El país de la mirada
Martín Mérida

(Selección de poemas)

Despierto

El prensa papeles de papá es coyote de cola quemada El machete grita como zopilote bueno con collar de lazo Mamá enciende el radio viejo trompa de oso Se escucha la canción:

Lindo capullo de alhelí,

si tú supieras mi dolor

...

Y capullo --nuestro perro-- ladra comprensivo

Despierto

En el patio el gallo canta mientras cierra los ojos

(¿Qué mira dentro de sí mismo?)

La montaña quisiera meter sus manos para acariciar al gato que la observa

Los patos discuten y cada uno dice poseer certezas

El sol bosteza al mirarse en el estanque cuando el agua le saca la lengua

«Buenos días en esta bella alborada » dice el locutor desde la radio

Son las siete de la mañana Lo sé por la tos del molinero

Unas muchachas de secundaría entonan la canción pasada de moda:

Creo en vos/ arquitecto, ingeniero/ artesano, carpintero/ albañil y armador

...

Despierto

El carro de la basura taladra mi corazón al sonar su campana aguda Felino --el borrachito— ha comenzado a gritar: ¡Qué tal si yo fuera así!

Frente al humo del café a veces genio de lámpara maravillosa

me interrogo:

¿Para qué sirve ser niño?




De la casa a la escuela: el árbol

Sólo el árbol por árbol sabe de mi cansancio

Hoy no me importa el salto de una rana matemática

O una canción infantil para ser obediente

De la casa a la escuela: el árbol

Sólo el árbol por árbol me cree una rama

Y brota de mí lo frondoso

para hablar con el viento

De la casa a la escuela: el árbol

Sólo el árbol por árbol

Me descifra

Y

al menos un instante

me olvido de olvidarme






Mi abuela y yo solemos platicar con el Padre Urbano

Él llega de la cristiada a preguntar por Cristo del siglo XXI

Y sólo le conforman respuestas que mira desde la baranda

Mientras mastica un turrón con figura de perro

Tras sus lentes de viejo le chorrean lágrimas

«¿Qué va a pasar conmigo cuando te mueras?» pregunta a mi abuela

«En los últimos días se levantarán todos los muertos» ella responde

Mientras el Padre Urbano guarda silencio de olor a bodega

Caen migas de turrón en la negrura de su sotana

Luego van a seguir detalles sobre trompetas en el cielo

Y yo he de soñar con carcajadas del diablo

Y la estrella desparramada amargando el mar

A veces sin mi abuela platico con el Padre Urbano

Le pregunto sobre los juguetes usados cuando era niño

Él pide que le de una mano para visitar la ciudad

«Los juguetes eran la horca» me dice a destiempo

Y me muestra paredes donde asesinaban a humanos como vacas

Y se lamenta de bellas construcciones mandadas al carajo

Carraspea donde había un abrevadero para caballos que parecían gente

«Mejor será ir al parque a comer tacos de tripa» sugiere mientras suspira

Antes de despedirlo cerca del cementerio y ahí escuchar su ergo te absolvo

Le prometo pintar su tumba con el azul que impregna






Soy un niño hormiga

perdido en una carta

con letras tan grandes como mis padres

El mensaje pertenece al poeta amante de nuestra especie

Y puedo recorrer toda la hoja

esquivando lagunas que derraman sus ojos

Soy un niño hormiga

rirp rirp rirp... Es el sonido de mis pasos sobre la hoja

rirp rirp rirp... Estoy perdido en una carta

Recuerdo el desfile de mi familia

en la gaveta donde duerme una araña

¡Auxilio! Soy un niño hormiga

perdido en una carta

Las letras encienden habladuría

Las letras se mueven impacientes

y esperan el índice del poeta

donde he de subir para llegar a su oreja

y decirle palabras de ánimo

¡Auxilio! Soy un niño hormiga

rirp rirp rirp... Es el sonido de mis pasos sobre la hoja

rirp rirp rirp... Estoy perdido en una carta

Las letras comienzan a nadar

rip rirp rirp:

¡Snif!






