La Ceguera Trágica

Kuroi Ame de Shoei Imamura (Japón, 1989)
(Adaptación de la novela epónima de Ibuse Masuji)

La película acaba con la imagen de Shizuma. Perdió a su esposa, ahora está viendo irse en la ambulancia a su nieta Yasuko, que finalmente se enfermó por el « Relámpago ». Hace un voto: « Si aparece un arco iris, es señal de un milagro... pero no un arco iris blanco, señal funesta; hace falta un arco iris de cinco colores brillantes, entonces, Yasuko sanaría. »

Ante la bomba atómica, ¿será la superstición el único recurso? La película abre con el relámpago blanco (saturando el campo visual del espectador) que está arrasando Hiroshima. La conjura es el voto de Shizuma, que se resistía a las medicinas caseras como a las recomendaciones de la curandera con quien acudió su esposa. Ahora no le queda más remedio: confiar en un milagro, en el pensamiento mágico, y leer los sutras para los muertos, aunque nunca aprendió.

La Bomba es como la Gorgona Medusa, cuya mirada era mortal, materializándose de repente el 6 de agosto de 1945 y arrasando ciegamente. El piloto americano no ve al enemigo (la distancia entre el piloto y su blanco lo impide, claro, pero eso es precisamente lo que define el horror nuevo del primer bombardeo atómico de la historia, o sea la distancia técnica entre el asesino y sus víctimas, la total incomprensión de lo que iba a desencadenar, la total incapacidad de poder asumir la responsabilidad de su acto); los habitantes de Hiroshima no ven el relámpago más brillante que el sol (y los que sí lo vieron quedaron ciegos o murieron), Shokichi, amigo de la familia, agoniza con lentes obscuros (porque ya no aguanta la luz del día.)

« Lluvia negra » -Kuroi Ame- regresa a ras de tierra, para decirlo así, a la humilde dimensión humana: Yasuko no hizo nada más que recibir la lluvia negra, sin embargo ¿puede casarse? En aquel tiempo, uno no podía casarse si no estaba sano (los que fueron irradiados no viven mucho tiempo)... Así que sus tíos se esfuerzan para obtener un certificado médico, y no dudan en rescribir unas páginas de su diario para prevenir cualquier duda acerca de su pasado.

Descubrimos también cómo se realiza una cría de carpas; los trastornos sicológicos de Yuichi, el escultor, traumado por su experiencia de soldado afectado a la destrucción de los carros de combate, quien vuelve a experimentar su trauma cada vez que se escucha el ruido de un motor; la abuela, preocupada por la venta de los terrenos de la familia: ¿que van a pensar los antepasados? La tía, obsesionada por la imagen de su cuñada Kiyoko, joven desaparecida. La vida cotidiana de una aldea japonesa a la hora atómica, al capricho de los entierros y de los vómitos... con humor, pudor y lentitud, sin gritos. El dolor es interior.

Uno hace lo que puede para escapar a la maldición del negro (la lluvia radioactiva) y del blanco (el Relámpago). Mas al igual de Edipo, los habitantes no escapan a la enfermedad. Hasta Yasuko, que creíamos sana, acaba por perder su cabello a puñados (en una escena donde la tía sorprende su nieta bañándose, virginal y desnuda, horrorizada por la obscenidad del cabello en su mano). Luego la tía se enferma y estima que se trata del castigo divino por no haber ido a recogerse en la tumba de su cuñada. El tío Shizuma, protagonista y narrador, sabe que también está enfermo y presencia sin poder hacer mucho la realización de la maldición. El volver a escribir el diario de su nieta no sirvió de nada: es imposible volver a escribir la historia.

No hay enojo en la película de Imamura. Es un testimonio (las escenas del posbombardeo son horrorosas). Cada cual, con mucho pudor, lucha con sus armas: magia, antepasados, carpas, escultura, respecto de los códigos sociales (toda vez que los agrietó la bomba). Ritos funerarios. Medicina. Débiles pero cuán dignas armas. Es que todo eso es tan nuevo…el relámpago cortó la temporalidad humana, separándola entre un antes, y un después en el cual estamos todavía viviendo, como lo puede tristemente comprobar la historia de 1945 hasta el día de hoy.

Destaca una escena entre Shizuma y Shokoji, dónde este último pregunta por qué los Americanos arrojaron la bomba, sabiendo que Japón ya había perdido. Y por qué Hiroshima y no Tokio, si de terminar la guerra se trataba. No se sabe bien, contesta Shizuma. Con esta respuesta uno tiene que morir, añade Shokoji, que fin tan cruel. Eso ilustra la posición victimaria de los inocentes civiles. El no saber es muy cruel: no saber por qué uno muere, o sabiendo que es por potencias desencadenadas que nos rebasan. La Parca aquí se llama geopolítica: frente a los soviéticos, América prepara la posguerra, Hiroshima y Nagasaki son advertencias y preparan el nuevo equilibrio del terror.

Y la Historia contestará cínicamente a la pregunta del personaje Shokoji: ¿por qué Hiroshima? Porque aquel día las condiciones meteorológicas estaban favorables, no más…

Ningún milagro cuando se termina “Lluvia negra”. Ningún arco iris. Shizuma escucha la radio y se entera de que Truman está por usar otra vez la bomba atómica en contra del ejército comunista en Corea. Hasta una paz injusta es mejor que una guerra justa, dice Shizuma. No se puede concluir de otro modo que con pesimismo. El mal radica en el hombre, siempre. Es “das radikal Böse”, en otras palabras, “el mal absoluto” del que está hablando el filósofo Emmanuel Kant. (Jorge Semprun se refería al concepto de Kant para poder comprender lo que estaba pasando en los campos de exterminación nazis.) El hombre nunca aprende.

Y el cielo frente a Shizuma está vacío: ningún arco iris con colores brillantes para salvar a su nieta.

Bruno Lecat, agosto 2006

 
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