Árboles

(Cuaderno de aforismos)


Marco Antonio Campos

A Vida y Luis Chumacero

*

Somos sombras de tiempo y al pensar en nosotros y los
otros –ayer, hoy – somos sombras en movimiento.

*

El espacio es real pero nosotros estamos hechos de tiempo.
El espacio se transforma y nosotros somos sombras o
fantasmas en el espacio. Desaparecemos y el espacio sigue
transformándose.

*
El pasado es un montón o amontonamiento de escasas
imágenes que, interrogadas, apenas explican una vida.

*

La juventud, en sus mejores momentos, es como aire
fresco que se respira y se toca en un bosque después de
la tormenta.

*

La juventud es el don más grande que se da bajo el sol. Y se
sabe esto pero se lo olvida trabajando siempre para ser
alguien. Y cuando se llega a la madurez, cuando aparecen
las primeras canas o vemos a las muchachas ligeras y
espléndidas que lentamente van diciendo adiós, el mundo
se ve con la calma cruel de la experiencia. Comprendemos
que el mayor don que puede darse bajo el sol es la
juventud, pero que esta la perdimos absurdamente, que
no fuimos capaces de saber vivirla y comprenderla pero
que tampoco teníamos las armas necesarias para saber
vivirla y comprenderla.

*

¡Cuántas advertencias se tienen y sin embargo una juventud
puede ser triste y desdichada! ¿Por qué lo más
hermoso e intenso resulta un manantial de angustia,
de tribulaciones y de aflicción? Cuando a la juventud se
le ve desde la perspectiva de los cuarenta años nos decimos
que si hubiéramos controlado un poco el torrente
del río, la verde edad hubiera sido la edad dichosa del
oro quintaesenciado. ¿Por qué entonces lamentarse de
algo que fue menos un bien que un mal?

*

En alemán la palabra Angst significa a la vez o aisladamente
angustia, miedo, ansia. Entre eso y la locura hay
una hoja en la rama del árbol que puede o no caer.

*

Una máxima o un imperativo para un joven es: “debes
destruir”. La iconoclastia como pose o tarea. Para un
adulto es casi una máxima o un imperativo: “debes
construir”. Sin embargo es desolador imaginar que aquello
que construimos con tantos esfuerzos y penas –poco,
poquísimo– será destruido por jóvenes que harán la tarea
de destrucción que hicimos nosotros y nuestra vida
habrá sido como una exhalación de aire entre las hojas.

*

De joven está uno convencido de hacer del mundo otro
mundo. Uno siente que tiene la fuerza suficiente para
hacerlo. Sólo es cuestión de que se presenten las oportunidades.
Ya como adultos melancólicos comprendemos que
eso era una áurea ilusión y una aspiración imposible, y
que, por más que uno toque la puerta de la casa del mundo
para entrar y transformar los hechos y las cosas, no hay
quien abra, porque el único que puede abrir la puerta es
uno mismo, pero se quedó fuera o tiene llave.

*

En la madurez caminamos sobre las sombras de nuestros
grandes sueños.

*

En la juventud se sueña que se puede soñar, pero en la
madurez sólo enfrentamos nuestra realidad marchita
repitiendo para engañarnos la palabra utopía.

*

El sueño, si no encarna, es siempre irreprochable y siempre
inútil. pero uno se da cuenta sólo tarde.

*

¿A quién dar la estafeta de un proyecto grande y una bolsa
llena de sueños rotos?

*

Cuando niños somos todos los niños que fantasean y
sueñan. Cuando adultos somos un adulto pero con escasas
fantasías y escasos sueños.

*

Cuando niños nos decían: “no te entrometas en las en las
conversaciones de los mayores”. Una vez, con una niña,
hija de una amiga de mi madre, intervinieron los mayores
en nuestra conversación. Les dije: “no se entrometan en
las conversaciones de los niños”.
Pasados más de cuarenta y cinco años de eso, creo que
tenía razón en lo que dije. El orbe del niño es mágico e
inventivo; el del adulto opaco y embustero. Aunque niños
y adultos se crucen y entrecrucen a cada momento en el
escenario del gran teatro del mundo, no hay posibilidad
real entre ambos de comprensión y reconciliación.

*

Si en la niñez son los sueños puros y los juegos imaginativos;
si en la juventud construimos castillos de
ilusiones y palacios de utopías, ya adultos sólo aspiramos
a conservar, desarrollar y recordar lo poco bueno que nos
dio la vida.

*

Antonio Porchia escribió: “mi padre, al irse, regaló medio
siglo a mi niñez”. Yo apenas añadiría: “mi padre, al irse,
regaló siglo y medio de libertad y de sueño a mi niñez ”.

