis maestros han repetido hasta el cansancio: el arte consiste en sugerir mediante la palabra escrita, no en explicar ni en adjetivar el mundo, por más que este parezca que está en peligro de extinción, por más que el problema a tratar sea de una magnitud superior a lo soportable para cualquiera. No importa, usted, señora, siga sugiriendo, invente metáforas para que nadie le entienda, porque lo más difícil, lo más incomprensible es lo que más valor tiene en este momento de la historia. Así que si su marido dispone estar hora y media al día en su casa, usted dígale: Cielo, si papá me hubiera dedicado tan sólo una tarde en su afanosa vida, que distinta hubiera sido mi infancia, ahhhh, ¿verdad? Toda mujer debería de aprender a ser así de concreta y objetiva. Sugiérale que, si sus compromisos se lo permiten, debería de convivir un poco más con sus hijos. Y aunque usted les inculque la no violencia a los pequeños, su esposo, respondiendo a esa petición tan directa de su mujercita, se encargará de ubicarlos en la realidad trayéndoles videocasetes como Rambo y Terminator, mientras el se va a competir en el maratón y así gasta todas sus energías corriendo, claro que eso sucede cuando él es deportista. Pero si nos buscamos un escritor o intelectual entonces se gastaría las energías inventando escenas eróticas. En fin, de todas formas las mujeres estamos fregadas. Nos hemos aprendido de memoria actitudes de ama de casa que recién bañada estrena un neglillé y se queda dormida con la baba de fuera mientras espera al marido que está en su estudio pintando o definiendo la estructura que tendrá su próximo cuento, o en un bar, emborrachándose con su ejecutivo de cuenta mientras cierra una operación bancaria. Entonces usted, señora, deberá cambiar sus planes y en lugar de estar escribiendo, o leyendo Paradiso de Lezama, o dando la vuelta al día en ciento ochenta mundos (porque ochenta días le quedaron cortos) se pondrá a contarles cuentos a sus hijos, los que irá inventando al mismo tiempo que los narre. Si usted desea asistir al teatro, tiene que estar esa noche en una cena con los amigos más íntimos de su marido, conversando de temas que fluyen de una suprarrealidad mucho más tangible que la de una fantasía como es el estar aplastando nalga en una sala de un teatro. Y ahí estamos en una reunión en donde se conversa de temas mucho más interesantes como el de la necesidad que tienen los deportistas de consumir alimentos que produzcan energía, no se puede correr un maratón (especifico para los incultos que son 42 Km. 195mts.) sin un entrenamiento previo: por lo menos de dos años, entrenando dos o tres horas matutinas, combinándolas con una hora de pesas por la noche... Y yo que quiero ser literata... qué ilusa me vi. Cómo quiero merecer el título de escritora si nada más tengo tiempo de pensar, a veces, y con interrupciones que vienen de fuera, y otras, con digresiones propias de la mujer: a causa de problemas hormonales o por la innata incapacidad de ser concluyente. Por eso, cuando uno de mis hijos me dice que por qué le respondo una cosa por otra (aclaro, en ese momento estaba haciendo hasta lo imposible para pensar) yo adquiero gratis una cruda moral de veintiocho días. Como aquella que ingresó a mi mente sin pedir permiso a causa de una sobredosis de alcohol que adquirí en un día de campo en donde mi esposo y sus amigos eruditos hablaban sin cesar (raro en los varones) de los problemas que siempre han acosado al hombre: las enfermedades que se adquieren por contacto sexual. Hablaban del sida y en sus rostros sin esperanza se reflejaban los deseos de abrir un centro de investigación al que acudirían las mujeres que ellos enviaran días antes de invitarles una copa (el postmodernismo es el culpable de que se le haya cambiado el nombre a fornicar por te invito una copa.) Yo decidí con premeditación tomarme una botella de tequila legítimo y añejado en barricas de roble mexicano, para dejar de inventar centros de investigación y bares y para dejar de escucharlos. Además no apetecía tomar lo que ellos: diet coke, chicharrones light, cerveza ligera y verdura baja en calorías. Deseaba (como la mayoría de las mujeres) ser tomada en cuenta, y entonces la compulsión, la obsesión y la regresión se introdujeron en silencio entre ese cableado invisible que conecta al cerebro con la boca (creo yo, no me hagan mucho caso) y entonces dejé de ser un ente inédito entre la sociedad en que me desenvuelvo: les dije que me daba mucho gusto que la intención del día de campo fuera que los papás convivieran con sus hijos, porque ellos se habían ido, en su bicicleta de montaña, a recorrer setenta kilómetros y eso se llevó casi toda la mañana, mientras yo escuché con atención todas las quejas de sus esposas que ahora con innegable cinismo se sorprenden por lo que estoy diciendo. Hablé de todos esos temas que le están vedados al sexo femenino (por lo menos frente a sus maridos) y que por la misma razón fluyen de las bocas con aliento a licor. En fin, creo que el problema de ser mamá, esposa y escritora a la vez plantea dificultades hasta ahora insuperables. Concretamente cuando una escritora tiene que terminar una novela, siempre se antoja (término que por desgracia acaba de abandonar la moda, o la moda lo abandonó a él, no sé) más importante el llevar a la niña con el ortodoncista ya que se le descubrió que la muela del juicio le va a brotar prematuramente. No importa que la mamá tenga ocho muelas del juicio y el papá ninguna, la niña tiene que ser tratada por el especialista, si no el ratón caería en bancarrota al tener que dejar un billete de cien pesos por cada pieza cuando toda la dentadura de la niña forme una vereda entre la sala principal y el cuarto de juegos, y eso en materia de decoración de interiores sería muy criticado por las amistades de la familia.

