Azúcar Limpio
1
Se me duermen los dedos de los pies
anticipados
a lo que sigue aún despierto:
el abrazo de un hombre
las piernas trajineras
mi colección de risas.
Se me duermen por exceso de azúcar
en la sangre
esa roja dulzura que me mata
esa fuga hacia Dios.
(Oh, desvelado, ábreme tus puertas
hasta que todo en mí sea azúcar limpio
que no me duerma como quien se encubre.
No.
Desde el milagro con que ungiste mis pies
que sea mi sueño llave al paraíso).
2
Por delante va el pájaro
cuya fuerza ignoré frente a las jaulas.
(digo adelante y pájaro
porque así es mi camino de ascensión)
(Vamos, hermano
tú ya sabías saltar de torres, trampolines.
Te quitaron la red).
El pájaro es a veces un asombro de plumas
en las manos del hombre
que anticipa.
Y se aman así: perpetuamente alados
y se nos pierden
cuando cumplen su hora
(como mi hermano, que predijo su vuelo
por una ruta amarga.
Pero sus ojos dulces
van delante del pájaro.)
3
Me puso dulce el mar.
Llovía
la sal se hizo costumbre.
En medio de los rostros de la muerte:
una burla, un disfraz
se ensañó con las carnes florecidas al tajo
y en las efigies
puso su marca impune.
Fue la alquimia de Dios
que en las altas mareas dio la advertencia
y me tornó agua mansa.
No es mentira
me puso dulce el mar.
4
El abuelo que nadie conoció
se hizo eterno, y vaga su costumbre
de mordaza
en los belfos atroces del espejo
donde me deslumbro.
Él comenzó la era del azúcar
que desbordó mi copa por los aires.
Qué regueros del alma en los entronques.
Qué vocación suicida
herencia del exilio.
Ojeras de mi abuelo
tan lejos y en mi cara
aún prevalecemos.
5
De algo me he de morir
mientras me vive la salvación:
amplificar la oreja para apagar naufragios
rondar la silla que dormita mi madre
abrir mi pluma cuando bajan los grillos.
De algo que no sea sacar del pozo
mi alma terrestre.
De algo que no sea confirmar el error.
De azúcar, pero limpio
es buena causa.
6
Fue de un susto:
verme fugar aquella madrugada
del vientre de mi madre
ascender por el tronco de los años
sangrar
introducir los dedos en la herida.
silbar en medio de la luz
(trunca la boca)
y arrancarme las vendas.
Fue de un susto el azúcar en mi sangre.
7
No fue en Tomochic
ni en sus nieves de octubre
tal vez el frío me congeló las palmas
(pero ardieron.)
No fue en la casa de los dinosaurios
y sus tercos guardianes.
La fatiga se hizo de explorar
en la conjura
los tonos del aullido
de hacerles a mis ojos tratamiento
de inútil ortopedia
hasta el voto de fe
cuando se toca.
Si fue en el corazón
para aliviarme
no admito el escalpelo.
8
Yo amaba de mis ojos ese vínculo de aguas
que cambiaban el rumbo:
del fango a los cristales.
Algo andaba de prisa en las miradas:
aquel doble presagio
de los niños nombrándose en las cosas
por los cuartos baldíos
y su pericia
en los ríos temblorosos de la carne.
Mis ojos de estación, siempre de paso
en viajes del altar hasta la ciénaga
los amaba
como se aman las ebulliciones.
Pero he quedado ciega.
9
Salir. Un paso al frente
convencidos mis pies iban en busca
de los cuatro costados:
risa y gesto, alegoría y espada.
Abierto a lo imposible
de par en par mi traje exhibiendo la piedra
(mil tallas por la torso de aluminio)
en la ciudad que me vestía de esfinge.
Sólo di un paso atrás:
fruta difunta
de mi deseo y mis dientes.
10
Pasó un sombra
¿y si fuese un supuesto?.
Imposible alcanzar lo que combaten
brazos en retirada.
En ella eché a volar
porque me iba
y nadie lo impidió.
Ahí quedaron
dos fugas en el vientre de la estatua
un lenguaje sin voz en el desastre.
La luz siguió pasando.
11
Cada mitad de mi fundó a la otra:
Salud a Enfermedad
Augusta a Nomeolvides.
Y en el último día descansaron
otorgándome aliento.
Qué laberintos sus descomposiciones
de agudo, viso y tono
acorraladas
entre jolgorio y duelo.
Cada mitad de mi. |