CALENDAS, LA MIRADA

Francisco Magaña

A Francisco Peralta Burelo
y Carlos García Magaña

Los pájaros no alcanzan
Estuvimos en el cielo, éramos amigos
de los ángeles: Padre, déjanos
regresar allí, pues ésa es nuestra tierra
Rumi

Larga silenciosamente
con tus caminos desandados y la mirada casi guiño
das el sentido a un mundo maltrecho

Decides que todo gire de nuevo
sobre el vértice fundamental —línea única invisible

Permanecemos interrogados y sin respuestas
con el cuerpo de una incertidumbre densa
pegajosa como una prolongación de hastío

A un lado del cementerio
en sonidos claros distinguibles
las voces del cielo
y el mar un tanto compañero del milagro


***
Hay tanto amor desparramado en esta noche
Hay tanto tu nombre que empieza a ceder la tristeza
en el agua perforando angustias
(En la confesión dolorosa
también los días azules y aluminio
sedientos y noctámbulos hueco sin fin)

La víctima aparece y desaparece
con los perfumes legendarios intactos en su esencia
¿En el azar?
¿Por qué no esta hora benditamente nuestra?

La víctima levanta el vuelo
abriendo una losa sepulcral y emerge
Olores charcas de lodo
Rosas blancas
A veces sólo un ramo de rosas blancas


***
En el paso descorbado de los años
dibujamos la corteza que no existe
el nacimiento las hojas de invierno la caída inminente
—cartografía despedazada de un lugar sin registro

Lo demás apenas alcanzamos a vislumbrarlo
borroso enmohecido y transparente

De malos augurios hechizos limpiamos el cielo los montes
las aguas juntamos
para evitar que un elemento extraño nos observe
sólo recordamos
la apertura de espacios para vivir bajo las estrellas
porque está dicho que con lágrimas puede llegar


***
Levantamos el muro tenebroso
Ofrenda al cielo a la tierra

Recogemos auroras para colocarlas en desorden
pero en el océano
ecos interminables que no abandonan
música de estrellas fulgurante

Un amanecer escarlata en el fondo de las aguas

Tu piel
súbita aparición de un aire desconocido
y no conocemos más que el dolor de tu fuego
en este desierto de mares

***
Un mundo escondido
una hora que señorea sus goznes oxidados
las verjas del traspatio
—sepultado el gruñido
Y la hermandad cáustica de la noche desflorada
de sus venas chorreando vida en carne viva

Quién podrá devolvernos el verano quién los días
sin espantar los latidos de esta noche venturosa
que permanece callada sí que permanece

Y nos llenaremos de una luz altiva
porque la amada está llegando
y es menester que nadie abra la boca
que el solsticio muere canta vive solo


***
Que las manos revoloteen su mañana
escarbando
en los sentimientos relegados quién sabe dónde

Nosotros en el descanso de la autopsia
simplemente un día dejaremos de existir
sin olvidar el ala tenebrosa de los buitres
la carroña que nacimos en una hora como ésta
Que igual se colman los benévolos rasgos de la tierra


***
O crear en la noche diamantes en el bosque
en la proporción justa de lápida en la propia
Que sientan las narices
los olores propios de su porvenir
mientras nosotros a contemplar
los que emergemos de la vasta caudalosa tierra
podemos decir sus gracias
afinados en cuerdas escombros de laúd
Y el ardor desvanecido
las flores frías
inermes
en este espacio que morimos


***
Tiempo de nacer llorando en las piernas del amor

El día lo sabe destruye postigos trancas
¿Y si muere la estación?

Quizá mirarnos de frente
mirar las hojas destruyendo al tiempo
los golpes enguantados en nubes y crepúsculos
El rictus agónico desesperante desesperado
el rictus nuestro de cada día
en las rodillas el temblor la ausencia


***
Cómo olvidar su trabajo terrorífico
el daño
y el espíritu que podemos retener
La voluntad su última voluntad aquí
en esa ropa
en esa habitación que no deja de ser suya
no desmiente la calma pero cómo
cómo renunciar a la sonrisa trágica mortuoria
a sus días de pesca y cadillo y brisa
Una fotografía
unos años macilentos que preguntan cómo
cómo desdibujar mas no queremos

Una y otra vez el aguijón que enfebrece
balancearse siempre con el sonido a cuestas
de sus pasos

Él sabrá del instante cuando nos recostemos cansados
en las hojas
de mi vuelo infructuoso pero qué madurado en soledad
Quisiera regresar y dijo para qué
si hay nada si falta el mundo

Y dijo para qué
tú siempre serás algo especial

Ahora las aguas
en la nieve y la tormenta
en el pensamiento solo
y con él nuestro ayer
la tarea del sueño su futuro

La mirada serena del enterrador


***
Mientras preparo alucinado torpe
mis manos para que lleguen al momento
mientras nervioso trato
de prolongar la partida
coloco mis brazos en la cara
A carbón mi rostro huele a carbón

Entreabro los dedos y observo
nace la chispa
el viento que enardece
y las alcaparras se dejan divisar
cuando apareces

Francisco Magaña
(Paraíso, Tabasco, 1961). Poeta y traductor. Miembro fundador y editor de Ediciones Monte Carmelo.

Sus poemas y traducciones del francés han sido publicados en México, España, Argentina y Canadá. Ha traducido textos de Cioran, André du Bouchet, Guillevic, Edmond Jabès, Robert Mallet y Raymond Quenau.

Ha sido becario del Fondo Estatal para la Cultura y las Artes de Tabasco y del Fondo Nacional para la Cultura y las Artes.

Editor de la colección de poesía Carlos Pellicer de la Universidad Juárez Autónoma de Tabasco (2002-2003).

De diciembre de 2001 a enero de 2006 coordinó el suplemento cultural Caravansary del diario “Tabasco Hoy”; actualmente escribe la columna “Visitaciones” en la sección de cultura de dicho diario.

Ha publicado los siguientes títulos de poesía: Cuerpo en ausencia (Colección Luna Hiena, Universidad Veracruzana, 1990), Comunión de sueños (Instituto de Cultura de Tabasco, 1990), Penitencia el mar (Fondo Editorial Tierra Adentro, 1990), Calendas, la mirada (Colección “El ala del tigre”, UNAM, 1992), Las memorias de agosto (Casa de la Cultura de Ciudad del Carmen, Campeche, 1994), Habitar donde fantasmas (Margen de poesía, Universidad Autónoma Metropolitana, 1995), Antorchas (Verdehalago, 1999), Ayer (Ediciones Monte Carmelo, 1999), Maitines (Mantis editores, 1999), Fiebre la piel y adónde la manzana (Biblioteca popular de Chiapas, 2002; segunda edición Peau de fièvre où la pomme, traducción de FranVois Roy. Ecrits des Forges / Mantis editores, 2002), Barra de panteones (Ediciones Monte Carmelo, 2003) y Corazón de pies cansados (Colección Liminar de Mantis editores, 2006).

Co-traductor de Los cuatro estados del sol, de Jean-Marc Desgent, y traductor de Reflexiones sobre poesía, de Paul Claudel.

Entre otros reconocimientos, en 1999 recibió el premio Tabasco de poesía “José Carlos Becerra” y el premio nacional de poesía “Carlos Pellicer” para obra publicada; en 2001 el premio internacional de poesía “Jaime Sabines”.

   
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