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    		Agua de vida es la luz 
    		que hiende el envés de mis pupilas 
    			-desazón de la sombra. 
    		Hoy se incendian los verdes 
    		en las cruces ajadas 
    		media una estrella a gotas sobre el día 
    		todo es profundo humor de hierba que resurge. 
    		Es la hora de Dios 
    		donde la tierra era un pulmón inerte 
    		Es canto del juglar sobre lo creado 
    		agua crecida que encontró su cauce. 
    		Disminuyen los íncubos 
    		y nítida, la imagen 
    		cobra su dimensión de espejo. 
    		El orden es establece sobre el caos. 
    		Pulo la piedra que antes 
    		destrozara mis dedos 
    		me sumerjo en el mar 
    		donde me ahogaba 
    		infante me recobro 
    		acorazado el balbuceante paso. 
    		Nada era mío. 
    		Nada será mi casa 
    				mi posesión tribal. 
    		No lo supo mi padre, ni lo creyó mi abuelo 
    		y hoy, en susurro 
    		a diario lo repiten: 
    				            nada te pertenece.  
      
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    		Mañana vendrá un poema 
    		el que quise escribir definitivo 
    		el que amo más que todos 
    		los escritos  
    				en aire y en madera 
    		los propios, los de nadie 
    		los cumbre, los abismo. 
    		Vendrá un poema 
    		o un vacío 
    		o una mirada encima de una llave 
    		un nombre que escasea 
    		una varita de virtud. 
    		Y siempre será el mismo 
    		y uno solo 
    		y todos los poemas 
    		que se escriben mezclados 
    		del negro al amarillo 
    		del acierto al desliz. 
    		Se hará dentro de un cuerpo 
    		igual que se cocina esa tarde de otoño 
    			sin pasado ni olvido 
    		tirando de su lengua un invierno implacable 
    		mordisqueando sus uñas en sepulcros. 
    		Se leerá de rodillas 
    		se le ungirá de nardos: 
    				un minuto en el fuego 
    				un milenio en la nieve. 
    		Y volverá maíz llorado 
    		piedra en vilo 
    			mi poema 
    				       mi vid 
    						mi azúcar limpio.  |