II. LA CARRERA
DE TODOS HACIA ABAJO: UNA FENOMENOLOGIA DEL SENTIDO DE LA MUERTE
Ningún dios lo habitó, ninguna esperanza de dios
alguno invade a sus personajes. No hay en ninguna de las tramas
de "La Muerte y su Traje", un encendido instante, un
topos preciso en el que un dios invade un cuerpo y un alma: aquéllo
que los trágicos griegos llamaron "teofanías".
Los personajes de Santiago Dabove son nihilistas desesperados,
inhabitados en dos direcciones simétricamente pendulares:
de afuera hacia adentro y viceversa. No hay exaltación
ni "deus ex-machina" posibles.
**** Vocablo que, como se sabe,
etimológicamente significa "persona" y "larva".
¿Por qué no aludir, también, a una fisiología
de la muerte en Dabove, a una geometría corporal?
***** Resulta curiosa la relación entre esta hipótesis
y la elaborada por María Luisa Bombal, en "La amortajada":
Quién sabe si al levantar una mano, no se trizan estrellas
en otros mundos. O la sospecha de Cortázar de que determinadas
"coincidencias" formen un tapiz o un dibujo en otros
planos espacio-temporales.
La muerte, en Dabove, devendrá
en un contra-rito de iniciación hacia el despojamiento
que excede en sus estratagemas al cuerpo. Muerte puede (debe)
ser un descanso. No vanamente, al principio del relato breve
"Nuestra culpa" (La Muerte y su Traje, IV parte), establece
esta relación simétrica, sólo en apariencia
maniquea:
"Vida: Infierno.
Muerte: Anestesia: Paraíso."
La relación hipostásica
de la tríada divina del catolicismo, dadora de Vida, omnisciente
y eterna, gira en Dabove a su extremo opuesto: La Vida contiene
el mal; la Muerte existe, ahora, en tanto Paraíso. Y el
Paraíso es un descanso, una "subversión"
de la conciencia tradicional, una especie de "hipnosis"
continua. Ni siquiera se plantea como posibilidad.
Al igual que el peripatético, la descomposición
del cuerpo es simultánea a la del alma. Entonces, sólo
es dable esperar la anulación de todo: La dispersión
planetaria, la desintegración absoluta. En esto, el autor
se nos muestra taxativo, intransigente. Las posibilidades gnoseológicas
de Berkeley y Hume , tan exploradas por sus amigos Macedonio
y Borges, como así también por Silvina Ocampo y
Adolfo Bioy Casares en innumerables textos, no tienen cabida
en la gramática y el vocabulario mortuorios de Dabove.
La muerte será conciencia (para usar una palabra cara
al autor) en tanto "cuerpo deseante", su concreción
no lleva al remordimiento o la culpa del otro, sencillamente
porque el deseo cerró su círculo al trasvasar el
umbral******. En el mismo texto, Dabove dictamina:
"Ninguna Conciencia vuelve a un cuerpo ni se hipostasa
en otros.
Estamos atravesados, perforados por
la Nada, como
ruinas que a retazos, dejarán ver el paisaje y la
Luna.
Cuerpo y conciencia marchan juntos.
A la conciencia despierta, que no sabe
de tiempo ante-
rior,
le parece un poco ridículo suspirar por el infinito. Pero
nuestra
esencia es sensual, gustosa de durar.
Tras la losa.
Todavía querríamos nervios sensibles,
melodías y aromas. Y
también colores húmedos. ¡Lenidad
de los ojos! Y siempre carne
que cubra nuestros huesos pudorosos.
Nos rebelamos frente a la limitación,
y llegamos a despreciar,
¿a quién? A nosotros mismos.
El deshacerse es el nicho, es como el arrepentimiento
de ha-
intentado vivir. ¿Cómo saldríamos
a alquilar más vida en cuerpos
de hombres, animales que ya están llenos de su
alma sutil torpe?"
****** En contraposición con Dabove, en "El Museo
de la Novela de la Eterna", Macedonio introduce remordimientos
en el narrador (que se identifica con el autor), a raíz
del suicidio de Elena, la mujer de dieciocho años. Cito
al autor: "Es cierto. Todas las noches me habla largamente
y siempre la Eterna concluye con un simulado cantito lloroso
y rebelde de niño a quien algo se le niega, y pasa luego
a la palabra para decir: Yo quiero hacer todo lo que yo quiera.
Que me dejen esto y que además me den muchos mimos hasta
dormirme, y que entonces sueñe cuanto me guste y quien
me ame piense en sueños en mí (...) Lucha entre
pasión actual, amada actual (su imagen) y recuerdo de
persona muerta".
