Tres Elegías a Eugenia


È

1

Transito todas las humaredas del día, siempre aspirando llegar a un oriente distinto.

Ya he vadeado todos los bordes de la quietud –desde las sombras del alcohol

hasta el terrible fruto de meditarla por las avenidas de Juárez y Alcalde–;

ya habité todas los manados de la sombra y lo balsámico de los cedrones pretéritos

de mi anhelo que por tu nombre, Eugenia, tan siempre bien nacida,

he respirado;

ya habité los maderos que sustentan el equilibrio; arriba y abajo anda innumerable

el crepúsculo de mi alma, arriba y abajo

sobreviniendo se ha aguardado: De este mismo modo se quiebra la luna y su verano

herida hacia los causeos de mi letra tremenda,

donde errabunda y a medianoche es manto en palio suyo en usanza recogerse,

a la sombra de la palabra,

pero el almanaque de los destinos –así, tan humilde yerba de los días– ya no es

un idioma por el caldo y sangre de frutas de cada lunes,

ya no es un deleite la yerbita de tu nombre entre los dientes,

cruza insomne la hora de la luna –la moneda que tanto canté–, y el azogue

que nos refleja le sobrevive a zancadas, incoherente es ya

el mundo de mi cuarto sin el andar y sin el desnudo del mundo tan tuyo propio,

ay qué siglo nuevo en esta historia mínima que sorprende al día de hora en hora todo,

y en vano baña sus entrañas en la salsa dolorosa de mi sangre y en el instinto seminal

de saberme tan mío entre las manos:

La verdad, soy más amargo que la salmuera que conserva el lloro de los ridículos,

hombre forzado que soy, la soledad es más grande que el nombre de la espada

y la sangre hermanadas por la letra de la fábula.

Y como en balde se combate contra el tiempo, la tierra ha tendido las yerbas

soberbias de caminar a media sombra la vía de buscar la noche

como una plasta curativa,

y ninguno de los zafiros ha logrado llenar la estrella líquida de los huesos;

igual la última luna del verano, parece –ah, hipócrita lector, hermano mío– la sombra

que me lame,

y nadie, explícame, ¿por qué nadie puede rescatarme de la sangre triste de este hábito

de pensarte?



2





¿Adónde se ha ido la inocencia? Le pregunto al espejo, al humo de este

departamento de Manuel Acuña 277, Zona Centro.

¿Qué tan necesario es preguntar por la sombra, por el perfil de la inocencia?

(Sí, yo también pregunto ¿qué fue del aprendiz de mago?)

Para comenzar todo proceso que incida con el espejo se requiere de una herida

y de algunas triquiñuelas del espanto:

La sombra misma —hermanita de este domingo nublado y resaca—

pregunta por mi paradero, por mis demonios de nacimiento navideño

que impiden el arribo de las naves.

La inocencia estuvo aquí, en algún gajo de fragancia, quizás en la boca abierta

de alguna de mis guitarras cuando acompasaban la tarde;

o en la orilla —pero muy en la orilla— del aroma a tequila que le extraje a la noche

mientras Alejandro me contaba sobre sus fantasmas muertos

(así también se suele beber, invitando al fantasma de los nombres).

La inocencia estuvo aquí, y gritó por ti, Eugenia, por el zafiro, por el anillo imposible

que salvaría los reinos que pertenecen más al azogue que a nuestros dedos:

Estuvo aquí, y preguntó por el amor (sí, lo sé, el amor no existe);

preguntó por la imagen cruel que somos mientras en nuestros cuerpos somos:

El amor es un espectro, una palabrita bien hecha en la boca, un producto

netamente ético (si así lo quieres);

pero también un caballo lleno de ruidos vespertinos que exige le develemos

sus secretos.

Si hablaras, te preguntaría:

¿Sabes tú dónde están los labios cuando miras lo que yo no miro? ...Qué valor

tienen las cosas cuando faltan tus ojos.

No me preguntes, Eugenia, qué hice con mi sombra, ni Dios (mucho menos Dios)

me podría recuperar lo de ayer:

Tantas visitas inútiles, cuántos vidrios inusitados.

