"Santiago Dabove,
esa feroz criatura que atravesó el relámpago"

Manuel Lozano

"En el centro de Buenos Aires, en
la calle Tucumán, en un terreno baldío, y
donde había arena, vi una figura yacente de Cristo, confundiéndose casi con la tierra, sin
la cruz, que no se necesitaba puesto, que la imaginación la suplía (...) Para mí, esto era
la humanidad barrida por el viento silencioso
e invisible del tiempo".

Santiago Dabove, La muerte
y su traje, El Cristo en la arena

"Ay, allí no había cautela alguna en el durmiente; durmiendo, pero soñando,
pero febril: cómo se entregaba".

Rainer María Rilke,
Die Duinesen Elegien

"Sí, soy como de piedra, como si fuera mi propia lápida sepulcral, sin el menor
intersticio para la duda o la fe, para el amor
o para la repulsión, para el valor o para el
temor en particular o en general; sólo
subsiste una vaga esperanza, pero con menos
vida que las lápidas fúnebres".

Franz Kafka, Tagebücher,
15 de diciembre de 1910

I. UN POSEÍDO FUERA DEL CANON OFICIAL DE LAS LITERATURAS. UN REHEN DE LA MUERTE

Un eterno retorno aparencial -admitamos, por un momento esta imagen, de la que Santiago Dabove descreía-, nos lleva a la curiosa y nunca saciada tesis de Paul Valéry: La de una historia de la literatura como obra o donación del espíritu, una historia de la literatura carente de nombres propios y de fechas contingentes. ¿Qué subsistiría, más allá de las ubicuidades del espacio pero también del tiempo: Wakefield o Nathaniel Hawthorne, las Novelas Ejemplares o Cervantes, El Libro de Arena o Borges, El Cardenal Napellus o Gustav Meyrink? La "organización de verosimilitudes", de la que hablaba Roger Caillois, aplicable más a un concepto unívoco de ciencia, parece no tener cabida en esta tesis. El proceso causativo se quiebra. Algunas causas pueden no responder a efectos previsibles. La literatura, sería entendida, entonces, como gran teatro de operaciones, como inmensa tela de araña -de dimensiones planetarias- que deglute a su propia creadora, a su propio dios efímero.
En relación con Valéry, anota Borges, en la página "Libros y autores extranjeros" de la ya mítica revista "El Hogar", el 22 de enero de 1937: "Enumerar los hechos de la vida de Valéry es ignorar a Valéry, es no aludir siquiera a Paul Valéry. Los hechos, para él, sólo valen como estimulantes del pensamiento: el pensamiento, para él, sólo vale en cuanto lo podemos observar; la observación de esta observación también le interesa".* Este dictamen es aplicable, en parte, a la única y diversa obra póstuma de Santiago Dabove: "La Muerte y su Traje".
Cada cosa se esfuerza por permanecer en su ser, sentenciaba el filósofo y por qué no, geómetra, Spinoza. "Intellectus naturaliter desiderat esse semper" -la mente, con espontaneidad, desea ser eternamente, argumenta el llamado Doctor Angélico, Tomás de Aquino. Los personajes de Dabove, como la memoria de su cuerpo, quieren (querían) cesar. Sólo allí debe admitirse la permanencia de una identidad que, como se verá más adelante, solamente se concibe "como-identidad-en-duelo", hipótesis que va más allá de la muerte y roza la "nadería" de todo.
Ajeno por completo a las religiones (pero, paradojalmente, harto interesado en las teogonías), escéptico de sí mismo y del universo, el solo y poseído Santiago Dabove no ingresó jamás "en el canon oficial" de nuestra literatura. Un solo libro, publicado ocho años después de su
* Recopilado en "Textos Cautivos", por Emir Rodríguez Monegal y Enrique Sacerio Garí, en 1986.