Primer punto y aparte en este intento por transmitir mi sub-pensamiento, la sub-apreciación de mis circunstancias y mi sub-cultura que será difícil llegar a ahorrarse el sub porque nuestros maridos se sub-casan y se sub-cazan y como nosotras nos autocasamos y nos autocazamos, por lo tanto no tenemos tiempo de leer ni tampoco de llegar a corregir un texto, y mucho menos de abandonar la manía de ser ciudadanas de tercera: mujeres dedicadas al hogar (dése cuenta usted cómo se simplifica y se sintetiza todo en una sola frase corta, concreta, objetiva y fácil de pronunciar) por eso somos tan estimadas, tan queridas y más vale que así continuemos creyéndolo, si no así nos va.



* Del libro Sin mí me muero. Consejo Estatal de la Cultura y las Artes, Guadalajara, Jalisco. México. 1993

EL PROBLEMA DEL HOMBRE
PROVEEDOR: DE DIA, ROMPIÉNDOSE
LA MADRE; EN LA TARDE, CON EL HOCICO
SANGRANDO; Y POR LA NOCHE,
CAUSANTE DE BRONCAS FAMILIARES,
AMANTE, CHEQUERA SIN FONDOS,
ESPOSO, PADRE Y EXCUSADO DE QUEJAS Y JETAS