*

En las familias acomodadas hay ascendientes –abuelos o
tíos – que aman con más naturalidad a aquellos miembros
e hijos de esos miembros que tienen poder y dinero.
Los parientes pobres suelen ser pegotes molestos a los
que se tolera con dificultad y con quienes se debe
simular algún afecto.

*

En el mapa antiguo e ideal la infancia se volvió el país de
la libertad y el sueño.

*

En la infancia la experiencia de la calle fue mi gran maestra
para conocer y soñar a libertad.

*

Desde una perspectiva general veo una infancia libre y
feliz, pero si recuerdo momentos en que la pobreza me
humillaba y disminuía (puede humillar y disminuir de
tantas maneras), el dolor o la tristeza me dejan a punto
del llanto.

*

El pasado es el país de las imágenes rotas y las sombras
despedazadas.

*

El pasado existe para que los poetas embellezcan sus
miserias.

*

El presente nos niega al disolverse.

*

Una buena parte de la vida busqué fantasmas en el pasado
para conversar con ellos, y muy tarde, con tristeza, me di
cuenta de que esos fantasmas no existían.

*

En ciertos momentos, en los años de madurez, el pasado
se vuelve una larga noche donde fantasmas y demonios
nos gritan al oído y nos devuelven imágenes o instantes
de errores y caídas, y nos martirizan memoria y cerebro,
corazón y cuerpo, hasta dejarnos figuradamente ovillados.

*

Aunque quiera, aunque se esfuerce con toda la voluntad
del alma y del corazón, un hombre no puede levantarse del
todo cuando ha caído hasta las profundidades del abismo.
Siempre queda en él algo triste y definitivamente roto.

*

En la edad madura la ventana de los recuerdos se abre
también al jardín del pasado donde en distintas épocas
caminan mujeres que pudieron ser nuestras. Por un tiempo
el corazón arrepentido se entristece con imágenes que le
vuelven de aquellos tiempos, donde resuena en nosotros a
menudo una frase en una música casi apagada: “Pudo ser...”

*

Cuando se llega al otoño de la vida debe uno ser más
práctico en asuntos amorosos, aprovechar la experiencia
acumulada, y no hacerse castillos de sueños, porque a
cierta edad, en la edad gris, los castillos pierden de pronto
su luz y pueden caerse. A veces, si se yerra, un gran dolor
acompaña a un gran ridículo.

*

Cuando se quiere aprender a sonreír tarde en la vida, la
sonrisa se vuelve un rictus.

*

Uno lleva en el alma la desdicha como una bandera a
media asta, pero de uno, en uno , no para uno .

*

De improviso me entristezco porque hallo las huellas
del paso del tiempo en sitios que no esperaba: o en el
horizonte marino, o en montañas distantes, o en un libro
que leí hace tiempo y tiene mis signos de lectura, o si veo
escrito en una hoja suelta el nombre de alguna muchacha,
por ejemplo, aquella que amé en el otoño de 1974.

*

Cuando nuestro cuerpo invade los campos otoñales va
pareciéndose más a las deformaciones y a la destrucción
del cuerpo que al cuerpo que tuvimos por más de cinco
décadas.

*

Se sabe que los años ya se nos precipitaron encima,
cuando al agudizarse los dolores del cuerpo, uno empieza
a interesarse por las enfermedades de los demás.

*

Cuántas veces al ver el paso de las aguas del río creí que
en las aguas iba yo.

*

Un melancólico conoce periodos e instantes de felicidad
pero no la felicidad.

*

Quizá la historia del mundo se resuma in extremis en un
hecho inexplicable y absoluto: el silencio de Dios. Pero ese
silencio sólo puede explicarse por su abandono.

Marco Antonio Campos (México, D. F., 1949)

Es poeta, narrador, ensayista y traductor. Ha publicado los libros de poesía Muertos y disfraces (1974), Una seña en la sepultura (1978), Monólogos (1985), La ceniza en la frente (1979), Los adioses del forastero (1996) y Viernes en Jerusalén (2005).

Ha traducido libros de Charles Baudelaire, Arthur Rimbaud, André Gide, Antonin Artaud, Roger Munier, Emile Nelligan, Gaston Miron, Gatien Lapointe, Umberto Saba, Vincenzo Cardarelli, Giuseppe Ungaretti, Salvatore Quasimodo, Georg Trakl, Reiner Kunze, Carlos Drummond de Andrade.

Ha obtenido los premios mexicanos Xavier Villaurrutia (1992) y Nezahualcóyotl (2005), y en España el Premio Casa de América (2005) por su libro Viernes en Jerusalén. En 2004 se le distinguió con la Medalla Presidencial Centenario de Pablo Neruda otorgada por el gobierno de Chile.

Estos poemas son una selección que forma parte del poemario "Árboles" que será publicado por Ediciones Monte Carmelo, en 2006.

   
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