El inglés es una estafa
car owner


Dante Medina


A Juan Carlos Macías
y Manuel Cadavieco

Su papá le aconsejó que aprendiera inglés. Y no le hizo caso. Que se pusiera metas en la vida. Y le hizo caso. Aprendió inglés.

Así era MC, como se llamaba a sí mismo, para despistarnos. Y tenía un amigo ─se lo consiguió él solito, chateando─ que se identificaba con JCM, en una ciudad norteamericana a la que en clave nombraban Ch. Los unió de inmediato que le dijera, para sincerarse, que de él se sabía una hazaña, que circulaba por internet, fregona, de una chava a la que él le había hecho un hijo, en la secundaria, eh, campeón, Rosita.

Como a MC no le gusta dejarnos sin pistas, informa que su amigo JCM es pintor, y en Ch hay un famosísimo equipo de futbol en el que jugaba un negro asesino de iniciales OJ. De Rosita no dice nada, porque eso en él ha caído en el olvido desde que dejó de ver telenovelas y se consacró a las computadoras.

Fanático del e-bay, MC practicaba su inglés escrito utilizando el arte ─mexicano─ del regateo. Por six dollars compró una especie de olla, casserole, de New England, olvidada por unos pioneers que huyeron de un ataque de búfalos a la hora de la comida. Por only, namás, ten dollars compró el martillo de un juez que mandó a la cárcel, en el Far West, a los forajidos que lo colgaron ─hang cord included! Los recuerdos de una anciana de los old twenties los bajó de twenty one a twenty dollars ─of course! ...¿o se escribe of horse?─, sólo que al enviarlos la anciana no le supo decir a MC qué eran los recuerdos que le vendía, porque lo había olvidado, aunque el Alzheimer no le impidió cobrar los veinte dólares.

De e-bay le mandaron felicitaciones en su cumpleaños, y eso le apantalló muchísimo: ¿cómo se enteraron de su birthday? Son listillos, esos gringos. Era su día de suerte porque ahí, juntito both diríase, side to side, encontró lo que durante toda su vida había soñado sin saberlo, el fin de su existencia, su destino, man. Un beautiful sport car, un porsche de putísima madre, de poca abuela, y absolutamente padrísimo. W-h-a-t is t-h-e l-a-s-t p-r-i-c-e tecleó, que le dijeran el último precio (siendo un experto en comprar, debía regatear), que era el first price le dijeron y ni un ten cents menos, ni un dime. Nothing?, preguntó, nothing de nothing? Pues que nothing less sino siete mil quinientos dólares cerraditos y cash, sonando uno tras otro. En un impulso vital, como si se cayera a un barranco, dijo en perfecto inglés la frase comprometedora: yes. Pero parece que no le entendieron porque le preguntaron que yes what, que yes I buy it ─it is the car. Y por aquella hermosa foto de porsche azul dejó, ahí mismito, rigth now, quinientos dólares de amarre. Era la primera vez que se enamoraba: qué bonito se siente, really nice, cool.

Con la venta de su webcam, el quemador de dvd, un suéter que le robó a su hermana, y la cadena de plata del pastor alemán (un sacerdote protestante, eh, no confundir con un perro) que fue su bisabuelo, completó en el Monte de Piedad los quinientos bucks osea varos, y los depositó en la computadora via internet, instantáneamente. Y a esa misma velocidad se conectó a google earth y vio desde el cielo azul, buscando en la inmensidad del planeta azul, el pueblo, la casita, el lugar en el que, desde las alturas, se veía el padrotísimo porsche azul, así que extasiado, se conectó en messenger on-line hasta la ciudad norteña donde ya era otoño con JCM, su amigo: compa, me compré un coche deportivo, de esos estupendos para coger, recógemelo y guárdamelo, de cuates, te maileo el fon del actual owner que ya casi no lo es porque ese car es ya merito only mine.

JCM, que sí sabe inglés oral de corridito, le llamó al tipo, que le explicó que su mujer estaba enferma. Oye, MC, le escribió un e-mail JMC, que su vieja está malita, ah caray, si no le estoy comprando a su esposa. Pues bueno, y JCM le volvió a llamar al tipo, y entonces pues que había caído un tornado, que tampoco era el objeto de la compra, y para evitarse complicaciones familiares y meteorológicas, hicieron una cita a orillas del lago Ill (no, hombre, no está enfermo de nada el lago, es que son las abreviaturas que se usan para no darse a identificar), cerca de la ciudad llamada Ch, ¿y que qué onda con el resto del dinero?, preguntó JCM. Dile que se le pagará, que todo se le pagará, contestó MC, ya muy amafiosado por dueño de un porsche porque así cambian los coches a las gentes.

Nunca llegó el sujeto, dijo JCM en messenger a MC. Escríbele de nuevo o háblale, ordenó MC. Ya lo hice, escribió JCM, y no lo hallé. Hazlo de nuevo, ordenó MC. Ya lo hice, escribió JCM, y no quiere que vaya yo por el coche, que mejor él me lo trae, esto me huele mal. Pues tápate la nariz, ordenó MC. Y JCM se tapó la nariz pero hizo una seña pelada de las que no se ven en la computadora porque MC ya lo estaba hartando. Y en ese momento tocaron a la puerta.

