Pincel El camello avanza ondulante Gota Chorrea la gota a gatas Perturba, brocha, la desnudez del lienzo, En la paleta se vierten los colores, Mesa Qué jaula de pájaros sin rejas, Mancha, tú eres el orden , Mancha, tú eres la luz vuelta espesura, Mancha, tú eres el bien alimentado fuego, Eres textura tacto en la mirada que toca. Ejercicio Vas disolviendo el miedo en el cuadro que baila. Pintura que se alza por sobre la mirada del pintor, Cómo ordenar la gota que se desprende Cómo detener esa pequeña gota que se desprende Fugitiva es la gota que se chorrea en el lienzo. Fugitiva y frágil la gota se desprende. Amarillo El amarillo es un diminutivo sin serlo, una mentira sostenida en la i y la elle de su nombre. Nadie le cree a su grito de soprano que hace temblar la superficie de las formas. Si alguien lo toma en serio se vuelve ocre, cálido, toma prestada del rojo la intensidad, se hace profundo, pero deja de ser aquél que presumía y él, agudo seductor, no puede permitir ese atentado al narcisismo. Un fruto es amarillo sólo en sus partes verdes, vaya contradicción que se resuelve cuando el verde no es verde, sino amarillo. La inmadurez es dura, no ha hecho carne, no ha producido miel ni derramado el jugo que la lleva a ser naranja, a abandonar el amarillo como quien deja atrás la juventud insípida para adentrarse en el color amalgamado de la sazón del tiempo. Por eso el amarillo no sabe de sí mismo, se encuentra deslumbrado con su hermosura efímera y lo que exhibe es sólo superficie. Si el sol es amarillo es un sol frío. Sus rayos caen en línea recta, añorando la curvatura de los otros colores. Atrás de su chillido está su angustia, pero ésta se percibe sólo junto al azul, que es todo calma. Rojo Sangro. En todas las superficies extiendo este dolor que he ido madurando en el corazón de las uvas. Doy a las cosas una intensidad sólo comprendida por el toro cuando recibe la última estocada. Soy la herida que mana en el pretil de una ventana, el tejido de vasos capilares que se rompen al alcanzar la flor del tabachín o se condenan ebrios al fondo de una rosa. Estallo. Soy la carcajada de las frutas y el rubor de los cuerpos desnudos cuando traslucen el torrente airado de sus pasiones calladas. Ardo. De por vida condenado al infierno de mi amor desmedido, en cada gota arriesgo lo mejor porque el peligro me signa y me limita y me da identidad y me contiene. Filo de la muerte, permanezco del lado de la vida: represento su desorden milagroso. Abro el día manchando su superficie y establezco el crepúsculo cuando el sol se desgaja entre los nubarrones. Soy el tiempo que late al interior de las formas, grito que pulsa en el núcleo de todas las palabras. Oficio de pintor Morder el amarillo. Apachurrar el rojo hasta el chorizo, verlo salir como húmedo reptil. Embarrarse del verde espinacoso la camisa. Hundir los dedos en el blanco para sentir su crema adentro de las uñas. Embadurnar el lienzo con un azul espeso, gordo, regio; hacer puré violeta en un bote de plástico. Manchar con el naranja esa esquina inviolable; ver escurrir las gotas del negro sobre el piso. Dar un brochazo hiriente pero suave sobre la superficie tensa. Deslizar el deseo con un pincel delgado. Escuchar el chasquido íntimo del agua cuando se mezcla con la pintura; mover con un palo el fondo de la lata. Rascar la arena seca, hacerla repetir su sonido rasposo con la espátula. Buscar el punto pegajoso del marrón y pellizcarlo. Pintar con la garganta y la rodilla, con el bazo y el páncreas y la lengua y las palmas abiertas. Después, sentarse a oír a Mozart. |
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