El retorno
Me vine lejos Hay regresos En Marpa dejé de mirar la luz. Los colores ramificaron otros destinos al pensamiento. Toda la mirada acalló. El viaje inició su retorno en el borde de las manos. Casi en silencio rescaté una voz que se alejaba. Escuché un breve diálogo de sombras. El infinito cruzó el río, miré la cercanía del mar. Árboles y delfines custodiaban la música de las olas. Ni un barco, ni una gaviota. Todo el mar en su respiración azul caía en la noche. Busqué. Nada. Sólo la luz en su memoria: astillada de cansancio, pálida. Alejé las palabras. La distancia llegó a su fin. El retorno inició la búsqueda del viaje. El ciprés detuvo su memoria vertical, el horizonte se manchó de verde, surgió el vuelo de un pájaro, brotó la geometría del instante. Dejé la memoria y sus lienzos, toda la geografía de mi sangre. El futuro ya estaba dicho, el pasado era la nostalgia del presente que no llega. Me olvidé en el aire sin encontrar el mapa. Deslindé mi voz, no caí: me levanté del cielo. Cuatro fisuras. El pie no avanza. Uno, la voz. Dos, la sangre. Tres, el azul. Cuatro, la música. Un punto fue el camino del retorno. Desvalijé la mirada, me sobraba el cuerpo para caminar. Conservé el asombro para no perderme. De todos los tiempos, el futuro inició el retorno. Lo miré el tiempo de un instante. Recordé sus evangelios. Su distancia era el mundo y su universo. Miré sus huellas y minutos. Era otro y el recuerdo. Traía en su cuerpo un pensamiento atado de promesas. Le arrojé distancias y lloró. Me miró con sus horas. Lloré para no reír. El retorno construyó su templo. No la cruz y su campana, no la rosa con su espina. Olvidé la mirada del pez y me embarqué en el camino. Negro, blanco. Toda la voz en su dimensión callada, el vacío y su historia, la luna y su peregrinación. Miré al tigre y su ocaso, al hombre hecho casa, al cielo y su semilla. Arrinconé las huellas en los ojos. Me detuve a beber agua, escuché el lamento de la tierra. Germinó un árbol. El fuego inundó mi sangre. Grité a todos los tiempos su abandono, dibujé el cansancio de mis pasos. La infancia jugaba en mis cabellos. Escribí tres letras: apareció un número. Ese número lo dibujé en mi piel. Apareció una palabra: Marpa. La pronuncié y miré la ausencia con su historia. Pero no hay historia que dibuje el aire, ni conciencia que abandone la tristeza. Sólo espera, calma, espacio, círculos, montañas, flores, barro, mujer, plenitud, piel, nada, azul, tres, despertar, calle, estrella, olvido: la dimensión del tiempo que destruye. Ser es abandono. En compañía desamparas al ser. Eres el otro y su distancia. Buscas el tres, eres nada diluyéndose en la totalidad. El retorno no arrincona sus sueños, los hace camino que se olvida, manantial de sed, plenitud, regreso: salvación. |
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