Conclusión

Con este estudio hemos recorrido el autorretrato tradicional en la pintura de Picasso y sobre todo ampliado la noción de autorepresentación. Como lo vimos en la primera parte, el autorretrato de Picasso puede ser considerado como "tradicional" en la medida en que representa el artista que le ha creado. Representa el creador en el acto de su creación cristalizado en una imagen.
Picasso ha liberado el ejercicio de la autorepresentación del problema de la verosimilitud y le ha dado otra dimensión. Busca distanciarse de la imagen oficial que se impone en el inconsciente colectivo porque no quiere contentarse con delimitar su imagen. El autorretrato, y más precisamente la autorepresentación, en la obra de Picasso responde a la voluntad global de interrogar la pintura y mostrar hasta qué punto un artista puede crear considerando el problema de la verosimilitud como secundario. Nuestro estudio pone de realce la gran diversidad de la práctica de la autorepresentación en la obra de Picasso. El rostro, como el ser, es considerado como una realidad que tiene varias significaciones, compuesta de varias facetas que hay que estudiar y dislocar para mejor entender la integridad del ser. La característica principal de la autorepresentación de Picasso es la diversidad, diríamos que no hay una sola manera de autorepresentarse. Como lo vimos en este estudio, a parte del autorretrato tradicional, distinguimos la autorepresentación metafórica y disfrazada. No hay una sola imagen de Picasso, sino varias. Sin embargo, a parte de la gran diversidad, distinguimos unas características comunes.

En su producción artística, las vías que Picasso recorre son zigzagueantes, se cruzan y se entrecruzan, y mantienen entre sí un vivo diálogo, a veces un combate en él que se exponen sus afinidades y sus diferencias.

Picasso se pinta a menudo tal como se ve y como se imagina pero eso supone una anticipación en la construcción del tema pictórico. Antes de representarse anticipa la imagen que va a transcribir en función de las circunstancias psicológicas y del contexto artístico. Frente al espejo de la creación, el pintor Picasso no quiere "fotografiarse" sino que busca captar e interpretar sus sentimientos en unos momentos de su existencia. Se mira con el narcisismo del genio y fija las etapas de su vida y los eslabones de su creación. Dijimos en la primera parte que pintar, y aún más autorepresentarse, es como hacer una confesión y materializar plásticamente su autobiografía. Consideramos, pues, que la noción de autorepresentación es muy exhaustiva y que, paradójicamente, no se aplica sólo ni se limita a las autorepresentaciones. Así, en unas producciones, que no tienen nada que ver con autorretratos, el mensaje personal es muy profundo e íntimo. Es lo que ilustra la serie de cuadros cubistas inspirados por el nuevo amor para Eva Gouel en 1912. La confesión "Quiero a Eva" funciona como el título psicológico del cuadro.

La declaración de amor pasa por la creación. En un cuadro como Guitarra "Quiero a Eva" realizado en 1912, la autorepresentación es supuesta. Philippe Sollers afirma, por lo demás, que es a la vez una autorepresentación de Picasso y un retrato de Eva. Creemos que esta hipótesis es muy interesante ya que lleva a otro tipo de autorepresentación indirecta que consideramos como muy importante en la obra de Picasso y que revelamos en este estudio.

En los cuadros estudiados en estas páginas, transcribe la verdadera naturaleza de sus sentimientos. Pero el punto de partida suele ser una ruptura, una crisis sea en la vida personal (ya citamos el ejemplo de la muerte de Casagemas en 1901 o la degradación de sus relaciones con las mujeres amadas), sea una ruptura artística. La autorepresentación es, pues, motivada por una voluntad propia en una fase de crisis y marca la inauguración de un nuevo proyecto personal. Es, a la vez, una necesidad y una demostración que permite exorcizar algo, las angustias, las penas, los problemas del ego, el desdoblamiento de personalidades, los momentos de alegría. La mayoría de las veces hemos estudiado las autorepresentaciones como unos "síndromes" de su biografía y como claves para explicar los contextos y los personajes. Los cuadros estudiados, y particularmente las autorepresentaciones en los que pone en escena a dobles híbridos deben ser considerados como retratos dramáticos de los conflictos inconscientes e interiores de Picasso.

Por ejemplo, en la época de la relación con Olga Kokhlova, Picasso actúa como un dandy, un burgués porque su mujer es fundamentalmente mundana y desempeña el papel de un artista de moda, quien goza una fama creciente, como lo confirma la fotografía. Pero, compartido entre sentimientos contradictorios y progresivamente desequilibrado en su matrimonio, empieza a traducir el estado de revueltas interiores en sus pinturas. Como lo vimos, la mujer se convierte en un monstruo mientras el pintor se reduce a la sombra de un perfil. Por la autorepresentación, Picasso representa el drama personal pero echa también a la cara del público, un yo hipertrofiado, a veces con la insolencia del adolescente, otras veces con la voluntad provocadora del viejo mirón. Pero lo hace siempre con una clara intención narcísica.

