Pincel

El camello avanza ondulante
sobre el desierto del lienzo.
Mueve su sedoso advenimiento.
Avanza con cadencia majestuosa
y el paisaje se puebla de paisajes silvestres.
Cada huella sobre la arena es el inicio
de un paraíso posible.
A su paso palmeras aparecen,
nacimientos de agua,
brotan frutos que la sed reclama.
Mancha la tarde el camello con sus sueños húmedos.
Verde, amarillo intenso su deseo.
Funda un oasis al ritmo de su sangre.

Gota

Chorrea la gota a gatas
chorrea y se escurre
pero no se aburre.
Llueve una vez
y otra sobre mojado.
Su cuerpo es la tormenta
pero desciende lenta por la tela
que más que tela es vela
de un velero que vuela.
Gotea la gota gorda
su cuerpo de flan líquido
y en el camino deja
su dura embarradura
casi seca,
su estela de color,
su negro albor
por la pradera blanca.
Vaca es casi,
mancha de vaca siempre
que salpica
este llano paisaje
que es el lienzo.
Salpica y pica gota
las otras gotas -dos-
que son los ojos,
lágrima separada
para llorar de risa
verde o gris
-no de tiza ni gis-
de aceite o de agua al ras
y sí, sin prisa
para alcanzar el piso
y con sonido así
como de pi
como de go
como de ta
la gota ya no está
y en el zapato un punto se desliza.

Oleo
(ver texto manuscrito)

Perturba, brocha, la desnudez del lienzo,
despierta con un beso de aceite
su espalda virgen, su sueño dilatado.
Humedece un primer punto de blancura:
germinará el paisaje en medio de la ausencia.
Qué suavidad la del pincel
que resbala en la paleta su primer deseo:
moja el dictado del sol en el naranja.

En la paleta se vierten los colores,
líquidos se detienen,
tibios en su espesura esperan,
voluptuosos.

Mesa

Qué jaula de pájaros sin rejas,
qué algarabía de niños en recreo,
la mesa de trabajo del pintor.

Mancha

Mancha, tú eres el orden ,
la irregularidad que en su pasión detiene el caos,
el límite disperso que contiene,
derroche de su propio fuego.

Mancha, tú eres la luz vuelta espesura,
blanda espesura dura cuando seca,
suave aridez tu lenta liquidez.

Mancha, tú eres el bien alimentado fuego,
el fuego gordo que se embarra en la tabla,
nutrido deseo que lubrica el silencio.

Eres textura tacto en la mirada que toca.

Ejercicio

Vas disolviendo el miedo en el cuadro que baila.
Vas pintando las formas que palpitan.
Vas abriendo la vida en cada trazo.
Va cobrando presencia la existencia.
Vas rasgando el telón a punta de zarpazos.
A punta de colores vas fecundando el aire.
Le das cuerpo a la noche y cuerpo al mediodía.

Pintura que se alza por sobre la mirada del pintor,
clama su carne, clama su entraña,
habla y retoza y está viva.

Cómo ordenar la gota que se desprende

Cómo detener esa pequeña gota que se desprende
de la superficie marcada.
Gota que se chorrea sin cauce ni destino,
que se sale
del marco para seguir su propio
improgramado fin
sin saber dónde ni por qué ni cuándo
vino a ser excesiva
en la pintura de su vida desierta y yerma.

Fugitiva es la gota que se chorrea en el lienzo.

Fugitiva y frágil la gota se desprende.

Amarillo

El amarillo es un diminutivo sin serlo, una mentira sostenida en la i y la elle de su nombre. Nadie le cree a su grito de soprano que hace temblar la superficie de las formas. Si alguien lo toma en serio se vuelve ocre, cálido, toma prestada del rojo la intensidad, se hace profundo, pero deja de ser aquél que presumía y él, agudo seductor, no puede permitir ese atentado al narcisismo. Un fruto es amarillo sólo en sus partes verdes, vaya contradicción que se resuelve cuando el verde no es verde, sino amarillo. La inmadurez es dura, no ha hecho carne, no ha producido miel ni derramado el jugo que la lleva a ser naranja, a abandonar el amarillo como quien deja atrás la juventud insípida para adentrarse en el color amalgamado de la sazón del tiempo. Por eso el amarillo no sabe de sí mismo, se encuentra deslumbrado con su hermosura efímera y lo que exhibe es sólo superficie. Si el sol es amarillo es un sol frío. Sus rayos caen en línea recta, añorando la curvatura de los otros colores. Atrás de su chillido está su angustia, pero ésta se percibe sólo junto al azul, que es todo calma.

Rojo

Sangro. En todas las superficies extiendo este dolor que he ido madurando en el corazón de las uvas. Doy a las cosas una intensidad sólo comprendida por el toro cuando recibe la última estocada. Soy la herida que mana en el pretil de una ventana, el tejido de vasos capilares que se rompen al alcanzar la flor del tabachín o se condenan ebrios al fondo de una rosa. Estallo. Soy la carcajada de las frutas y el rubor de los cuerpos desnudos cuando traslucen el torrente airado de sus pasiones calladas. Ardo. De por vida condenado al infierno de mi amor desmedido, en cada gota arriesgo lo mejor porque el peligro me signa y me limita y me da identidad y me contiene. Filo de la muerte, permanezco del lado de la vida: represento su desorden milagroso. Abro el día manchando su superficie y establezco el crepúsculo cuando el sol se desgaja entre los nubarrones. Soy el tiempo que late al interior de las formas, grito que pulsa en el núcleo de todas las palabras.

Oficio de pintor
(ver texto manuscrito)

Morder el amarillo. Apachurrar el rojo hasta el chorizo, verlo salir como húmedo reptil. Embarrarse del verde espinacoso la camisa. Hundir los dedos en el blanco para sentir su crema adentro de las uñas. Embadurnar el lienzo con un azul espeso, gordo, regio; hacer puré violeta en un bote de plástico. Manchar con el naranja esa esquina inviolable; ver escurrir las gotas del negro sobre el piso. Dar un brochazo hiriente pero suave sobre la superficie tensa. Deslizar el deseo con un pincel delgado. Escuchar el chasquido íntimo del agua cuando se mezcla con la pintura; mover con un palo el fondo de la lata. Rascar la arena seca, hacerla repetir su sonido rasposo con la espátula. Buscar el punto pegajoso del marrón y pellizcarlo. Pintar con la garganta y la rodilla, con el bazo y el páncreas y la lengua y las palmas abiertas. Después, sentarse a oír a Mozart.

   
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