Usted sabe que a mí me toca ser el proveedor de mi familia y también el patrón que tiene que hacerle frente a un montón de broncas: si me sobregiro nadie viene a pagar los cargos, yo sabré como destapo un hoyo para tapar otro, y esto, créame usted, no es albur. Nadie, y mucho menos mi esposa, viene al despacho a lidiar con los empleados, ni a rayarles los viernes (a mí me gustaría rayárselas pero de a madres, por güevones e irresponsables los cabrones.) Si yo no tengo en las chequeras saldo suficiente, entonces pido un préstamo al banco o me les escondo a los proveedores para no oír lamentaciones tan parecidas a las mías y porque si me descuido me dan una puñalada por la espalda para que se me quite lo de andar jineteando su dinero. Claro que es un problema aglomerar en un mismo cuate el ser cliente, proveedor, patrón, esposo, amante, padre de unos hijos de...sobedientes y para acabarla de fregar, las pinches juntas de padres de familia cada mes; y además cada ocho días, si bien me va, tengo que ir al colegio de uno de ellos porque o le rompió el hocico a un compañero o porque le mentó a su madre al profesor. Y si llego quince minutos después de las once de la noche mi vieja me hace un pinche pedo que no me lo acabo; cómo voy a tener derecho de ir un par de horas al gimnasio a hacer pesas, no, tengo que llegar a la casa a escuchar todas las malditas broncas del día, a nalguear a los niños para que me odien más y a pelear con mi vieja que al cabo no tengo con los problemas de los negocios que ya me causaron úlcera péptica y si me dejo, también podría darme un infarto, pero no, ya lo pensé bien: que cada quién se rasque con sus garras de tigre o de mugre gato. Yo decidí ser leopardo porque, estoy de acuerdo, okey, soy el proveedor, pero que no se quieran mandar quitándome esas escapaditas de vez en cuando. Tengo que desahogarme y desaguar (esto si es albur, fíjese usted. Las viejas se van poniendo, usted sabe, todas aguadas, gordas, broncudas y fruncen el ceño tan feo que debemos darnos una alivianada, aunque sea esporádicamente, en la compañía de otra, a la que nunca se le va a permitir que le tome tal confianza a uno que entonces ya pueda gritarle y exigirle igual que aquella de quien se está huyendo.) El otro día mi señora me reclamó que por qué no uso los aparatos del gimnasio de la casa, que debería de hacer mis pesas ahí para no estar tan ausente, y luego agregó, fíjese usted la jalada: que nuestros niños son hijos huérfanos de padre vivo. De veras que la están volviendo loca sus clases de literatura o de formación personal; en realidad no se qué hijos de la fregada está estudiando. Con eso de que ahora las mujeres ya se mandan solas, entonces no se les ve ni la sombra, andan preparándose para ser mejores madres y los hijos bien gracias, todo el día con las sirvientas, son hijos de criadas, pero eso no está mal. Toman cursos de no sé cuántas cosas para cultivarse y lo único que están provocando es que nosotros soltemos el cuerpo (espero que ellas no lo suelten con otro, porque eso no se vale, ¿o usted qué piensa?) Dicen que cada día son más las que andan de vagas. En fin, ya las viera con las pinches broncas de uno: que si la producción salió o no, que si las exigencias del mercado internacional provocan el invertir más tiempo y por supuesto más billetes al control de calidad, ellas ni se enteran. Mi mujer no quiere darse cuenta que todo lo arreglo yo: pagar las mensualidades del seguro de vida, del seguro médico y de los autos. Si ella choca me habla a mí. Si salimos de viaje yo tengo que ver qué tarjeta de crédito voy a usar, y así, con todo y eso no se les da gusto nunca, son unas inconformes crónicas. Yo por eso salgo corriendo a las seis de la mañana de mi casa para irme a bañar al club; y si es domingo me voy con mis cuates a jugar fútbol para evitar el estrés. Pero si me dejara de mi señora, usted cree, cómo me vería con uniforme de chofer, mandil de criada, o con el plumero en la mano (ándele, qué suave estaría eso. Si, le ruego me disculpe por lo soez y grosero, pero esto, aclaro, si es albur. Aunque si fuera realidad, me gustaría ser yo y no mi mujer el que escoja el plumero que me va a acompañar en mi pena.) El otro día estábamos invitados a una cena, y una hora antes de salir mi señora se negó a acompañarme porque ese día era la última función de la ópera Carmen. El caso es que para darle gusto accedí, dejé plantados a los amigos, y la llevé al teatro. Tenía diez minutos de haber comenzado la ópera cuando tuve la urgencia de ir al baño y cuál va siendo mi sorpresa que me encontré a un excompañero de la universidad que había sido muy mi cuate. Sin mentirle a usted, le había perdido la pista desde hace más de veinte años. Claro que tanto su señora como la mía estaban jetonas en el intermedio cuando salieron y nos encontraron tomándonos unas copas de vino blanco y con una conversación cerradísima, la que tuvimos que interrumpir cuando ellas llegaron, por supuesto a reclamar nuestra ausencia. Mi amigo y yo, después de presentar a las esposas, decidimos dejarles las llaves de mi coche a mi mujer para que se fueran al terminar la función y nosotros la seguimos en un bar, con música de jazz y entre recuerdos y carcajadas. Fíjese usted qué caro me salió el ponerme una borrachera con mi cuate: cada vez que mi señora y yo discutimos (que es casi diario) me dice que nunca va a perdonarme esa escapada, como tampoco la vez que no fui a dormir a la casa y al muy pendejo de mí no se me ocurrió sacar de mi cartera el recibo del hotel en el cual estaba mi nombre completo y Sra. Y claro, usted ya conoce lo esculconas que son las viejas, me agarró in fraganti. (Bueno, más bien dicho, me cachó in fraganti, no me ‘agarró’, y que bueno que fue cachada porque donde hubiera querido que cogiéramos, pos con qué gasolina, por Dios Bendito. Creo que esa vez le hubiera quedado mal.) Yo no sé por qué las mujeres no entienden que si uno anda de cabrón de vez en cuando, eso no significa que ya no se les quiera, sino que es como una especie de confirmarse a uno mismo que todavía se puede conquistar a otra, pero nada más. Y ya ve usted, ahora que todo demuestra que a mi señora yo no le intereso, porque desde hace varios meses no me dirige la palabra (claro que por medio de mis hijos me recuerda que le deposite más dinero porque los gastos extras han sido muchos o porque la inflación nada más la puede notar un ama de casa) y que si llego a dormir o no, ella como si ni se enterara, fíjese usted, que raro, de verdad no entiendo qué me sucede, pero ahora ya no se me antojan las escapadas, me he vuelto más hogareño que nunca. Le he perdido el gusto a salir con otras mujeres. No sé si lo prohibido es lo que más valor tiene para uno, o qué.

