Desvalijar
En mi silencio, sólo
falta mi voz
Antonio Porchia
Entiende que la muerte
se lo lleva todo
en su torrente
que desvalija la memoria.
Entiende que la muerte
acopia todos los recuerdos
y los arroja a la laguna del olvido,
ligados
por el efímero sobrevuelo.
Entiende que elegiste morir:
así no habías de conocerme.
Sin embargo
ni mi propia muerte
podrá desgajar de mí
aquellos recuerdos
que tu silencio agravó.
No es la muerte
No es tu muerte la que lloro.
Tu muerte
que borró
la arena viva
los riachuelos cuesta abajo
tus trazos en rocalla.
Tu muerte
que se llevó,
pantera con su presa,
la memoria, el trigo cortante.
Es la vida la que lloro.
La vida
que prosigue sin ti
sin aquellos secretos que me pertenecen
y martillaron con su mutismo mi cuna.
Estatua alzando hacia el azur
su mirar occiso
ahogado
en las aguas de tu partida.
Cuerpos de ceniza
¿Habrá guardado,
tu cuerpo de ceniza,
la memoria de mi sangre en tu regazo,
nuestros cuerpos unidos
por esa cuadratura lunar?
Y si el tiempo eclipsó
ese siglo arenoso,
¿por qué nunca cruzaste
la diafanidad del espacio
que se empeñó en apartarnos?
Noche muda
y sin rayos que amainaran la negrura.
¿Habrá pervivido, incrustado en tu vientre
- mármol que sobrellevó la intemperie,
la lenta progresión de la escarcha,
el hielo sigiloso que pende como joya -
el recuerdo de mi propia carne,
aquel cuerpo sin pasado?
Camposanto
a Marisa Hernández
Nos sobrevuela
muda
con su ala triste
acopiando recuerdos,
sales, palpitaciones, olvido
de una luz menos densa,
la muerte.
Certera dueña de los ataúdes
ama de llave de los cementerios
donde quedan los epitafios
escritos
en el pergamino del tiempo.
Medio cielo
Tocaste el medio cielo
cometa
sin estela.
Dicen los que la han visto
a Christine Pilard
Dicen los que la han visto
que lleva un vestido ceñido.
Camina
en la punta de los pies o a zancadas
hacia los futuros desconsolados,
cínica, dedicada
a los arcanos de su oficio.
Los tiende en su lecho
y baja con paciencia sus párpados.
Pero hay veces en que su llegada apremia:
arriba corriendo, iracunda,
cercena a sus elegidos,
y no se molesta en cerrar párpados.
Los deja con pupilas abiertas
hacia eternidades
sin puente de regreso.
El incendio de la memoria
Hubiera querido mantener el infinito pozo
y el incendio de la memoria
bajo llave.
Pero tú me hiciste de otra manera
aunque éramos desconocidas
en nuestro espacio sectario:
llevaba el sello de mi filiación
y ninguna llave cupo
en el cerrojo del cajón
donde guardabas tus recuerdos.
Cosecha
Daré rienda suelta
a la cosecha entristecida
de todo el ayer.
He aquí
He aquí que me duele
hasta la luz
de las seis de la tarde.
Médium
a Fernando Toriz
Tú y yo venimos de la misma orfandad.
Una médium les hable a tu madre y a la mía,
las invoque ambas
desde el etéreo lienzo.
Guardaremos los cuchillos de la memoria
para que sus almas antiguas
no se asusten con la dureza del mundo
que seguramente, por el algodón celestial,
habrán olvidado.
Hablaremos juntos para que nuestra voz
taña sobre el espejo de luz.
Dicen que a un espíritu
le espanta más los ruidos bruscos
que la misma muerte.
Les diremos la dulzura
para que sus almas se despojen
del peso de las lágrimas que se les quedaban,
y por condensación,
puedan flotar eternamente
sin congoja alguna.
El abismo
Abismo donde arroja uno su corazón,
sus harapos, cenizas,
sortijas y dijes
y todo lo que centellea o se opaca
en torno al recuerdo.
Lentamente me asomé ahí
al filo de las tardes de verano
que suceden al deshielo de la tierra.
Y en la orilla de un día venidero,
a finales de un sol cansado de lucir,
pensé que el espectro de tu presencia
llenaría con su voz cristalina
nuestros pasados disímiles.
Pero algo le había sucedido
al espectro de tu presencia:
habías dejado atrás tu fugitiva,
tu huidiza, tu intocable sombra,
mariposa irisada
al penetrar el reino de luz:
y heme aquí con mi cuerpo
irremediablemente solo
sobre la faz de la tierra.
Heme aquí,
que el cantar lánguido del estío,
ha dejado caer
sobre el incienso planetario
la noche.
Lápida
No dejaste
más que el blancor eterno de la sepultura,
una lápida sin nombre.
Qué sabrás de blancor, lápidas y exilio,
tú que me abandonaste
llevando celosamente en el ataúd
aquellos secretos
que antaño fueron de mi pertenencia.
Huella eres en este lugar
de donde yo vengo,
donde todo es páramo
o ventiscas que estallan
en las ventanas de la tierra.
Última palabra
¿Cuál habrá sido tu última palabra?
¿Amor, embriaguez, desconsuelo?
¿Qué habrá sido, en el ocaso,
lo que te faltó?
Palabra que decías
o que retuviste,
tesoro o posesión
celosa e inmensamente guardados.
¿Cuál habrá sido tu última palabra?
¿Sal, ceniza, bruma?
No lo supe:
ya estaba pronunciada
tu palabra última.
Separaciones
Si quieres regresar,
nadie te abrirá la puerta.
Nos habremos ido todos
aunque te baje y suba el alma
en ese cuerpo que ya no tienes.
Nos habremos llevado todas tus pertenencias,
salvo algunas que ni siquiera recuerdas.
Hasta la memoria se fue contigo.
Ahora, todo lo nuestro te resulta incomprensible:
olvidaste el predominio del mármol,
el adoquín, los objetos excelsos,
las flores de ornato, los embalses nítidos.
Te has vuelto tan sigilosa
que tu presencia se traspapela
en nuestro mundo de vivos
(algunos más vivos que otros).
Tu presencia no encalla
sino en los vínculos que nos unían y desunían,
ésos que la muerte segó a medias
con su ausencia.
Si quieres venir, tienes que darnos
prueba fehaciente de tu paso:
pero ya no puedes.
No tanto por ti,
sino porque nosotros
no te podemos ver.
Estás muerta,
tendida en el ojival abismo.
Ahora conoces el Dios grácil
que no puede compartir nada con nosotros
porque no lo entendemos.
Tú sí, ya entendiste:
luz ya eres.
Nimbo
La muerte saca de no se sabe dónde
velos, aves nítidas y somnámbulas
que flamean por un instante.
Tú y el nimbo que te rodeaba
fueron los riscos paralelos
de nuestra serranía. |