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    Hay palabras que quisiera borrar 
    por sus estragos: 
    las que, dichas, jamás han de escribirse 
    las que atrofian el alma 
    las entre dientes, ruines. 
    Las mancas 
    las a sueldo 
    las deudoras. 
    Todas ellas a cambio, por ejemplo 
    de las palabras árbol, casa, Dios 
    (siempre en mayúscula) 
    y pájaro (que es aire) 
    y lluvia (sobre el árbol de luz que hallé 
    junto a la casa, y dentro de él 
    un pájaro en la mitad de Dios.) 
      
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    Anótese dinero en la i de incapacidades 
    también que sólo sirve cuando se gasta. 
    No sé qué hacer con él 
    cuando llega menguado. Se agiganta en tabaco y en pan 
    se hace niño el día de dar la renta. 
    No sabe estarse quieto. 
    Ángel de mis amigos 
    me trajiste dos ojos 
    y una máquina de abortar 
    amorosos desastres. 
    Cuánto vale el dinero 
    que a veces me ha costado sonreír. 
    Que lo multipliquen 
    los que nunca comprendan 
    que una hora de amortizar incendios 
    vale más que una vida. 
     
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    Mi suerte estaba echada. 
    Una vez más mi esfuerzo testarudo 
    se topa con la lepra ancestral 
    mientras junto del suelo la medianería. 
    Tarde o temprano los extremos se tocan 
    y estoy sola ante mí. 
    Regreso y vuelvo a andar el mismo rastro 
    me inicio y me termino en una sílaba. 
    Te voy a recordar para que me oigas. 
    Diré tu nombre para que me olvides. 
    Echada está la gota en el ojo del muerto 
    encristalado el don de respirar. 
    Es la punta del iceberg 
    que termina 
    de atravesar mi corazón que pasa. 
      
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    Hay lugares en el mundo 
    a los que nunca iré. 
    Así es mi aprendizaje progresivo 
    de andar por todos lados sin moverme. 
    Mejor, porque presentaré balance 
    de mis huellas 
    y yo he andando saltando. 
    Pudo ser más lento 
    mi viaje del zagúan a la recámara 
    del hombre hasta mi risa: 
    el sitio más distante. 
    Pero ya estuve mil veces 
    en la gruta más sorda de la tierra. 
    No he de volver ahí. 
      
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    Llegó mi turno de amar 
    sin terremotos 
    te quiero tanto que te profetizo 
    como un largo viaje. 
    Alguien me habita el cuerpo sin tocar 
    basta andar por su risa 
    regresar a Vivaldi 
    y no cerrar los ojos nunca 
    frente a sus ojos. 
    Esto es definitivo para una mujer 
    que ya cumplió cincuenta. 
      
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    Sucederá todo aquello que pienso 
    el día en que la inocencia de mi mano 
    ocupe tus pupilas y tu frente. 
    Sucede que te hallo 
    como quien pasa de la infancia al sepulcro 
    a completar su lista de desaparecidos. 
    Esto es amor: tensión interna 
    que te clava en el muro más claro de mi boca 
    para que nada en ti varíe. 
    Y entrar a verte 
    sin que nadie se espante. 
      
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    Pero ya cállate, corazón 
    no me calumnies concentrado 
    en un dolor contínuo 
    Necesita sosiego 
    tu infarto de ternura. 
    Te perdono por ser tan poco arisco. 
    Es criminal la dicha y te contraes. 
    Te dijeron: ya basta 
    no se debe apoyar contra un ahogo 
    (Aún así estrangula 
    su voz en el teléfono.) 
    Ahora vas a dormir 
    como esos pájaros  
    con una sola ala. 
    Ya has soñado bastante. 
      
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    Encandila la luz 
    no es mi costumbre. 
    Esta luz se me mueve, titubea 
    se le ve la premura 
    (me vivo en lo que alumbro). 
    Nació de claridades adquiridas 
    en puntual extravío 
    y profanaciones a la luna. 
    De corta edad, progresa en ligazones 
    de miel y estrella. 
    Detrás de toda luz  
    un parto que se inicia 
    donde hay dos 
      
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    Tuve un cuerpo. 
    Lo malgasté 
    lo fui desheredando de la vida. 
    Bien. Contabilizo mis desbarajustes 
    y no me conmisero. 
    Hay otros cuerpos adentro de mi carne 
    que he cuidado mejor 
    cuerpos que dono 
    para otro despertar afortunado. 
    En lo que queda de éste 
    hilvano 
    un puñado de mirlos. 
      
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    Me empleo a fondo 
    soy mi propio jefe 
    no subarriendo a nadie la semilla 
    pero regalo el fruto. 
    Mala inversión, me dicen. 
    Y contesto: si no le sirve a nadie 
    mejor callar 
    mejor este cansancio que avergonzarme 
    de mis propias hechuras.  |