El narrador siente el desaliento
de la culpa del vivir, culpa no simplemente subjetiva. Ésta
y el remordimiento son imposibles de resolverse en relación
con la muerte: acaso el título del texto ("Nuestra
Culpa") admita una lectura doble y concéntricamente
paródica. La salvación como propiedad de Nada (y
entendamos a la Nada en un sentido macedoniano, casi como arquetipo
platónico), ni siquiera vale para el Santo:
"La muerte no respeta ni a los
Santos, ni a los que se van
jubilando con el cuchillo en la mano, creyéndose
algo, por haber
vivido.
Pero, ¿puede haber afinidades de átomos
"morales"?
¡Sí! Pueden estar juntos matándose
los que gozan de la fiesta
sangrienta, espesa y maloliente de la materia.
El Santo, materia más noble, se hace volátil
con su hermoso
placer de ser aroma tenue, tan cercano a la Nada".
A pesar de que todos los cuentos
y poemas del autor adscriben al género fantástico,
en ocasiones bordeando la "science fiction" o ficción
fantástica siquiera de manera lateral como en "La
Muerte y Las Máscaras", "El Experimento de Varinsky"
o "Divertissement-Del Gusto y Variedad en las Artes y Mezcla
de las Sensaciones", referentes de crítica social
se cuelan de modo subrepticio en ciertos textos: si bien no constituyen
esos "elementos agresivos", determinantes de la literatura
fantástica, y en la mayoría de los casos provenientes
del ámbito de lo cotidiano -infractores y subversivos
del contrato textual-, de los que hablaba Caillois, resulta harto
interesante destacarlos.
Escojo dos ejemplos.
Mr. Cuninghan, rememorando los días en que una Compañía
de Londres lo había enviado a sudamérica, con la
finalidad de comercializar productos medicinales, comenta al
narrador:
"(...) Mi padre,
estaba en ella como director, y yo muchacho
activo, hábil de manos y no tan sonso ¡no sonso!,
parece que les gus-
té para venir a América. Mi misión
era por el norte, el trópico. ¡Oh,
no complicado, pero muy bien pensado! .... Ustedes conocen
el árbol
de la coca, ¿no? , es oriundo de Perú y de
esos lugares. Todos los in-
dios, peruanos y bolivianos mascan la coca. ¿Nunca
vieron? Le po-
nen un poco de cenicita o potasa para que largue más,
y mascan,
mascan. La Compañía de Londres vio eso de
los arbolitos y dijo: a-
quí hay ganancia. ¿Quién fue el de
la idea? ¡Oh, nunca se sabe
quién tiene las ideas! Me enviaron a mí para
trasplantar el árbol de
la coca a una colina inglesa. Yo era hijo de arboricultores
e hice lo
que había que hacer. Los peruanos y bolivianos discutían
el presu-
puesto, los impuestos, las rentas públicas y quién
ocuparía el gobier-
no. Esta, la de gobernar, es industria de veinte países
sudamerica-
nos... Yo me llevaba del Perú y Bolivia varios miles
de plantitas de
la coca para aclimatarlas en colonias inglesas. No pasó
mucho, no
mucho, que nosotros en Inglaterra nos apoderamos del mercado
mundial de cocaína. Pero sudamericanos aumentan presupuestos,
piden plata a ingleses y se muestran los dientes y sables
porque no
tienen riqueza y el presupuesto anda mal por muchos militares
y
políticos que tienen muchas ideas de gobierno y finanzas
y para apli-
carlas hacen revoluciones..."
También en el brevísimo "La Carrera de
Todos hacia Abajo", que da título al capítulo
de este ensayo, una visión nada complaciente y nada feraz
del hombre, lo acerca de manera admirable a la obra de Kafka
(en especial, a los relatos breves y a sus diarios), en parte
a los cuentos extraordinarios de Edgar Poe (en "Monsieur
Trépasse" o en "El Experimento de Varinsky",
la sombra proyectada por éste se vuelve inevitable) ,
y, por qué no (esta influencia todavía no ha sido
señalada), a los "Twice Told Tales", del lóbrego
Nathaniel Hawthorne. Santiago Dabove se sabe, admitamos su resurección,
pasto de gusanos, como quiere Plinio el Viejo. Santiago Dabove
se sabe aún "mendigo en la puerta de los cementerios,
mendigo vestido de fuego", para citar al exaltado e iridiscente
León Bloy que seguramente no desconoció.
"En la fosa común, el pueblo
que llenaba en otro tiempo las tri-
bunas deportivas, encabalgándose en el osario, emprende
la gran ca-
rrera fuera del tiempo. Ya corren ellos ahora esforzados y no
mera-
mente espectadores. Viajes de pobres al país de lo subdividido,
desme-
nuzado, mezclado. Ya todos en la nivelación, serán
como una alfombra,
donde los pisarán los caballos y corredores que admiraban.
¡Qué los
pisen, que los pisen! Fueron materia que nació para
admirar, para la
obediencia y el fanatismo. Ellos gustan estar abajo puesto que
levantan
en vilo sus ídolos". |
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