Comunión

Esa violenta comunión de aves libres
la celebré contigo
muy a pesar de los demás,
los que no entendieron nada.
Desde aquellos meses
cuando fui breve secreto de tu feminidad,
perdida en la tenebrosa quietud de tu vientre
y sus profundidades de madreselva.
La vigencia de tus recuerdos
no fue diseminada con tu muerte:
prosiguió en mi fuero
larga y secretamente su migración.
A veces, sí es cierto,
no puedo descifrar nada:
se me va escapando
tu memoria visual
y salpica de espuma aquellas dimensiones
que me son aún prohibidas.
Entre la sal y la arena,
los montes carcomidos por la luz
o cegados por la lentitud
de la nieve de enero,
vagas tú;
dejando atrás aquel sillón vacío
donde solías sentarte
en esta vasta morada de inmovilidad,
de seda y de mercurio,
plena de uvas, encaje y silencio
que yo no conozco.

Ya no vagues.

Deja atrás tu sillón vacío.
Haz que repose tu fuga de éter
y volátiles sustancias
en mi regazo
donde aguardan tus tesoros.

Azrael

Azrael es el ángel de la muerte.
Tú, ser de hueso y carne,
dejaste el feudo
del universo de barro y savia
que surtía la mirada.
Y al dejarlo así, crepuscular,
no viste lo que temías:
oscuridad en dos alas repartida,
un aura que desentraña la ceniza,
opacas pupilas
en vez de oros de varios resplandores.
Como mil veces antes,
el espejismo permanece.

Azrael plasmó la luz
donde caminó volando.
Dejó huellas luminosas en torno a tus pasos:
volátiles, etéreas, espejeantes.
Azrael fue la dádiva
y tuvo rostro de mar abierto.
Azrael vino algún día
en tu cabecera
a llamarte
para regresar a casa.

El recuerdo mutuo

¿En la vastedad del alabastro,
la profundidad de tu cripta,
estará doblado y desdoblado,
con sus alas
plegadas y desplegadas,
el secreto que fui?

Ay, eres el cáliz idolatrado
en los arcanos de mi templo.

El grabado de tus palabras

El grabado de tus palabras
en mí:
talismán de mustias espinas.
Tus palabras
ya habían sido pronunciadas
cuando la tierra adormecida
emergió del Séptimo Día,
dejando a Dios sin voz
de tanta hermosura.
Tus palabras:
colmena de cuchillos
colgada en mi consciencia.

Me queda una vida entera

Me queda una vida entera
para desgranar tu partida,
recoger y voltear cada piedra.

Sólo queda, imperante, el silencio:
testigo inmutable de la tierra.

Mira en él
los que han vivido su noche,
los que el amor ha mordido,
los que el cuarzo diurno
ha extirpado de los sueños,
los que deambulan sin techo,
sin zapatos, sin las manecillas
de algún vetusto reloj
para restituirlos
al tiempo y a la tierra.

¿Dónde, si no en mí,
en el depósito blanquísimo del olvido,
se esconde solitaria tu alma
germinada en el dolor
como pétalo en florescencia?

El ángel guardián

Donde sea que estés,
en algún sitio
perdido en las redes de la eternidad,
sólo cabe nuestra semejanza.
Pese a la cuchilla de tu ausencia
que me confinó
a labores cotidianas,
fue tu protección un camino.
Y en el exilio
de nuestro espacio fulminado por el rayo,
hubo tu presencia:
el lugar clarividente.

Te llamaré Micaela

Te llamaré Micaela, o Sara, o Teresa,
porque nombre no tienes,
fantasma insepulto
que desparramó los frutos del estío.

Qué lugar tan deshabitado, Micaela,
para vivir, alinear los días
bajo los sombríos techos enamorados.

Y yo, entre la multitud que te rodeaba, siempre falté.

Qué recuerdos tan olorosos, Sara,
impregnados de magnolias de tu niñez,
arces de tu idilio,
tierra nueva después del deshielo
y zapatos de tus remotos días.