Las autorepresentaciones son también proyección de los fantasmas. Todas las máscaras que se pone simbolizan los papeles que quisiera jugar. Podríamos resumir la imagen de Picasso en los cuadros en los que se autorepresenta como una máscara que lleva diversas caras. A lo largo de este estudio hemos revelado la complejidad y diversidad ingeniosa tanto del pintor como del hombre, que es a la vez, artista bohemio, decorador de teatro, investigador del cubismo, exiliado comprometido, escultor y artesano. Pero todas estas imágenes fusionan en una que resume su obra y la autorepresentación, la de un viejo loco frenético que se dedica enteramente a su arte. El ejercicio incluye el autorretrato tradicional, la autorepresentación metafórica, la autorepresentación in actu y el autorretrato fotografiado y revela la voluntad de poner en escena un fuerte ego. El uso de máscaras y de elaboradas puestas en escenas en ciertos cuadros es una de las claves para entender el propósito de Picasso. La máscara permite tradicionalmente cambiar de personalidad. Pero creemos que para Picasso la máscara y la puesta en escena surgen más bien en momentos en los que, paradójicamente, es bastante fuerte psicológicamente para distanciarse de la imagen oficial. Lo hace también cuando quiere la ruptura con la imagen oficial o para olvidarse precisamente cuando el rostro se hace insoportable. Así, cuando sufre la ruptura con Françoise Gilot en 1953, no soporta verse tal como es y lo refleja en su pintura por la representación de figuras ridículas, como el enano, el viejo mirón. Picasso es pues un actor, y detrás de la máscara busca descubrir su yo verdadero. Consideramos que la autorepresentación es también la búsqueda de la verdad por medio de la puesta en escena teatral y metafórica. Las varias imágenes son como caricaturas de su existencia. Por la práctica de la autorepresentación, evoca el hombre y sus dobles. Habíamos evocado en la introducción que Itzhak Golberg dice que Picasso rehusa de tomar en cuenta las transformaciones del tiempo en su rostro. Al cabo de nuestro estudio no confirmamos esta idea. Picasso ha aceptado, al contrario, la toma de posesión del tiempo y lo refleja en sus cuadros, específicamente los en que se autorepresenta, que son como espejos de sus sentimientos y testimonios de su vida, aunque a veces frágiles. La autorepresentación es una biografía dramatizada y puesta en escena. Creemos que, de cierta manera, las intenciones de Picasso no son tan alejadas de las de Rembrandt en sus autorretratos.

En efecto, igual que el maestro holandés, Picasso prueba "su vestuario de almas". En sus autorepresentaciones, Picasso es la vez identificable, único y personaje genérico del creador. Hasta cuando Picasso simplifica o, al contrario multiplica las representaciones de su rostro, no es nunca anónimo.

En los cuadros que vimos no quiere sólo enseñarnos algo sino que busca más bien confrontarse consigo mismo por medio de su arte. En su pintura ha parado el tiempo, para fijar la eternidad de una sonrisa, de un deseo, de la angustia o de la enfermedad. Notamos la presencia de tales sentimientos en los cuadros de Picasso que estudiamos. Estas representaciones muestran que Picasso, más que ser mirado, quiere mirarse en el espejo de su creación y revelarse a sí mismo. Las imágenes transformadas como las identificaciones metafóricas con el arlequín, el minotauro o con el personaje del creador no le son impuestas sino que las escoge voluntariamente para confesarse en su arte.

Las autorepresentaciones que estudiamos son como picados y contrapicados en lo más hondo de su ser para embellecer el secreto sagrado de la creación. Picasso cultiva la puesta en abismo, se representa pintor dentro de sus cuadros, grabador en sus esculturas, pintor en sus cerámicas. La autorepresentación resume el combate del pintor contra la pintura contra él mismo.
Picasso ha dado una realidad autónoma a su rostro. El éxito y la originalidad de la autorepresentación no consisten en dar la ilusión de la realidad sino más bien en buscar la sinceridad y la confesión. No ha buscado satisfacer plenamente su mirada de artista. Para él, como para la mayoría de los artistas modernos, el rostro es un soporte para la investigación plástica y conduce a una reflexión sobre la persistencia del arte. El arte del retrato y de la autorepresentación no se agota con la aparición de la fotografía, como lo confirma este estudio. La clave de este estudio es que Picasso ha dado una nueva dimensión a la autorepresentación porque no le ha limitado a la simple reproducción de un rostro. El espacio de los cuadros estudiados no se cierra sobre el artista ni el referente del cuadro. Es, para él, como un espejo que abre otro espacio, él de los espectadores. Cuenta dos historias, la historia de su rostro y la historia de su arte.

Picasso ha ido al encuentro de su imagen, da a ver su cara para establecer la relación artística con el espectador porque, como lo dice Pierre Cabanne, "un cuadro existe solamente por el que lo mira."

No ha caído en la tentación de fijarse en ídolo o memorial sino que quiere más bien prolongar más allá de los límites temporales y espaciales la apariencia vital de su persona. La autorepresentación pone de realce una de las características originales de la obra entera de Picasso, la alternancia de roles. Es la prueba de la verdad artística, de su verdad.

Si hubiera que buscar un posible mensaje original a la autorepresentación de Picasso diríamos que para él, la obra nunca representa una cosa sino un acto que es a la vez objeto y tema de su propio estudio. El ojo de Picasso en sus autorepresentaciones es a la vez él que es visto y él que ve lo invisible, la realidad detrás del rostro. Picasso realiza la paradoja, la coincidencia del objeto y del tema, del acto y del ser. Y para explicar la cita de Shakespeare que introduce nuestro estudio, diríamos que, cuando se pinta, Picasso da a la vez un reflejo de su rostro y un proyecto de su arte. He aquí la clave de la originalidad de la autorepresentación en su obra.


Introducción general

El autorretrato, la autorepresentación

Primera parte:
El autorretrato tradicional: la imagen de sí mismo

I. La imagen de la juventud: la voluntad de afirmarse
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II. Entre confesión y sátira, los últimos autorretratos:
el inevitable e implacable enfrentamiento consigo mismo
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Segunda parte:
Los dobles híbridos y las imágenes disfrazadas

I. El arlequín
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II. El minotauro
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III. El mono

Tercera parte:
Síntesis: El creador

I. La imagen legendaria del pintor con sus atributos
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II. El Creador

III. La foto

Conclusión

Bibliografía