C. 1907: la cara del desafío

Hemos escogido detener nuestro estudio de los autorretratos de juventud, que denominamos "autorretratos tradicionales", en 1907, con el famoso Autorretrato precubista realizado en 1907 en París. Aunque se suele considerar que los autorretratos, en el sentido literal de la palabra, se paran hacia 1918, cuando muere Apollinaire, nos parece que este cuadro marca el inicio de una real ruptura en la manera de pintarse.
Vamos a ver primero el nuevo contexto de 1907. En las fotografías y los autorretratos de 1906, de clara inspiración primitiva la mirada es muy intensa, quiere luchar contra el pesimismo y la tristeza que le acompañaron en los primeros años en París y que son los temas predominantes de los cuadros de aquella época. Destaca un nuevo tratamiento técnico y plástico de la mirada y el detalle del pelo rapado. Este autorretrato se inscribe pues en una fase de ruptura. Surge ya la voluntad de verse con otra cara, la cara el desafío artístico y personal. Empieza por autorretratarse con los rasgos de un niño, como si conocerse a sí mismo pasara primero por una vuelta primitivista y primitiva al tiempo de la inocencia de la infancia. Con toda la serie de autorretratos de 1906, Picasso busca sin duda crear una nueva imagen de él, y eso lo logra con dos autorretratos, el autorretrato con al paleta y el autorretrato precubista. Descubre la retrospectiva de Manet, se deja influir por el clasicismo de Ingres y asiste al escándalo fauvista. En 1907 visita también la exposición conmemorativa de Cézanne en el Salón de otoño. El arte de Picasso se nutre de la profusión artística y de la diversidad que estalla entonces. Está al cruce de todas las influencias artísticas, clásica, primitiva, cezaniana y lo encontramos también en los autorretratos.
Estamos entre dos etapas decisivas para el arte de Picasso y la representación del rostro humano; el primitivismo y el cubismo. El artista busca una manera de pintar la realidad, haciendo del sujeto una entidad autónoma. El propio rostro de Picasso no escapa al cambio. La voluntad primitiva, de la que hablaremos también para referirnos al autorretrato a la paleta de 1906, consiste en volver hacia las formas arcaicas del arte, como los artes egipcios, negros, iberos. El artista busca tomar nuevas libertades con la naturaleza y darle un papel más importante a la imaginación.
Picasso quiere dar una vuelta hasta los orígenes el mundo artístico, hasta las fuentes primarias del mundo. Se inspira entonces del arte románico catalán que le impresiona mucho. La pintura de esta época es sin artificio, le llama la atención la esencia del ser y de la materia plástica. La principal fuente de inspiración es el universo cezaniano. Es un mundo en perpetua génesis, y se opone al fauvismo, simbolismo e impresionismo. El descubrimiento de las estatuas íberas en el Louvre se resume en el arte por una simplificación y una reducción de las formas. La cara se acerca a la máscara y Picasso tiene el sentimiento de que progresivamente hay que ir hacia unas nuevas formas de arte moderno; la innovación pasa por la vuelta hacia lo primitivo. Experimenta las nuevas tendencias en sus autorretratos. Después de haber estudiado la figura del niño, se interesa de un modo más global a la trinidad de la familia. Encontramos varios cuadros de 1906 en los que pinta a mujeres con niños, parejas o familias. En la mayoría de estos dibujos o óleos, el personaje masculino tiene los mismos rasgos que el pintor de El autorretrato con la paleta de 1906, autorretrato declarado.

Los años 1906 y 1907 marcan el aislamiento personal y artístico. Estudiando atentamente esta fase, parece que el ensimismamiento es imprescindible y voluntario para renacer después con bases diferentes. Lo traduce además por temas recurrentes e intimistas. En 1906, se marcha a Gosol con su nuevo amor Fernande, mientras deja detrás el periodo rosa. Esta estancia marca el inicio de una nueva época artística en la obra de Picasso y sobre todo en la representación de su rostro influida por el descubrimiento de artes primitivos. Ya dijimos que cada ruptura se acompaña de un autorretrato o de un nuevo tratamiento del rostro.

En el Autorretrato precubista de 1907, vemos a Picasso de frente. Es un óleo sobre lienzo realizado en plena influencia primitiva en París en él que pinta su rostro con originalidad, ya que cada elemento es autónomo y tiene una importancia capital. Acentúa particularmente detalles de su fisiología como la mirada, la nariz chata y la greña. Estructura el rostro así como lo hará en Las señoritas de Aviñón que pinta en julio del mismo año. En el cuadro que estudiamos el pintor está vestido con un traje, notamos el cuello blanco de la camisa parecido a los primeros autorretratos barceloneses. Lo que destaca es la utilización de los colores y de la materia para traducir los rasgos. Compone por manchas gruesas de pintura. La impresión de salvajismo parece debida al empleo violento y compacto del óleo. Es muy probable que se endurezca voluntariamente los rasgos.