Se asomó JCM por la ventana del cinco piso sin elevador (él no puede decir quinto porque eso en su pueblo de México es una majadería y una vez su mamá le lavó la boca con jabón fab por decirla) y vio que una grúa elegante estaba bajando, en su propia acera, un porsche azul igualito al que había recibido, por docenas, en fotografías de su amigo MC, y corrió a la computadora donde, por fortuna y como siempre, estaba MC contándole a todo su grupo de msn, en messenger, del porsche azul que había comprado, y entonces, precipitadamente, JCM le comunicó que llegandito estaba el coche famosísimo ya entre los amigos, y que cómo lo había pagado enterito, y no preguntes le ordenó MC, y que a JCM le olía mal que llegara en grúa, pues que se tapara la nariz le ordenó MC, y la grúa arrancó y JCM ni siquiera quiso saber si le dejaron las llaves en el buzón, por más que MC le dijera que sí, que se las dejaron, que él lo monitoreo por google earth, porque bajar cinco pisos a las tres de la mañana, qué güeva.

JCM trató de ignorar el porsche azul frente a su edificio. Él era peatón desde que el desempleo lo botó a la pobreza, y México lo botó a Estados Unidos, hablando inglés de puro haber nacido miserable. Que porque para eso eran amigos, que usara el coche, le dijo MC a JCM, y él un día se animó, porque desde hacía meses andaba con ganas de sentirse importante. Hizo dos o tres fintas para que los vecinos entendieran que estaba autorizado a usar el coche, que no se lo estaba robando, y metió la llave elegantemente porque traía saco rojo y mocasines nuevos, pero nadie se enteró de su existencia, ni el coche, porque la puerta mordió la llave y la cerradura se la quedó entre los dientes hasta que llegó el invierno, y un día al coche, blanco bajo la nieve, tuvo que devolverle JMC su color azul a fuerza de pala, muy deportivo primero al bajar de su cinco piso, y luego puteando de tener que subir las escaleras, agotado, hasta el quinto piso, que es como la quinta chingada, y que se jodiera su difunta madre que le prohibió la palabra "quinto", porque ya con este frío y cansadísimo, no respeta ni a la Virgen de Zapopan, ¡ni al Porsche, ni al Ferrari, ni al Mercedes, ni al cabrón de MC, que cuándo iba a venir por su mierda coche?

Que ya pronto, le dijo MC; pues que sea antes de otra nevada, eh, escupió JCM; que por la nieve no se preocupe, le dijo MC, pero le negaron la visa. ¿Por qué carajos, si hablas inglés?, le dijo, desesperado JCM, que ya llevaba tres multas por no limpiar el carro de nieve, porque la ley de Ch prohíbe los coches ocultos bajo la nieve porque pueden camuflarse por razones delictivas. Pues porque hablo inglés me negaron la visa, dijo MC, en el consulado opinan que eso me convierte en candidato a migrante y de fácil adaptación al American Way of Life, y como yo les dije que tenía un porche azul allá que quería mucho, para convencerlos, de inmediato concluyeron que yo tenía intenciones de emigrar, y encima me tacharon de froidiano ─una palabra que yo no me sé ni en inglés ni en español.

Así es que ya no voy a ir por el momento, cuídame el cochecito, mientras tanto, se despide afectuosamente tu amigo MC... ¡Ey!, párale, que le dice JCM, no te despidas tan rápido, no te quieras salir tan sencillamente de la bronca. A los vecinos les pareció sospechoso que un coche tan fino, sin placas, estuviera estacionado abajo del cuartucho donde yo vivo, y acaban de llamar a los policías, dice JCM. Sí, los estoy viendo por google, dice MC, y están por subir a tu quinto piso, vas a tener que practicar inglés pa defenderte. ¡No jodas, pendejo, te van a chingar, con el registro del coche y tu nombre y las multas te va a caer la Interpol, a extraditar, a meter al bote!, dice JCM. No, güey, dice MC, el coche está a nombre de Rosita, y lo tiene reportado como robado, ¿te acuerdas de ella?, repite MC, Rosita, ¿te acuerdas de ella?

Creo que no me acuerdo, escribe titubeante en la computadora JCM, mientras la policía le pone las esposas y le dice "tiene derecho a guardar silencio, todo lo que diga puede ser utilizado en su contra". Me lo hubieran dicho antes, dice JCM, pero los policías no le entienden porque no hablan español.

─¿Qué habrá sido de Rosita? ─alcanza a decirle a la webcam JCM.

─No lo sé ─contesta en el altavoz MC─ tú eres el que habla inglés.

Los policías se llevan a JCM acusado de robo y asesinato, en Ch, y MC se queda, en Guadalajara, pensando que no debió de haberle hecho caso a los consejos de su padre de aprender inglés, porque eso lo llevó a ver tanta violencia en la televisión, violar a Rosita, echarle la culpa a JCM, y querer ser propietario de un porsche.

Dante Medina

Nació en un pueblo del sur de Jalisco, Jilotlán de los Dolores, en 1954. Obtuvo el grado de Doctor en Letras Romances en la Universidad Paul Valéry de Montpellier, Francia. Fue fundador del Centro de Estudios Literarios de la Universidad de Guadalajara, en 1985. Ha incursionado en los géneros de poesía, novela, cuento, teatro, ensayo y crónica.

Entre sus obras publicadas se localizan tres novelas: Tola (Tusquets Editores, 1987); Cosas de cualquier familia (Tusquets Editores, 1990) y La Dama de la Gardenia (Fondo de Cultura Económica, 1992). Tres volúmenes de cuentos: Léérere. "Manual para hispanoandantes" (SEP-CREA, 1986, 2a. ed. UNAM, 1992); Niñoserías (Alianza Editorial, 1989); Como perder amigos (Premio Casa de las Américas, 1994). Un libro de viajes: Sólo los viajeros saben que al sur está el verano (Alianza Editorial, 1993).

   
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