Los fronterizos
La línea divisoria es aguanieve.
Actor y personaje comparten una franja difusa
una coloración que empalma el verde y el azul,
y sólo se hace tenue en las orillas.
El límite es un vasto territorio:
tierra de nadie pero tierra de ambos.
Sofía es Martha que es Sofía.
Joaquín es Julio.
Sofía le pide a Martha la voluntad del pleito, la violencia
y Martha, personaje, actúa a Sofía,
le permite sentir lo que ¿Sofía? ha esperado sentir.
Joaquín repite en soledad su parlamento:
Julio se va metiendo en su tejido
como agua en tierra que pide agua.
Julio escucha que Julio se establece
entre las representaciones -escenas-
que Joaquín tiene de su vida.
Dos discursos se nublan, se entretejen,
dos corrientes que mezclan su fluido y logran
una sola temperatura de la sangre.
¿Cuál es de carne y hueso?
*
Los actores surfean sobre una cima de agua
mientras la ola dure;
esquían sobre el abismo,
caminan sobre cuerdas demasiado tensas
-la identidad en vilo-
suben cuestas de hielo antes de derretirlas
con su propia voz.
*
De interno a externo crece la frontera
poblada por palabras, cimentada en palabras,
erguida de palabras, construida,
esta frontera es casa y escenario,
hogar y sueño donde la vida hierve.
*
Ciudad de laberintos,
andan sus calles con los pies descalzos,
exploran andamiajes y palacios,
suben cúpulas, abordan balaustradas y balcones.
Dos mundos el interno y el externo
abren sus puertas sobre el mar vacío.
*
Donde la noche se convierte en luz,
donde el mar deja abatida su ternura en playa,
donde el ocaso barniza de nostalgia el cielo,
se abrazan el actor y el personaje.
*
Los que sueñan despiertos, los que juegan,
los que hacen el amor, los locos,
saben de los empeños del actor;
conocen esa barca sigilosa
que cruza la frontera.
*
Abordar la locura es cosa de palabras,
gestos vienen después cuando la carne
es ya hija natural de la palabra.
Perder juicio y sentido,
abandonarse a un estado de cosas otras.
Haz de mí lo que quieras, delirio vano
pon al otro en mi boca, a ese siniestro
impostor de mi calva y de mis manos.
*
Haz de mí lo que quieras, delirio vano
pon al otro en mi boca, ese siniestro
impostor de mi calva y de mis manos.
Vacíame de recuerdos, déjame desasido,
con las costuras rotas
para que venga el ajeno a poseerme.
Dame otra voz que ya no reconozca,
que siembre pesadillas confusas en mi mente.
Háblame en otro idioma al interior de mí
donde los sueños se me escapen como agua de las manos.
Siento mi corazón de piedra, mis arterias de piedra
y ya no reconozco ni mis pies ni mis labios.
Viola mis ojos para que no vean lo que ya vieron,
abre mis puños que quieren conservar lo familiar,
desvanece mi esencia y su linaje tibio
para encender el frío de otros huesos.
Dame pezuñas, cola, cuernos,
no venga Dios a devolverme el alma,
quiero actuar.
Telón 2
Telón, telón, telón,
abre la víscera de la oscuridad,
hazle una hendidura profunda al silencio.
Pesado, pesado es el pasado;
abre tus músculos
y deja ver la entraña de la luz
porque expectante estoy,
espectro en la butaca.
Telón, telón, telón,
marca la primavera y el invierno
y la primera vez y la tercera.
Suena en la noche artificial
-chuic, chuic- arrastra tus cadenas,
fantasma lento de mis años mozos,
ábrete Sésamo en la herida del tiempo.
Telón, telón, telón,
mientras tú corres
las ciudades se cambian de lugar,
las épocas resurgen de su tumba de nieve.
Tumba que tumba, telón,
mi ansiedad en la sombra,
mi miedo en el umbral.
Poco a poco revela, poco a poco,
poco a poco descubre, poco a poco,
pliegue a pliegue la tela, poco a poco,
paso a paso te sigo, te presiento,
el ánimo turbado, la sed en la mirada,
la tensión en los huesos: qué hay, qué hay,
qué hay atrás, atrás, del otro lado.
Qué hay , qué hay en el rincón del bosque,
en la cama del muerto.
Qué ruidos son los de la habitación contigua.
Dicta el inicio y el final y la sentencia,
Ciérrate a golpe de manecillas tercas,
tapa el pozo después del niño ahogado.
Di que ya, FINAL, se terminó;
nunca más, nada nunca, ya.
Cayó, cayó el telón, calló,
como el goteo de un suero se suspende.
Cayó, cayó, calló el telón.
Telón, telón, telón.
Talán, talán, talán.
El camerino
La luz es blanca y fría.
Las bailarinas se preparan para la función;
sus muecas son grotescas
cuando se untan el maquillaje sobre el rostro.
Sus posturas han perdido el garbo;
abren los pies desmesuradamente,
sacan la lengua, relajan el abdomen
mientas se ciñen el tocado
o se ajustan la falda.
Los vestuarios a medias:
una lleva puesto el suéter de calle,
otra tiene el vestido de tul desabrochado.
¿Quién asiste a esta función ignorada?
¿Quién registrará en fotografías
o videos
la armonía bizarra, irrepetible
de sus acciones silenciosas y precisas?
¿Qué crítica de qué periódico
mencionará
la atmósfera sagrada,
la cruel metamorfósis de la niña-monstruo-mariposa
entre espejos y focos que la repiten infinita,
la extrañeza de no ser nada del todo
y ser la misma, cotidianamente enrarecida?
¿Cómo repetir esta escenografía
de ganchos, chamarras y tacones,
bolsas de calle y colores
desparramados sobre el tocador?
Texturas, sombras, reflejos,
movimientos arcaicos de seres rituales.
¿Qué dios les dará nombre a estas criaturas?
Junto a la magia del camerino
cualquier puesta en escena -la más excelsa-
es blanda.
Atrás está la verdadera tiranía,
el arte reservado al olvido,
aclamado por la ausencia.
El sueño de la crisálida es efímero:
la composición improvisada se disuelve
cuando las bailarinas se disponen
a abordar el escenario. |
|