Quizás sólo jugando con muñecas y toreros (yo, que fui aprendiz de mago),

o bebiendo el tequila que me corresponde por consuelo podría aceptar el proceso:

Sólo cuando tenga una hoja amarga en la mano podré decir finalmente

que he vivido lo soñado.



3





Cierto, hija que todo lo ve, madre que me borda el lirio en los labios, sé que es piedra

inútil bajar las manos del pecho, levantar escudos

cuando me retienen al hombre con una guitarra tremenda y ópalos entre los dedos,

vencido, desencantado por algunas canciones de barrio, por el sexo

que se lleva en el triste espectáculo de sabanas prematuras:

Contra ti de nada sirve limpiar la sangre con yerbas o alcoholes tocando la tierra

o golpeando ansiosamente la oreja calendárica de los días

cuando la tutela de la tinta ha hecho vendimia con las arterias de la noche:

Nada hay de sereno en las seis lenguas paralelas de la guitarra,

nada que no sean los largos huesos, los ácidos frutos del cansancio

grafiteando zarzas y cardos en las estrellas niñas de tus manos.

He permanecido esta tarde en sitio y, c’est moi en moi, se me han vuelto nubiosa

la guitarra y los dedos azules adormeciéndose por las palomas blancas de tu pecho,

y madera apretada en su hacer de cosas y bronces dialoga con el otro, con la voz

de mujer que me transforma en mar el vientre oscuro de mis calles en borrachera.

Nadie cree, incluso tú no me crees, que la dicha es en sí misma

cuando toco con las notas azules de mis dedos las seis cuerdas de tu piel de muchacha

depositándome la luna como la boca sonora de esta guitarra.

Y la toco porque te pienso, Eugenia, y la hora se transforma, y entonces ya no existes,

pues no hay otra manera de existir que no sea con esta guitarra alcoholizada

que sólo es en sí misma afinada acordándote entre acordes y bronces.

Te viví, si debe ser así, no como quise sino como pude, conversándote entre las vías

accesibles de las cuerdas.

Así sea, duérmete en el almendro de tu sexo y olvídate humedecida por mis cobres.

Pero que una serenata casi te despierte en el pecho y germine para no fallar

en lo que ya te es posible y costumbre,

que pueda ser el hombre y no falte a mis labores de nombrarte

con esta tinta ebria de ti,

todo será posible mientras siga tocando con esta guitarra de maples y tristezas.

¿Acaso no lo sabes, sombra mía, pan de mi casa?

En el interior de estas maderas tu sueño es inalterable, suenan los bronces y nada pasa

que no sea la vida de tus labios,

la música que de mis manos se fronda, se llueve como si te viera…, y eres ausente,

pan sereno, pero agua dormida en tus ojos.

¿Acaso estoy solo? ¿Puente único que te respeta porque callas en las lentas calles

del sueño donde la estatua sabe del nocturno cansancio de manzana y piedra?

Algo vivo debe salir desde los dedos cuando pulso esta madera casi de mi cuerpo,

las cuerdas se resumen y la música escoge el camino femenino de esta guitarra:

Todo se ordena y sorprende, aunque las horas sean como son:

Mientras dormían tus ojos la sábana de la ausencia, tocando he adivinado

el sueño del árbol:

Antes que las vetas fueran, y que los anillos, líneas de expresión,

unas palomas ya se abrían en vuelo sostenido por tu serenata.



Crines contra el Aire

Para Alejandro Esparza Borroel

i

Me vuelve la sangre recia de un caballo. El mosto de la piedra y la borrachera siembran sus trigales: cierto, la cara se me alarga y el ojo izquierdo se requema en negaciones. Continúo siendo de las razas inferiores, quizás tenga ya muerto el brazo derecho, pero qué importa, más ancho y mudo estoy naciendo; qué importa la mano derecha, si con ella ribeteaba pajarillos y plagas por igual, fermentos tributarios del musgo en la piedra de la mentira. Si por una parte soy contrario al invierno, estrella de cáscara vacía; en parte también soy criatura del insomnio blancamente aspirado en las arterías, en las promesas difusas de la lengua. Qué vano fruto enrarecido el amanecer, si la verga tuvo una noche intacta, el nombre confuso entre las ausentes y el no te doy el hogar vertical de mi sonrisa porque los relojes y sus manecillas de costumbre son tan celosamente mías.