A su muerte, se mantiene aún hoy al margen de los ámbitos salvajes y académicos (la conjunción copulativa es, al mismo tiempo, excluyente y complementaria). Todo canon es imposible, tautológico. Todo canon se traiciona a sí mismo. Esclavos menos de la literatura que de las historias de la literatura, incurren en desgloces temblorosos sin más certeza que lo parcial. "Una obra escasa", "razones ideológicas", "excesiva fragmentarismo", pueden ser motivos de no inclusión. ¿Por qué no, también, el craso y desnudo desconocimiento? Ejemplos abundan, tanto de este como del otro lado del océano: María Luisa Bombal, en Chile, aún Silvina Ocampo, Macedonio Fernández, Norah Lange, Jacobo Fijman o Nydia Lamarque en Argentina, Bloy o Schwob, en Francia. Roberto Art representa una "contradictio in adjecto", un paradigma singularísimo: un consagrado pero desde fuera de todo canon, un outsider.
Una ciclicidad de la muerte, cifrada siempre en vórtice, llevada a los más altos solipsismos, a ápices poco frecuentados en la literatura argentina de su época, nutrió la existencia y la obra de Dabove. Bajo este aspecto, esta presencia-nostalgia del derrumbamiento conforma una "autobiografía" que se proyecta como tal, pero que también se niega: se aleja de las estrategias discursivas del género para tornarse falsaria, diálogo de simulacros. Una "autobiografía ficcional" (acaso toda autobiografía lo sea, en un sentido berkeliano), asida a lo que Roland Barthes define como "Spectrum", y que fundamentalmente aplica al estadio de la fotografía.
Se sabe que Dabove era, además de escritor, metafísico, largamente conversador de Poe y Maupassant, y empleado, algunos años en el Hipódromo de Palermo, un eximio violinista, músico de conservatorio. ¿Pero qué puntos de intersección se puede establecer con el violinista de "La Muerte y su Traje"?:

"Era un violinista tan buen y tan pobre que, cuando
tocaba, los ángeles, con tal de oírlo, bajaban a rascarle la cabeza
mientras tenía las dos manos ocupadas en tocar. (Gran homenaje
por parte de ellos pues consideran a este mundo muy sucio). El
violinista murió y, en seguida, lo acaparó Dios según hace siempre
con lo mejor del mundo (...)
El violinista compareció ante Dios. El pobre estaba
neurasténico a causa de su eternidad y asqueado de las óperas ita-
lianas. Wagner todavía no era conocido debido a una discreta in-
terposición de Roma.
Dios le pidió un repertorio serio. También gustó de la
técnica brillante que caía justa en su oído omnipercipiente.
-¿Qué quieres -le dijo Dios- a cambio de tus sonatas?
El músico respondió:
-Que me nutran, que me rasquen la cabeza como an-
tes (...)

Los conocidos "diálogos de escritura", analizados por Julia Kristeva y el ya nombrado Barthes, suponen la creciente difuminación del Yo Personal, cuyos precursores fueran escritores: Flaubert, con el nacimiento de la novela moderna, el Valéry de "Rhumbs" ("Toda obra es de muchas otras cosas además del autor, éste es un detalle inútil). Resulta no menos indicativo estudiar en este proceso la pérdida del sujeto productor del libro y un devenido cambio de relaciones.
Como en el caso de Emily Dickinson, Kafka, o su íntimo amigo Macedonio Fernández, Santiago Dabove rehusaba la publicación de sus obras. Su caso es todavía más extremo que el de los primeros. Anteponía el pensamiento a la escritura, a la manera de los clásicos maestros orales: Sócrates, el Buda, Pitágoras, Cristo. No es azarosa ni arbitraria la analogía. Pensaba, antes de la concepción de "opera aperta", en las supercherías del yo, en sus tenues fragilidades.
Maurice Blanchot nos advierte, en relación con este derrumbamiento, en un ensayo sobre Kafka: "Entró en la literatura desde que supo sustituir yo por él. El escritor pertenece a un lenguaje que nadie habla, que no se dirige a nadie, que no tiene centro, que no revela nada".** También, en un desconocido texto de Borges acerca de Montaigne y de Whitman, el primero escribe: "¿Quién, entre los autobiógrafos, es un rostro y quién una máscara?", para luego aludir a esas "extensiones mágicas o divinas del principio de identidad". En el cuento "La Muerte y sus Máscaras", ambientado en un alucinatorio carnaval sudamericano, en una región fronteriza entre Bolivia y Perú, con reminiscencias de las pesadillas de H. P. Lovecraft, el principio de identidad se irá haciendo trizas desde los narradores en primera y tercera personas -alternativamente utilizados- hasta cada uno de los personajes laterales. Elijo, del mismo texto, dos ejemplos:

"Casi todos se bamboleaban y gesticulaban. Junto a mí pasaba

** Cf. L´espace littéraire, Livre de Poche, París, 1979.

el disfrazado de calendario; llevaba uno grande en la espalda y propo-
nía a todos: "Sácame una hoja", cuando la sacaban decía: "Sacas la úl-
tima tuya. Vete y "baja" con ella". El disfrazado de espejo que se em-
pañaba, lo seguía. El cuerpo del hombre semejaba el mango y de su es-
palda, como de un asta de bandera, salía un espejo que a ratos se em-
pañaba. En el marco tenía dos inscripciones: "Por el cielo pasan nubes
y agonías", "Quietos estanques de agua que reflejan el cielo, son los
muertos". Estaba tan bien la máscara, que casi no era máscara; la de-
sempeñaban algunas señoritas con certificado de defunción prendido
en el talle, buenas muchachas que todavía no vivieron vida mundana y
amorosa (...)"***

Y,

"Nuevas máscaras aparecieron: los hombres de frac que con un
ensanchamiento en forma de trapecio en la espalda y el largo de los
faldones vistos desde atrás, completaban un ataúd perfecto. Los ente-
rradores con carretillas llenas de cocos a los que habían puesto ojos
humanos gritaban: "A comprar, a comprar cráneos con muchas hecta-
reas de espacio y con mucho tiempo a priori y con garantía. Con mu-
chas construcciones e imágenes. Señas 10 %, comisión 2 %".

