III. ALAS PARA DESCUBRIR LA MUERTE, LA SOLA. LA ABOMINABLE PATERNIDAD. ¿Quién
me juzgará entre los que respiran? Enorme montaña
de ruinas que se levante, M. de Lammenais,
Me permitiré parafrasear,
pero inversamente, aquella conocida línea de Keats, "alas
para descubrir una inmortalidad". De mortalidad, La obra de Dabove esta atravesada por estos elementos regeneradores y emblemáticos de la alquimia. Para los iniciados del medioevo, Dios revela a través de "una labor única" una Materia Prima, llamada también "Subjetum Crudum", que es el principio del regreso a una "Unidad Primordial", fragmentada luego de la pérdida del Paraíso. El fin más importante de toda esta busca está ligado, irremisiblemente, a la posesión de la Piedra Filosofal. Se admiten sólo dos Vías: . Una Vía Húmeda, esencialmente teorética, destinada al aprendizaje de los iniciados . Y una Vía Ignea, también llamada "Seca", directa, no teórica, de "una sola y verídica realización". Era, según los ocultistas, la Vía Unica, la correspondiente al Elegido. Esta Vía o Trayecto tendría íntima vinculación con los misterios eleusinos. Hay dos cuentos de "La Muerte y su Traje" que desdoblan el poder vital y regenerador del fuego, afirmando la alegoría de la destrucción del mundo. En "Finis" -el título es, de por sí, representativo- la aparición de un manuscrito en un sepulcro vuelto a abrir, predispone un cambio de conotaciones planetarias: el globo terráqueo empieza a trastornarse, cambian sus ejes de rotación y traslación, y un movimiento "arrebatado" invade cada rincón del mundo. Las gentes empezarán a vivir, vanamente, en especies de falansterios, pero subterráneos, siguiendo los preceptos de Fourier. Las bocas de esos refugios dejaban entrever el fulgor rojo, los vestigios de la calefacción generalizada, siendo especies de inmensas "bocas de cetáceos." El Sol desaparecía, progresivamente.
"Todo
adentro era una especie de hervidero, y tenía alto de
fragua y de alta horno donde se trabajan metales. Los grandes
aparatos de calefacción enviaban tubos de todos los calibres,
a todos lados. Hombres sudorosos y musculosos, daban la última
mano a toda esta fábrica. Consideré que en dispositivos
como éste, en refugios indecentes como éste, terminaría
la porción de la humanidad más apegada a la vida",
exclama
el narrador, para agregar, inmediatamente, "y me estremecí de horror
y de pena al imaginar las futuras escenas de crueldad, de hambre,
de miseria, de prepotencia brutal, de lujuria sangrienta y aún
de antropofagia que se desarrollarían si el combustible
duraba más que las subsistencias. Los enormes depósitos
eran guardados por hombres con ametralladoras". El aliento univeral del mundo, el fuego del sol, se enfriará con una súbita e inesperada velocidad. La tierra quedará rígida, de repente, con una mitad en sombra perpétua. La extrema desesperación hace que el personaje se vengue de un gordon ricachón y lo asesine. Finalmente, todo cae, pero, curiosamente, la visión ulterior del personaje resulta reveladora: No todo está exento de luz, de fuego: "(...) Caí mi última visión fue la de una charca de agua tibia y transparente con islotes de pasto de un verde muy puro. Chapoteábamos Amanda y yo haciendo subir a la superficie el fino lodo del fondo. Ranitas como objetos preciosos y esmaltados nos miraban. De los cielos descendían una luz, una paz y una serenidad que eran como secreta música del alma". El relato termina a la manera de un "heroglifo", la escritura es solar. Esta luz no ha sido derrotada en ese duelo planetario. No me parece arbitrario destacar en este cierre del texto la presencia del agua ("charca tibia", "fino lodo"), vinculada a las tareas de disolución o "Labor Inicial", imprescindibles en la obtención del sagrado Mercurio. Por otra parte, el eje de rotación terráqueo, mencionado anteriormente, representa el Eje del Huevo Primordial: aquél que contiene el "embrión de la Piedra". "Finis" posee una estructura narrativa con no pocas influencias de Maupassant y de Edgard Poe en el tratamiento visual y psicológico de los personajes, aunque los acontecimientos nos remiten a un texto de trama inversa: "El Incendio del Mundo", de Hawthorne. En este relato, todo perece por la saturación ígnea. En "Finis", por el alejamiento progresivo y gradual del Sol. En "El Recuerdo", reaparece el tema de la devastación universal, acaso tratado de una manera más irregular y poética. Aquí el fuego se concentrará sólo en "una noche continua iluminada por fosforescencias y tenues relámpagos de potencial eléctrico que se escapaba. En esa noche interminable pasaban las exequias de la Vida y el Alma". Santiago Dabove, al igual que su hermano Julio César, también espléndido escritor, descreyó siempre de la paternidad. En uno de sus conocidos poemas sobre Buenos Aires, Borges recuerda que la ciudad es también "una esquina de la calle Perú, donde Julio César Dabove nos dijo que el peor de los pecados que puede cometer un hombre es engendrar un hijo y sentenciarlo a esta vida espantosa". Juicio similar le atribuye a Santiago, en un escasamente conocido prólogo a "Ser Polvo": "Como shopenhauer y como Swift, a quienes releía y rememoraba, Santiago Dabove era de una amargura esencial. Se jactaba de no haber cometido el mayor pecado, engendrar un hijo, porque engendrar un hijo es condenar un hombre a la vida, que es la cosa más atroz". Esta tesis, si se me permite el sustantivo, influyó en Borges de manera notable. La teología de Hakím la refracta. "La tierra que habitamos -escribe- es un error, una incompetente parodia sin autoridad. Los espejos y la paternidad son abominables, porque la multiplican y afirman". En "Tlon, Uqbar,Orbius Tertius", reaparece la idea con algunas variaciones, y resulta no menos lateral hallar puntos de inflexión con la "teoría del espejo pérfido", de Robert André. "Aún no hemos nacido. Aún no estamos en el mundo. Aún no hay mundo. Aún las cosas no están hechas. La razón de ser no ha sido encontrada", proclama Antonin Artaud. Estos versos que seguramente él suscribiría, nos hablan del "único, del uno, del que siempre está solo". Al igual que esos lujosos y extrañísimos juguetes de la geometría no euclidiana -los fractales-, que nacen y se deconstruyen en un vuelo infinito cada vez, o acaso como el Mälström, esa corriente marírima del Artico, hecha de torbellinos espiralados, caníbales, así se nos presenta el universo de Santiago Dabove: esta feroz criatura que atravesó el relámpago, que lamió su llaga (como quiere René Char), que entrevió la Vigilia y entró, ya para siempre. Santiago Dabove es nuestro precursor, nuestro actual, un ingobernable futuro. Es un gran Ojo Escrutador. ¿Por qué no sumar a estas palabras dos palabras más, acaso claves: El Testigo? / Este ensayo es el primer estudio sobre Santiago Dabove publicado en Argentina hasta la fecha. Del mismo se han extraído algunas partes sustanciales. Ha recibido numerosos premios en Estados Unidos, España, Francia y nuestro país./ |
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