Y no fui más que eclipse en tu carnal atavío.

Qué objetos tan vivientes, Teresa,
te habrán rodeado
como estatuas de marmolería
o panteras selváticas
según el valor que mercaron
en tu ruta altiva.

¿Entre tantos objetos tuyos
no hubo nunca lugar para algo mío,
algo que en tu lecho mortuorio
me hubieses dejado
como amuleto?

El camino que conduce a tu corazón

Recorrí
el más solitario de los caminos
hasta tu corazón
y a veces,
ni allí te encuentro.
La sombra en ti demora
y en tus redes deshechas
los añicos de inciertas memorias
esparcen su rumor
para alzar
en el ojal de transcurridos años,
un páramo de cal apagada:
entonces parece ángel
la huida del amanecer,
la granada de las heridas
rojas de fuego de tu ausencia,
más dolidas todavía
porque nacieron justamente
de tu voluntad.

Los dos corazones

¿Quién más sobre la faz de la tierra
habrá tenido como tú dos corazones?

El primero fue solemne: se olvidó de mí
y en él anidaron las caracolas.
Amnésico topacio, flor interminable.
Pero aquél se perdió
en las lagunas del tiempo:
los corales de la mar
lavaron sus gemas,
heredero de la sombra,
puro cristal de cuarzo quebrado.

El segundo fue inaplazable:
calendario veloz,
silueta rojiza de resplandor morado
que me miró como jamás cosa alguna
me llegaría a ver otra vez.
Ay, yacija de porcelana.
Corazón de amor tan violento
que arrastró los mares y sus acuarios.

Adiós a ti

Adiós a ti.

Dejaste en la tierra
tu cuerpo que los estragos del tiempo
en torno a tu corazón de sal
fueron agotando
y seguiste tu camino
con el alma solitaria
en la proa de su navío.

Adiós a ti.

He aquí mi cuerpo azotado por el tiempo
mi alma también solitaria
que no tienen refugio
más que los escollos
de aquel "no"
que fue para mí
tu olvido.

Tus nietos

Me duelen esos nietos
que no conociste,
el falso dorado silencio
de tus tardes.
Tus nietos:
violetas que abren su tinta
de pétalo aterciopelado
en callada sombra de helechos,
un otoño tuyo
que prematuro se acabó.

Ocaso

En el último parpadeo
¿qué irías a buscar?

¿Qué visiones se imponían?

¿Qué rincones de tu consciencia
establecieron su reino
infundiendo su vigencia
en el más allá?

Cuando cerraste los ojos

Al cerrar los ojos por última vez
te llevaste
todo lo que era mío
y no tenía forma.
Te llevaste la inmaterial esencia,
el conocimiento de aquellas cosas
que no llegué a discernir.
Pulverizada la memoria,
el recuerdo de mí se debate trémulo,
corola y latigazo en la acritud de tu destino.
¿Navegarán, ahora, tus ojos?
Han de alzar el velamen
ya que el olvido no te duele más,
ya que tu alma atraviesa
cualquier frontera
y flota como lirio
que se llevaran los vientos.
Quizá te niegues todavía,
tú, la incandescente, la arisca,
a abrir los párpados, entonces invisibles,
que tú me negaste.

Escardar

Color de infinito tiene tu amor
para mí que soy tan poco,
un velo de polvo
diseminado
en el vacío del universo.
Y aunque escardo tu presencia
de este adiós
que dura más que eternidad,
tu amor existe
como una bandera
plantada a media ciénaga.
Tu amor perdido
como un sol loco
que en oscuridad fulgiera.

Vid

Huérfana de los recuerdos
que poblaron la vid ensortijada
del solar de mi infancia,
fui doblemente despojada:
el día en que nuestras almas se apartaron
por la rocallosa senda de un edén ruinoso
y el día también
blandido como un puñal
cuando preferiste esquivar mis ojos
que pronunciar
aquellas palabras.

   
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