La tierra gira cuando alguien se da cuenta

Poema renovándose en imágenes de sueño

O fruto que no acaba de nacer

en la parcela del tiempo

La tierra también gira aunque no queramos darnos cuenta

Pero ayer la detuve un instante

Hombres y mujeres temieron el fin del mundo

La tierra

Esa que eché a girar

Y va de tus manos a mis manos

Para sentir sus cosquillas con su punta de plomo

por si acaso

vuelve lo serio






Ser fruto sólo vale

Sentirse piña-rey de la corona verde

Latir niño corazón durazno

Melón surgir Saber por dentro:

La tierra es secreto de sandía

Enmanzanarse

¡Que el rojo sea la delicia!

Agradecer en abuelita mandarina

Por el dolor alegría de lo ácido






Cuando sea grande seré poeta

¿De qué vas a vivir? --dijo el maestro

De mi mirada --respondí






Los zompopos con alas salen con sus chismes bajo las primeras lluvias

No pueden verse ente sí y se pelean hasta degollarse

En mi pueblo es una fiesta atraparlos en el sin tiempo de las cubetas

Y los comemos como un manjar tal como hicieron los antiguos mayas

Por eso algunos nos nombran: “Comelones de hormigas”

Como si no supiera que en otras partes

De sobremesa devoran a la gente







A Bonifacia Bartolomé Roblero.

In memoriam.


En la casa de mi abuela están sus cabellos cortados desde cuando era niña y, junto a otros misterios, retozan en un cofre ballena de color vino.

Los libros de Poetas de América me hacen guiños sobre la mesa junto al retrato ovalado desde donde sonríe mi bisabuela Tiburcia. Y no me canso de pedirlos prestados para leer Los motivos del lobo. Abuelita Boni: ¿le leo un poema?..

Mi abuela me escucha y después canta una canción de Agustín Lara y me gusta observarla desde un escalón de ladrillo recién barrido. Su voz se va haciendo tan delgada que, de repente, se confunde con los grillos. Entonces me mira y sonríe con la transparencia de sus ojos negros; ignaurando, de esa manera, el momento de hacerle preguntas que responde con relatos ciertos como secretos para espantar tempestades.

La casa de mi abuela huele a pan horneándose y a humo de hierbas y de café tostado. En un pasillo de esa casa hecha con adobes, mis hermanos y primos descascaran cacahuates para la confección de dulces. Y la más chica de mis tías; mi tía Emperatriz, bate claras: a ver si pega el turrón. Mi tía cada vez tiene más ocurrencias sobre como forjar figuras de gatos que después da tristeza comerlos.

De pronto mi abuela brota hacia el patio, rumbo al horno de barro, con una paleta de madera larguísima. Y me causa admiración lo de su fuerza para meter y sacar del horno tantas bandejas pesadas. La miro, y como alas de lo irreal llega a mis ojos la palabra artesa:

Artesa arca para amasar y dar forma a perritos, cuernos, conchas bizcochos, morelianas... Artesa: poemario de madera en el centro de estas horas en que mi abuela hace pan y eso no es poco.

Martín Mérida

(Motozintla de Mendoza, Chiapas) vive en Guadalajara, Jalisco, desde 1998. Es Licenciado en Lengua y Literatura Hispanoamericana por la Universidad Autónoma de Chiapas (UNACH) y licenciado en Filosofía con estudios de maestría en educación en la UNIVA y maestro en Desarrollo Humano por el ITESO. Ha sido becario tanto del CONECULTA Chiapas como del CECA Jalisco. En 1999 recibió el premio nacional de poesía «UdM»; en agosto del 2003 ganó los XVII Juegos Florales Nacionales Amado Nervo y ha publicado los libros de poesía: Donde convoca el alma (UNACH, 1996) El milagro de tu voz distinta (ITESO, 1999) La pasión según un hombre cualquiera (MANTIS EDITORES, 2002.) La primera edición de El país de la mirada estuvo a cargo por editorial UAN y LITERALIA EDITORES, 2003. Y la segunda, fue emitida en septiembre del 2007 por LITERALIA. Su primera novela: El poeta y el niño de la piedra, fue publicada por el CECA en el 2005. Martín Mérida ha colaborado en revistas y periódicos de nivel nacional.

   
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