Ilógicamente desamparado, más impreciso que la sopa del monólogo y el semen lunar del anhelo, me sé animal eterno por la sangre obscena de mis costumbres, encenizadamente refugiado en el dintel de la ventana. Es inútil que me queje, las piedras son el mejor rosetón en el hocico.

¡Vale!... Hagamos gestos, votos por la blancura: tengo una pústula en el orgullo. Vivo, vigilo fielmente mis fealdades. Entre azotes y fojas jurídicas vivo el infierno en vida, y aún así exhorto: ¿Hay alguno también que tenga en mano la piedra lista?



iv

Devórenme, no soy cordero de pascua, ni todos los perros se montan a todas las perras: soy simple carne de idiota y tempestad. Soy de los equinos que creyeron en el color de las vocales; nací para ser desgarrado, huesos para sus mesas episcopales. Los idiotas de la palabra somos casi salvajes que gimen con la mirada, pero con el crudo cuero de sus tambores convocan las estridencias del rayo y los gestos de las malas costumbres.

Devórenme, tráguenme en sus altas piedras, el talante del alma ya no es nada mía. Estoy casi muerto por fermentar en deseos la muerte: tráguenme, pero salpimiéntenme bien, pues ya casi soy carnaza equina.



Extracciones de Dura Piedra de Luna



Maestro, usted que lo cura,

estoy enfermo del antiguo mal de luna.

Opéreme en seguida;

mi nombre es Albert Das.

Alguna luz mala,

alojada en los ojos,

sembró el grano que hiere la palabra

y, por mi voz, me ha vuelto un extranjero.

En el cráneo escucho la cal de las estrellas

calcificándose duras como biliares del sueño.

Por esta luz de mal de luna,

me he alimentado con el albar de almendras

quebradas hasta extraerles el nevado mármol,

más fino que la farina nefasta de las estrellas

o más limpia que la creta carne de las langostas;

me he alimentado de esta carne láctea

y, como un San Juan incoherente en las arenas,

mi palabra se ha convertido en un almendro

sólo penetrable a golpes con la testa de la incomprensión.

¿Cree usted que la nieve, concentrada en el grano óseo,

escrutará, entre las graderías del sueño,

la perla visionaria de la vigilia

y nos resuelva esta nostalgia por las ceibas,

este mal de luna

que sólo se enfiebra en las almas de pálidas arenas?

He llegado hasta su sombra,

hasta la resolana de su luz.

Usted tiene el embudo en la cabeza,

el bisturí en la mano

y la nieve anestésica de la vigilia:

Maestro, opéreme en seguida

de este duro mal de luna;

mi nombre es Albert Das.




RON BONHAM

Lento trapo azafrán de labios en la uña aceitunada

de la flama: voz de otros humos

huella de calles de un barrio en la delta

memoria de mis manos

[¿Escuchas el ronronear del mar ácida voz

de cuerdas sirenas el tam tam

donde sostengo esferas de tierra

copas de agua

gota

a

gota

que sin nombre

provocan]

Si mis días no estos los que rastrea entre alas

negras esta canción: ron lengua de gato ronca tarde

equina semilla y leche en manos

conchas de primas muertas

x vivas

Si mis días si estos días tocaran la punta de sus periplos

Lento lento trapo

lenta tinta que provoca

con el último toque

de nota en humo sostenida

juego de ecos

de tiempo en tiempo sostenido

Voz que si me preguntan

no entiendo

voz que si no preguntan

entiendo

y sé de cierto sé a donde voy:

al ruido

al ronco ruido

en el último toque

que marca el tambor:

