Javier España
AZUL DESEO DE LA ESFINGE
Balanza en equilibrio se equivoca.
Venenos y delfines capitulan
al trastorno negado de la esfinge.
La boca lagrimal fracasa
ausenta sus cristales en arcanos:
lagunas enmudecen al oscuro.
Todo es negado por lo frágil,
y el deseo es derrota clandestina.
LOS TRES ACROBATAS
Los tres acróbatas del
sueño diurno
deslizan sus colores ante un rostro,
mallas obesas fulgen desde el ritmo.
No los conoce el puerto de las
sienes
que ocultan los violetas reposantes
tras el velo, pincel de geometrías.
Con pierna, en vilo, surge el
temerario
equilibrio del pie sin ataduras,
sin compás que desgarre melodías.
No despiertan jamás entre
temblores
los arquetipos lívidos del agua:
no hay vigilia que dance sin la forma.
Martín Almádez
PLATEADAS Y ACEITOSAS
AHORA
a la memoria de Hermann
Broch
...Plateadas y aceitosas ahora
alfombras de luz que recogen
la primicia del día
que recogen todo lo cálido del astro
desde el fondo inhóspito, indescifrable
inasequible
in
blancas, azules, grises, bañadas de un rojo maduro
y siempre suaves y siempre bruscas
raíces de un primer movimiento
lanzadoras de aquel espumoso ruido
protectoras de lo inespantable
y amenazantes de sí mismas
Plateadas y aceitosas ahora
despliegan un brazo ya tendido
como quien cede a la vida
como quien asiente negado
a la orilla, siempre a la orilla
trayendo entre sus caracolas
las voces por siglos despiadadas, extraviadas
hechiceras voces
que pierden a los hombres entre sus faldas
Plateadas y aceitosas ahora
desde el fondo y desde siempre
las aguas de este mar inquebrantable.
Antonio Marts
A nadie le ha sido
prometida la mañana
I
El día comienza a desgajarse.
No es el amanecer soleado donde las aves prestas vuelan.
Es la caída de la lluvia.
Va naciendo entre cristales.
El viento frío- se cuela a través de la
ventana. Penetra hasta los huesos. Abre los ojos.
Un inmenso cielo gris.
El chapoteo de la lluvia en los árboles cercanos.
La luz se vuelve más intensa. Atraviesa la retina. La
visión, es un
calidoscopio.
Cierro los ojos y finjo dormir.
Comienza a ceder la lluvia.
II
¿Qué luz ilumina las piedras después de
la tormenta? ¿Qué corpúsculos, sostenidos
en el aire, le dan brillo y claridad a lo que vemos?
De los canalones del templo brota el agua anegada
de la lluvia.
El sonido que nace de la piedra es el sonido infinito de cristales.
El aroma a tierra húmeda se esparce por la tierra. Algunos
pájaros se desentumen, agitan las alas y emprenden el
vuelo.
Hasta la ventana llega el rumor de agua que corre.
Y el cielo, nítido, puro,
parece a punto de quebrarse y caer sobre nosotros.
III
Sé que hoy amaneció,
el día se alimenta de oscuridad,
pájaros vendrán a mi jardín y posados en
las ramas cantarán la
venida de la luz;
habrá focos que se enciendan, despertadores y aeroplanos
interrumpen la escritura de las aves.
Podrá llover,
soplar el viento,
amanecer en calma.
Pero hay otros, lo sé
yacen con los ojos cerrados o abiertos- para quienes no
hubo amanecer.
¿Habrá qué esperar cuánto?
Laura Hernández
HECHICERA
Rehago tu imagen
en cada hombre
husmeo su cuerpo
-cancerbero nostálgico
es el olvido
Ellos no son
tú
solo
rostros
en los que invento
el mío.
Guadalupe Ángeles
Jazmín
No pudimos recoger los millones
de coronas de cristal que cayeron del cielo aquella tarde, así
que enviamos un barco de papel para reunirlas.
Y aquí estamos, sentadas
en la banqueta, junto a ese río, esperando la llegada
de nuestra embarcación, repleta de tesoros cristalinos.
Jorge Esquinca
EL ARO, EL HALO
Tan unidas por la distancia,
tienden, a veces, una cuerda
muy fina, oscura.
Un hilo entre sus cuerpos
las enlaza. Es la única prenda
que permanece, mientras todo
se aleja. Ella mismas.
Solas, en grupos de dos o tres,
se rozan apenas, se dan amparo,
se reconocen hermanas
en una pena semejante, una congoja
anterior a la luz oblicua, tibia,
que las envuelve en silencio.
El invitado, como el mismo mar,
desaparece al tiempo de ser visto
y deja, en el paisaje, algo menos
que una huella, una pálida sombra.
Ellas se rezan, se rozan apenas
como los últimos árboles de un bosque
último. Son las solas sombras
bienaventuradas, quietas, calladas,
Tienden lazos, se atan y se alejan
en barcas de nadie a donde nadie espera.
Y tal vez Dios entonces, el aro, el halo.
Felipe Ponce
Tecali bar
Je suis paillard,
la paillarde me suit
François Villon
querida gorda margot purísima
zorra
hechizaste irremediablemente el pequeño mundo
la zona franca del Tecali esta noche
te has permitido desdeñar
a una veintena
de cazadores furtivos
ningún sardo ni borracho ha tocado tu soberbia
no saben el precio de tus cejas orondas
nos has dejado un pintiagudo
dolor en los cojones
no te conmueves viendo entre
la caterva
a los hombres desesperados
con la impaciencia del buscador del orgasmo
allá tú pero también estás sola
cincuenta y con los tres dice
la voz de una puta ebria
es cierto Villon debemos tenerte
por tonto
nunca creíste que hubiese tanta bondad en el amor
la porquería nos gusta
bien dijiste
Pato
Deja que germinen
tus ojos.
Abre las puertas y las ventanas.
Corta tus manos
en trocitos.
Píntate el pelo de color
azul.
Gatea hasta que sangren
tus rodillas.
Bájate el corazón
a la entrepierna.
Verás cómo empezarán
a florecerte claveles
en la boca. |