Por eso quiero hacer un punto y aparte en mi vida pasada y comenzar a reconquistar a mi mujer que viéndolo bien desde que comenzó a hacer tanto ejercicio, no sé si de coraje o porque le guste, me he fijado que se está poniendo muy buena. El otro día se agachó para levantar un papel de la escalera y yo que estaba sentado en la sala de la planta baja alcancé a ver unos muslos bastantes firmes y bien formados. No sé cómo decirle que me gustaría invitarle unas copas y que ese día dejara todo arreglado en casa porque me la voy a raptar, llevándomela a un hotel para hacer el amor el resto de la noche. Yo no me explico si lo hace adrede o qué, pero los camisones que usa son demasiado provocadores y yo que no me agarro solo porque no me alcanzó. (Disculpe de nuevo el albur. Prometo corregir mi vocabulario con tal de tener de nuevo el cariño de ella. En realidad a mi mujer nunca le ha gustado mi forma de expresarme, dice que soy muy prosaico, o sea, que soy vulgar. Pero ya dije que punto y aparte, y yo soy hombre de una sola palabra.) Debo de soportar todo porque sí la quiero, y me gusta; además pues es muy buena madre. No importa que me aguante porque le suelto billetes y porque me parto la madre en los negocios; no me interesa que me tome como lo que soy: un proveedor; al cabo es cierto. Puedo hacer de cuenta que tengo una amante de angora y así creo yo que volveré a dormir con mi mujer, y ella me va a hacer cosquillas en los brazos, en el pecho y en la espalda mientras me duermo; y me admirará de nuevo, como cuando la hacía arañar las sábanas de placer. Sí, así quiero seguir creyéndomelo, si no, me lleva la fregada, porque últimamente mi autoestima ha andado por los suelos.


* Del libro Sin mí me muero. Consejo Estatal de la Cultura y las Artes, Guadalajara, Jalisco. México. 1993

   
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