ron ron bon ham

ron ron ronco tambor

ron ron tumbar

toca toca bon ham

tu ronco ronco tambor



LA NOCHE EN QUE PAPO LUCA DESAPARECIÓ



La noche en que Papo Luca desapareció

Traíamos una fuerte línea de fervor en la cuarta costilla de la borrachera

Éramos una merma hilos de un solo padre y humo de alcoholes mayores

Nobles en la ropa y la voz forasteros en la bachata

impulsábamos desenfrenos en lugares ajenos

Así como el trueno en estruendos es reflejo de entusiasmos

Éramos voz en canto cuerpo en ritmo tren en bien de ventura

y sabor de pan en la boca del enigma

Era lícito esa noche que tú el de tremolante penacho

calentaras tu brazo de extranjero tu voz ronca de caña y ron

que nos mintieras siempre con tu verdad con esa boca bemba de títere caribeño

que nos hablaras de la libertad de Melisandra ofrecida por el famoso don Gaiferos

que nos hablaras de las cosas pasadas que dicen mucho más que las futuras

haciéndonos creer que tienes el diablo en el hueso

estilo en la risa eriza de tu cabellera

Era lícito pues

que nos pusieras al niño en los ojos el pan de azúcar en la piedra de salación

Esa noche que andábamos de cabreros con un mosto de hastío y luna

Éramos tres personas dos dos veces y juntas siempre se nos ha dado la aguja

de los celos

Tres de la mañana y tú —Bufón de dios futuro fantasma—

Lo sabías

con tu cuerpo de guante afirmando

con tu corazón de trapo negando

“Mañana sabrás todo mañana...” [palabra de Gastón Baquero]

Y sí

tres de la mañana y disminuidos

éramos una ropa burlesca de hombres

rueda y campana que escuchan una voz extranjera de titerero

Todos teníamos

la edad de esa hora en que se inventan las verdades precisas

las uñas que desdeñan la almohada huraña de las formalidades

A esa hora

todos teníamos el nombre de lo que bebíamos

Mustio Cristalino Vodka Preclaro Ronco Ron

Blanco Telúrico Tequila

Nadie se negaría a morir

cualquiera se hubiera dejado sembrar una piedra como obelisco

o levantar herejías como una barbacana de velas y afirmaciones

Total

teníamos tanto desdén en la uña de los dientes

que se deseaba donde se sueña lo que se sueña

Y como Héctor

—ese Bufón de dios y voz de caro fratello mio—

hablábamos más que seis y bebíamos más que doce

todo a costa de la lengua y de ese mono bembón

de entinto flus caché de dandy escaso de harina

por no venderse tan caro

por este mono —títere de dios— que habla

como un pitillo de diablo fajando


Pero alguien —si de tela es alguien—

Ya iba experimentando la ausencia de una voz

Movimiento de una mano en el corazón de trapo

Como un dios que se descuida en otras tareas y nos posterga

Así nos dejó este títere del diablo con los hilos sueltos del entusiasmo

Y ahí nos vimos

rascándole costras al tarro estruendoso de noche y estaño

con voz de jaleo

con ropas de bacha y covacha de caudillos prestadas

Ayer maese Héctor fuiste señor de San Pedro

y hoy no tienes una almena que puedas decir tuya

ya nada puedes salvar contra quien tiene lo ajeno contra lo ajeno

Con tu pérdida

todos hemos perdido una mentira en los ojos

—pétalos de verdad en voz del inocente—

Mas no dudes pastor de huestes juguete rabioso

que por tu gracia atraerás a los hombres nobles como anillos

cerca de tu hirsuta cabellera

“Pero recuerda —aunque a mi puerta toques abriéndome la mona—

Mañana sabrás todo... Inocente vuélvete a dormir” [palabra de Gastón Baquero]

Después de esa noche de alcohol y estaño en que Papo Luca desapareció


Para Héctor Caro

que en menesteres de peda

le robaron a Papo




LA BODEGUITA DEL MEDIO

(Canto cubano a son de mojito)

¡Ay, José, así no se puede!

Guillermo Cabrera Infante

Ay, José, qué desgraciados somos,

hoy es martes y no hemos bebido un mojito.

Es tan sucio el mundo, que buscamos fugitivos.

¿Recuerdas, Joe, el muelle de los pescadores?

Un agua de niebla,

de mala caña así son los martes

si en la mano no tenemos un mojito.