El cuento precitado, como todos los del volumen, establecen modos diversos de percepción de apariencias. Toda apariencia resultará vana, porque vana es -per se- toda idea de realidad para Dabove. En cierto sentido, toda apariencia construye y mata, engendra muerte, desmitifica la historia. Anoto una posible excepción a la regla: cuando Mr. Cunninghan rememora el suicidio atroz de Angelina, declara: "-Yo no sé si la habrá recibido un Dios, pero si es así, que le destinó un lugar, que se acuerde de este pobre inglés... Y que me reciba también a mí, dondequiera que sea, en cualquier infierno... pero, cerca de ella... Porque alcanzar un gran amor hubiera sido su purificación".
La "purificación" es un deseo concebido anacrónicamente: deseo sobre el recuerdo, deseo bajo el deseo imposible, deseo incalculable traicionado por la ausencia de muerte. Los grados isotópicos de lectura

*** Las enumeraciones caóticas, las inesperadas situaciones, los personajes de carnaval y de circo entrelazan puntos de intersección con ciertas obras de Silvina Ocampo y Juan Rodolfo Wilcock.
hacen que cada texto de "La Muerte y su Traje", se presente no sólo como un universo autónomo, sino también complementario del resto del conjunto. Esta muerte no supone una "épica" como conciencia trascendente, según los emblemas de Joyce o de Svevo, un "salirse en busca de". Construye niveles crecientes de intensidad mental, niveles que fundan los procedimientos del "EXTASIS" metafísico: toda muerte es un laberinto: Labor-Interior. Toda muerte adopta, desde el inicio, las formas de una máscara.****
Precisamente, en "Acotaciones sobre la muerte (Fragmentos de una conferencia no leída)", texto que presupone (como otros del autor) la oralidad de una conversación entre amigos o el tono de un "diario", escribe :

"(...) Esta desatención e indiferencia por el hecho de la
muerte ¿podría ser quizá una virtud? Yo creo que no. La vida no
es un juego y si es un juego puede ser un juego atroz (...)
Hablaremos de la muerte no como filósofos, sino como
simples ensayistas. Los filósofos son teólogos, sin saberlo y sabién-
dolo. Sé que no se puede explicar el misterio, pero podemos poner
el sentimiento donde la ausencia de datos parece que será eterna.
¿Y si alguna de nuestras conjeturas hiciera impacto en un trans-
mundo como un radar que nos trajera un eco?***** Entretanto
seguiremos entendiéndonos en el "cómo". ¿Pero no es una limita-
ción tratar de expedirse con el "cómo" y nunca con el "por qué".

Manuel Lozano


nació en Córdoba, Rep. Argentina. Es escritor (poeta, narrador, crítico literario y ensayista). Ha cursado estudios de literatura y lingüística en Europa. Es "Master en Historia de la Cultura Argentina" (Escuela de Administración Cultural -E.D.A.C-, Bs. As.), el "Master en Comunicación", en la Fundación de Altos Estudios en Arte y Comunicación (F.A.C.U).

Es autor de quince libros (narrativa, ensayo y poesía), entre ellos: "Libro de Amenemope" (Bs. As., Torres Agüero Editor, 1987), "La Línea y el Círculo" (Bs. As., Ediciones Corregidor, 1988), "Tratado sobre la Rotación de los Encantos" (Barcelona, Libros de la Isla Iluminada, 1992), "Las Caníbales", "Jam Sessiom", "El Enigma Silvina Ocampo" (en edición), "Bizancio bajo las aguas" (en edición, Ed. Sudamericana, Bs. As.), "Todas las noches me traías gardenias" (autobiografía ficcional de Billie Holiday), entre otros.

Ha recibido más de 45 premios nacionales e internacionales y tiene diversas publicaciones en paginas web.

Presidiendo actualmente FIED -Fundación Interdisciplinaria de Estudios para el Desarrollo-, entidad con sedes en Córdoba y Buenos Aires, de Argentina

contacte al autor
   
 | 1 | 2 | regresar |