La cara masiva destaca sobre un fondo marrón. Se notan también fuertes contrates de colores con el blanco del cuello de la camisa, los grises del traje y los negros de las pupilas desproporcionadas y dilatadas y del pelo. La greña es espesa y la raya de lado recuerda los autorretratos de adolescencia. Pinta el peinado como un casco puesto sobre la cabeza, hace resaltar y desnuda la larga frente.

Notamos también una desproporción en el tratamiento del oído, de los labios excepcionalmente pequeños y separados por un trazo negro horizontal, y de los ojos desorbitados, son como dos instancias autónomas y la mirada alucinada remite a la de Yo Picasso de 1901. Los estudios que encontramos a cerca del autorretrato cubista hacen hincapié en el tratamiento peculiar de la mirada, elemento capital y muy revelador en la autorepresentación. Por primera vez los ojos son simétricos y gigantes. Kirk Varnedoe dice que Picasso logra aquí dar varias identidades a un mismo rostro, se representa a la vez ambicioso, pintor, comicastro o hombre que oculta misteriosamente su intimidad.

En este autorretrato de 1907, Picasso se sirve de un método simple y tradicional para representar la cara. Como lo explica Carsten-Peter Warncke, Picasso traza dos líneas más o menos paralelas y regulares para indicar la anchura y la forma de la arista nasal. Luego la completa lateralmente por una banda de trazos, también paralelos que transcriben el volumen de la nariz por medio de una sombra.

Lo que nos parece esencial en este autorretrato, es la voluntad afirmada de poner en tela de juicio los valores académicos del Renacimiento y más precisamente el tratamiento de las perspectivas. Todo el rostro está tratado en un plano frontal, excepto la frente, el oído y la greña, pintados con la perspectiva de perfil. Reproduce el arte románico catalán que representa así las figuras humanas. La segunda originalidad es la escarificación del rostro, heredada de las máscaras africanas y que tendrá su apogeo con Las señoritas de Aviñón.
Quiere seguramente emprender un reto con el arte. Se expresa con una brutalidad salvaje que le inflige también a su propio rostro. Es como si se empeñara voluntariamente en el tratamiento de su cara. El verdadero cambio que se produce entonces con Las señoritas de Aviñón es que la composición del cuadro es el único sujeto y provoca un cambio de visión con respecto a la realidad del rostro.

Este autorretrato precubista representa una verdadera ruptura en la tradición del autorretrato. Excepto algunos intentos cubistas, este cuadro marca un real cambio y el final de la pintura de juventud y de formación. Ya no se puede hablar de pintura de "formación" porque Picasso ha iniciado la revolución artística, después del precubismo, vendrá el cubismo. En todos los autorretratos que hemos visto hasta entonces, autorepresentarse era como afirmarse. Aquí, conservando todavía la verosimilitud de la apariencia física estudia su propio rostro como un motivo plástico. Este cuadro de 1907 fija el momento clave en el que Picasso identifica su pintura al tema único, ya no interesa la persona representada sino la puesta en escena de la pintura. Creemos que en la pintura de Picasso el rostro sirve para una demostración artística. El verdadero tema es el interés plástico. Es una dimensión original y un concepto del autorretrato (de la autorepresentación) que Picasso desarrolla en su pintura y específicamente a partir de 1907. La creación artística puede cambiar las visiones del mundo y particularmente de la figura humana. Utiliza su rostro como modelo para probarlo, lo que nos permite definir El autorretrato precubista como un ejercicio de estilo, una experiencia a la vez plástica y temática.

Nos parece interesante parar en 1907 el estudio del autorretrato tradicional y de la pintura de la juventud. Le dice adiós a la cara del niño, largamente agotada y analizada, así como entierra el arlequín, doble lúdico de la vanguardia. Entierra una imagen de sí mismo para dejar sitio libre a una nueva, mucho más compleja, paradoja y sobre todo diversa. Parece que Picasso quiere jugar, poner en tela de juicio, hasta satirizar la imagen creada del genio, por las caricaturas y por la libertad plástica adquirida con la que trata el rostro mientras la fama va creciendo. Ya no habrá autorretratos tradicionales, excepto en los veinte últimos años de creación. Vamos a verlos ahora. En 1907 abandona la forma tradicional del autorretrato tradicional tal como lo definimos, y la sustituye por otra, más metafórica y simbólica. Es la segunda dimensión de la autorepresentación de Picasso que veremos en la secunda parte.


Introducción general

El autorretrato, la autorepresentación

Primera parte:
El autorretrato tradicional: la imagen de sí mismo

I. La imagen de la juventud: la voluntad de afirmarse
a
b
c

II. Entre confesión y sátira, los últimos autorretratos:
el inevitable e implacable enfrentamiento consigo mismo
a

b
c
d
e

Segunda parte:
Los dobles híbridos y las imágenes disfrazadas

I. El arlequín
a
b
c

II. El minotauro
a
b
c
d

III. El mono

Tercera parte:
Síntesis: El creador

I. La imagen legendaria del pintor con sus atributos
a
b
c

II. El Creador

III. La foto

Conclusión

Bibliografía