Ay, José, qué desgraciados somos,

hoy es martes

y no soy un buen amigo ni para hombres , ni para bestias...

Vamos,

que venga la caña, el ron y la bachata.

Tomémonos un trago, que se disminuyan las fronteras:

Si bebes tú, bebe la estrella..., beben todos conmigo.

Bebamos hasta vernos verdes como caña y selva,

hasta que mi sangre no sea sangre

sino aceite de hierbabuena,

alma madre de esta mezcla que ni el gringo nos la quita.

Ay, qué desgraciados somos, José, hoy es martes...

Inocentes que nunca tenemos sed,

pero trompudos que somos,

dondequiera bebemos y hacemos tren

sin ayuno alguno.

Alguien acarició lo que dormía en la caña:

Azúcar, limón y ron.

Ron que no se espanta con el ronrón del tambor,

qué negro tan negro beber,

que ajuma la hierbabuena en esta mezcla de Hemingway,

más cierta que la verdad, más simple que la piedra:

El agua y el hielo terminaron

bautizando esta mixtura a ritmo de bolero, guaracha y rumba.

Ay, José, qué agraciados somos, hoy que es martes,

de mojito en mojito, llegué al cielo y de aquí no me quito.

Leído en La Bodeguita del Medio

GDL 15 de julio del 2003




LA GUITARRA Y LAS CALLES DE LA DEL FRESNO




Hace mucho tiempo que habité esta parte de la ciudad.

Sin perlas ni rosas, crecí entre fresnos, entre calles que sonaban a guamúchiles,

sabinos y cipreses..., aunque fueran sólo de nombre.

Seguido cruzaba un puente:

Entre la moderna urbanización de nombres europeos, y la nómina de estaciones

y arboledas, el olor a mugre y a orines en el costado de las grandes aceiteras.

Dicen que don Andrés —mi padre—,

dejó más de treinta años de oro macizo de su juventud cruzando este puente de piedra

entre tufos a milo y a gorgojos de la gran firma de Arancia. Acaso,

¿nunca tuvo alguna guitarra que le armonizara el posible paraíso de los naranjales?

Yo fui dueño de una guitarra, de una adolescencia con malvas en la cabellera,

de una embriaguez en las seis cuerdas de la noche.

La pasábamos estrellados de cerveza, verdes muy verdes e inmemorables

nos ceñíamos algunos blueses en los labios pues la muerte nos era ajena.

No fuimos astrónomos,

con el pan simple de los dieciséis tuvimos los seis sueños de una guitarra

bajo el compás de laureles y sortilegios en la cabellera ensortijada de Carmina.

Fui dueño de una guitarra llena de voces tañida por todos con los dedos de todos:

Cantaba historias de jóvenes desmadrados por la ansiedad y todos lo celebraban

abriéndose flores con la mano.

Palacios en calles del barrio, las banquetas eran mías:

Labraba el astro de una balada que hacía llover begonias en los senos de las muchachas: Negra la madera, la guitarra fue haciéndose mía, y vaciándose en música nos amparaba

contra el engaño.

Una vez me salí de la del Fresno.

Y unas señoras me trabaron la lengua desde niño. Tal traba de trastos terminó amarrándome

la lengua, que les juro, señores, he rumiado bastante el pasto de las palabras

que, en sierpes, me anidan cascabeles vengándose cada vez que escribo un poema.

Fui dueño de una guitarra, por ella terminé durmiendo con las flores de la borrachera;

ahogado entre paralelas y música, desgrané la armonía de las cuerdas entre los dedos,

que la alegría me fue posible en la mano cada vez que tocaba despertando una manzana

entre los corpiños de una muchacha.

Tocaba la guitarra y me hacía real tirando a la calle diamantes, zafiros,

cosas de muchachos.

Tanto gocé el mediodía con esas melodías que hoy la tarde se me convierte en una letra

de poco resistencia, en un hambre por esa música de madera que me preservaba.

Una vez fui dueño de una guitarra que era de todos en los dedos de todos...

Hoy, es sólo mía y, sangre de chinche e impura, le bastan tres acordes para que desafine,

y me abandonen casi todos.

   
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